Acostumbro a bromear con que los poetas nuestros se revientan entre sí, para que sólo uno de ellos consiga ocupar la primacía (del último lugar) en la poesía. Pocos entienden que sólo tendremos importancia ante el mundo bajo una tradición literaria sólida. En caso contrario –si no es porque no han entendido el chiste– los primeros serían los últimos y quien ría por último reirá PEOR.

PEOR es el esfuerzo milenario de Scrat, la ardilla rata de la saga de filmes La era de Hielo (Ice Age), buscando preservar –para cuando se despierte de hibernar– la última bellota del planeta, tratando de esconderla en un agujero seguro.

Agujero seguro el de la última morada, el de la muerte: la única certeza, dicen.

Dicen que Tokischa, como otros de esa estirpe, con su arrebato de trap explícito mancilla y daña. Dichos pronunciamientos, acompañados por vestiduras desgarradas, me retrotraen al tiempo cuando cantábamos a viva voz el llanto musical de El Añoñaíto, mi vecino en Villa Juana: “penaaaaa es lo que siento en mi alma”, ¡sin sentir pena ninguna!, enlazándolo con “toma este puñal, ábreme las venas” frente a un vasito cervecero lleno con refresco rojo, único líquido cercano a los colores de la sangre cuando no se tiene cédula de identidad, con más plaquetas y plasma que los tomates de salsa.

salsa la de un salsero que sugería, desde la vellonera en el colmado de don Miguel, “matalá-matalá-matalá, no tiene corazón, mala mujer”. Y otro más le respondía, a 45 revoluciones por minuto: “con los guantes no se nota: la quiero desfigurar”. Entonces, no. No es la canción en sí; tampoco su contenido: tu propia formación te guiará por el camino conveniente. Siembra, y tú va ve; siembra, siembra y tú verás. Quien tenga la última palabra que tire la primera piedra. Líricas interpretadas no alteran vidas, letras que apenas sobrenadan en nuestras memorias.

Memorias, subtituló Buñuel “Mi último suspiro”.

Suspiro todavía por el primer amor.

El primer amor… se sabe, pero el último se queda.

Queda la música, Luis Eduardo Aute, para este toque de queda.  Esta es la última canción que escribí para ti: me cansé de vivir sin sentido.  Y ––¡Que sea la primera y la última vez que tú! ––advertencia de mi madre–– llegues después de las 10 de la noche a casa, lleves a extraordinarios una materia del colegio, comas limoncillos en pleno ataque de asma, te bañes en cueros bajo una tormenta de relámpagos, hales por los cabellos a tu hermana, te acuestes sin pedir la bendición de tu mamá, abras sudado la nevera, te tomes tú solo la última coca cola…

La última coca cola del desierto debe estar muy caliente, como para uno creer ser ella, poetas. A lo sumo, la botella vacía, evaporada, servirá para dejar mensajes de auxilio o de aliento mientras cruzas el desierto de Sonora, a pasar las navidades en el Norte. Que el trailer no se vuelque camino allá, Diosito, que son 55 migrantes que murieron. Que no sea, Virgencita, este mensaje el último.

El último mohicano, el último mexicano lo volverá a intentar. El último dominicano también lo hará, mientras persista la desigualdad social en esta isla estival, rap palíndromo de par, que a ratos parece perdida, como la última Thule.

Última Thule fue mencionada por primera vez por el geógrafo y explorador griego Piteas de Massalia (actual Marsella) en el siglo IV a. C.​ Piteas dijo que Tule era el país más septentrional, seis días al norte de la isla de Gran Bretaña, donde el quemante sol nunca se ponía. Procopio de Cesarea imaginaba a Tule como una isla grande del norte habitada por 25 tribus. Yo tengo una sola tribu, que habita en una isla partida en dos, cosa que muchas veces me deja sin palabras. Las palabras de la tribu, de José Angel Valente, cuadrilátero de letras donde se da una lidia eterna entre discurso institucional y palabra poética. En la mitología griega Tule era la capital de Hiperbórea, reino de los Dioses, camino que dan ganas a veces de tomar. El camino de los hiperbóreos, primera novela de Héctor Libertella, a quien conocí en el Buenos Aires de antes del Corralito, y compartimos copas con Lorenzo García Vega, quien también me acompañó en encuentros con Tamara Kamenszain, madre de Mauro Libertella, cría de creadores. Nunca vi al mismo tiempo a Tamara y a Héctor, quienes tantos años estuvieron juntos: ya se estaban separando en el 2000. Ambos ahora se han separado para siempre de sus cuerpos, y son palabras narradas y poéticas, un soplo de retórica.

Retórica rica de Vladimir Nabokov: “Ultima Thule, aquella isla nacida en el desolado mar gris de mi congoja ante tu muerte, ejercía ahora sobre mí la atracción de un hogar donde acoger mis pensamientos inefables”: para sobrevivir a la desesperanza, el viudo del cuento de Nabokov “La última Thule” hace que en su cabeza cobre realidad aquel país imaginario.

País imaginario. Escrituras y transtextos. Poesía Latinoamericana ya lleva 2 prolongaciones (1960-1979 y 1980-1992) bajo la guía audaz de Maurizio Medo, y en ambas aparecen poetas dominicanos: Neronessa y León Félix Batista. Maurizio dice que la tercera y última versión se llamará País imaginario. España; de manera que, dominicanos, Neronessa la última y yo el último.

Último tango en París, última bachata en la Duarte con París ante su remozamiento: 120 millones de duartes costó a nuestro Gobierno borrarnos los recuerdos de los hoteles de paso y buhoneros, de frikitakis con juvena, catibías con mabí, de intercambio de paquitos y desteñidas carátulas de LPs, de remúas (ahora pacas). En la Duarte con París se cantó el último tango, MALENA.

Malena es un nombre de tango, Almudena, y el tango una canción desesperada –aunque esta sea la vieja sentimentalidad de Neruda y estos no sean los últimos versos que te escriba García Montero–. Lo digo por experiencia de poeta, no como poeta de la experiencia. Almudena: Malena: tu canción tiene el frío del último encuentro, tu canción se hace amarga en la sal del recuerdo.

Recuerdo que una columna de diario no debería tener demasiadas palabras. Sean estas, pues, mis últimas, para el que ya es mi último artículo del año.