“Ahora tenemos un déficit comercial de 500,000 millones al año, con robo de propiedad intelectual de 300,000 millones. ¡No podemos permitir que continúe!”-Donald Trump.
El presidente Trump ha revelado un estilo marcadamente personalista, impredecible, agresivo e intolerante en el trato de los problemas internos e internacionales con los que comenzó a lidiar desde comienzos de 2017. Es el ejercicio global de los modales trujillistas, que sabemos eran muy particulares, incisivos, arbitrarios y concluyentes.
Corea del Norte es quizá el asunto de política externa donde con más fuerza se han relevado esas características del presidente. Hace apenas unas semanas, anunciaba en su cuenta de Twitter una nueva andanada de fuertes ordenanzas restrictivas contra Corea del Norte. Hoy declara al mundo que está deseoso de ver llegar el día “en que pueda quitarle las sanciones” a ese país. La misma conducta de hacer y deshacer, caótica y peligrosa para el desempeño de la economía mundial, se ha observado respecto a China y el tema de los aranceles.
Ante un presidente tan peligrosamente original, resultan acertadas y oportunas las advertencias de Hitoshi Tanaka, ex viceministro del Exterior nipón y figura clave en las negociaciones realizadas en 2002 entre su país y Corea del Norte. De acuerdo con sus convicciones, el presidente Trump, con su marcado modus operandi personalista, podría acarrear resultados desastrosos para el mundo, de manera especial para la región asiática. Recomienda a los Estados Unidos tomar muy en cuenta la idiosincrasia cultural asiática, con sus predominantes elementos confucianos.
Pero ¿acaso puede respetarse y obtener provecho de algo si no se conoce a fondo? Quizás por desconocimiento de esa cultura, es que utiliza con frecuencia el poderío militar como telón de fondo en las negociaciones con las más aventajadas naciones asiáticas. No estaría mal que el presidente repasara la historia de las cruentas guerras en Indochina y en la misma península coreana del siglo pasado, no importa que su tecnología militar sea hoy la más avanzada del mundo.
En relación con este punto, esperamos que en el encuentro del 12 de junio con el líder norcoreano no predominen sus conocidos rasgos de personalidad, sus irreflexivos y abruptos cambios de posiciones o los bruscos rompimientos con sus promesas previas.
El otro tema donde se revela el Trump impredecible es la imposición unilateral de elevados aranceles a sus propios aliados, además de las consabidas y onerosas sanciones a Rusia e Irán. Todos estos países amenazan con medidas recíprocas de la misma magnitud, sellando con ello el regreso acelerado al proteccionismo e involucrando por igual a bienes de alto valor añadido, como son los aparatos electrónicos, la maquinaria industrial o los productos químicos y farmacéuticos, en el caso solamente de China (ver imagen).
El presidente Macron trató de parar la nueva arremetida arancelaria de finales de mayo con una propuesta en el foro de turno de la OCDE. Sustentó la necesidad de refundar el multilateralismo. La reforma OMC se haría en un primer momento a puertas cerradas entre los Estados Unidos, la UE, China y Japón, para luego incluir a los miembros del G20 y de la OCDE.
La respuesta no se hizo esperar. Tanto Trump como su secretario de Comercio, Wilbur Ross, terminaron el mes de mayo con la aprobación de aranceles a las importaciones de la UE y de sus vecinos Canadá y México.
Poco impacto tendrá el toque de tambores en el Órgano de Solución de Diferencias (OSD-OMC) por las naciones perjudicadas. Y es que el curso estratégico está marcado, y lo resumió muy bien el ministro Ross: “Tendemos a favorecer las negociaciones bilaterales en vez de las multilaterales porque estas últimas toman demasiado tiempo para dar frutos” y provocan una “fatiga negociadora” que lleva a que se realicen compromisos “sobre el mínimo denominador común”: ¡nadie quiere regresar a casa tras tanto tiempo “con las manos vacías”! Una referencia inequívoca a los 14 años que tardó la OMC en pronunciarse sobre los subsidios al consorcio aeronáutico europeo Airbus.
Quizás tenga algo de razón el ministro. Luego de 23 años de vigencia, las normas y acuerdos que rigen el comercio multilateral, incluida la misma funcionalidad de la OMC, parecen requerir revisiones y enmiendas. Al margen del órgano de resolución de contenciosos, que propicia el respeto a las reglas y la solución de diferencias, tiene muchos adeptos la idea de mejorar el órgano de apelación y reexaminar las normas en materia de dumping, servicios, propiedad intelectual y su protección (sobre todo por China), entre otros aspectos clave.
No obstante, una cosa es reconocer la necesidad de enmiendas y otra muy distinta aplicar medidas proteccionistas brutales y unilaterales -que amenazan activos productivos, empleos y estabilidad- en una coyuntura en que la economía mundial parece comenzar a superar el trauma de la gran crisis financiera 2007-2009.