La dimensión estética del mundo natural confluye en todo tipo de creación sensible y en toda tipología de pensamiento que genera función ideal, ilusión creadora, producción de subjetividad, valor y valoración de productos artísticos trascendentes. Todo este marco definicional lo podemos comprobar o encontrar en el corpus platónico y el corpus aristotélico.

Ambos cuerpos conceptuales y filosóficos hacen posible la interpretación y comprensión de la “cosa sensible”, de tal manera que toda visión creadora surge del asombro, la experiencia perceptiva y el lenguaje mismo de la creación artística. El sujeto del arte se confunde con su propia creación, allí donde el ojo, la mano, la palabra, la transmisión poética y otras convicciones del acto creador repiten los modos de hacer del sujeto estético y antropológico.

Así las cosas, el arte, el lenguaje, el espacio, las invenciones ideales y las diversas percepciones de lo real crean posibilidades ideales, formales y visuales mediante estados-sentidos del sujeto. La lírica, la épica, la forma mimética, el ditirambo, la tragedia y la comedia constituyen expresiones que conforman la creación artística y sobre todo el uso expresivo del lenguaje desde la antigüedad griega hasta la biomímesis artística.

Dentro de los estados naturales y psicológicos del sujeto se producen impresiones, expresiones, conjunciones de forma y sentido, actos de creación, sentimientos inspirados, donde el estro, el numen-imagen y el numen-logos construyen una imagen de mundo y de sentido justificadas como obra, lenguaje o intención de creación.

Esta vertiente del arte adquiere valor en un orden sensible calificado como obra-de-creación. Su movimiento se constituye como evento, mensaje, forma, sentido y experiencia del sujeto en el mundo. El paso del mundo clásico griego al mundo moderno europeo implica una creación filosófica ascendente y conceptualmente vinculada, toda vez que el concepto de obra tiende a producir interrogantes en la medida que el sujeto del conocimiento atribuye, produce, inventa, justifica o fundamenta, traduce y realiza una determinada idea de creación.

La estructura de la experiencia humana y del mundo psíquico del sujeto, traducen en una perspectiva personal un producto de sensibilidad, forma e ilusión, generadores de una concepción de la obra y el “obrar” artístico que se sostiene en un marco de significación inmanente y trascendente.

Ambos marcos son propiciadores de bienes, lenguajes y contenidos creacionales que encontramos en la poesía, en las formas del arte, y en todo tipo de creación comunicadora como el teatro, la danza, la ópera, la escultura y sus variantes corporales o cinéticas. Esta extensión de sensibilidad y percepción ayudan a sintetizar un pensamiento de la forma mixta que se convierte en producto, pensamiento, idea y acto de subjetividad.

El tránsito de la filosofía helénica a la filosofía romana y la tecnología medievales, habrá de explicarse mediante el cambio de concepción que involucra la relación entre arte y pensamiento. Esta relación cobra valor en la poesía litúrgica, en la poesía sagrada, en el arte profano, en la teatrología natural y en la obra simbólica, la creación mundana y transmutadora, así como en toda vivencia del mundo cristiano en el alta y baja edad media. Es con San Agustin y Santo Tomás de Aquino cuando la categorización estética habrá de propiciar ideas sobre la creación, la estética de los elementos, el llamado misterio del arte, las invenciones materiales y formales que darán lugar a un tipo de estética alquímica proyectada en el tiempo, el espacio y la historia.