¡Beato!… ¡cooorre! Estuve oyendo de labios de todo el que pude durante los días posteriores al ciclón Irma. Leí cuanta referencia encontré sin saber de qué se trataba, hasta vi un afiche virtual donde el coloso de series y películas, Netflix, anunciaba su próximo estreno: Beato, la leyenda de Nagua. Mi ingenuidad sintió vergüenza cuando me entero que todo se trató de un muy comprometido reportero o periodista que hubo de trasladarse a Nagua para recoger las incidencias del clima y que enfrentó tranquilamente las fuertes olas enfurecidas en viento mientras hacía su reporte, a propósito del paso por la región caribeña del citado fenómeno atmosférico

Lo mismo ocurrió semanas atrás con la supuesta unión de dos personas que conozco. Uno de ellos, amigo, tremendo ser humano, con mil virtudes, y comprometido con las causas sociales del país, la otra persona, un chica dominicana con quien he compartido muchas veces, descendiente de padres haitianos, repleta de cualidades positivas, por quien siento una enorme admiración y que ha hecho un apostolado de la lucha de los desnacionalizados perjudicados con la retroactividad aplicada por la sentencia 168-13 a cientos de dominicanos hijos de haitianos. Fueron días pintorescos, donde la calidad de eso que llamamos periodismo en nuestro país quedó como lo que es en una gran parte: un burdo y barato ejercicio de intereses, poder y amarillismo.

En medio de todo tuvimos a las parturientas haitianas, acusadas de ser las causantes del colapso que distingue a nuestro sistema de salud desde hace años, también hubo asesinatos, horrendos asesinatos. Las redes han ardido, entre cuerpos cortados y deformes, comentarios de odio y repudio y… ¡una boda!

¡Qué ternura de jóvenes! Esta chica que vende helados, con su sonrisa pura e ingenua, que deja desnudos dientes y encías en armonía, se tapa la cara sorprendida y alegre, cuando su amado, un jovencito de nacionalidad venezolana, -que ejerce de profesión heredada de las políticas públicas de descuido y abandono de los campos durante los 80s por parte de nuestro Padre de la Democracia, Joaquín Balaguer, el motoconchismo, se postra rodilla al suelo, para pedir su mano. Todo frente a una pequeña multitud y alguien que ingenuamente (¿?) filma todo para la posteridad.

No pasó mucho tiempo y ya las redes sociales estaban a tope con las fotos de la pareja. Que cómo se conocieron, que si él le pidió amores, que si ella lo esperaba, que qué edad tienen… En fin, la isla se detuvo con todo y Ley de Partidos, con todos los asesinatos de mujeres, con dos casos un mismo fin de semana donde dos hombres mataron a sus respectivas parejas y luego se suicidaron; el país se detuvo con todo y Odebrecht, con la maestra que se quitó la vida y la otra joven colombiana que se lanzó de un edificio en la Ave. Anacaona. El magno evento, denominado luego La Boda del Pueblo, concitó la atención de todo el vivo y de paso, quitó el manto de hipocresía en que vive nuestra sociedad, otra vez.

La diarrea de ofertas a la joven pareja no tardó. Tienen todo, y cuando digo todo es todo. Sin embargo no “jayo en parte” alguna oferta para estudiar, una beca, ver qué opciones tiene los chicos estos de evolucionar en su accionar económico y profesional, puesto que todo lo recaudado es tan efímero como lo puede ser el propio matrimonio que planean, porque tampoco he visto la oferta de una o varias sesiones de algún consejero de parejas que les converse sobre lo que significa el proyecto en el que piensan embarcarse. No sé si les habrán dicho que el enamoramiento es una fase que puede durar de tres a ocho meses, como mucho un año y que opera en el organismo como lo hace una droga, provocando toda serie de acciones y situaciones que luego no pueden sostenerse, que justo luego de este tiempo, bien gozado, vivido responsablemente y agotado, es que estamos de frente a la persona tal y como es entonces empezamos a vivir el  amor.  ¿Les han hablado de planificación familiar y enfermades de transmisión sexual?

Igual solo estoy especulando, ignoro el tiempo que llevan de relación, hay muchas cosas que no sé, lo que sí sé es que casi todos los días en los diarios salen partes noticiosos sobre nuestros héroes del deporte, donde cuentan de las penurias y vicisitudes por las que atraviesan. Luego de que entregan su juventud, energías y salud al país, se quedan en el olvido, y algunos mueren en condiciones de extrema pobreza. Nunca he visto una sola de estas empresas que hoy se desbordan en loas, parabienes y donaciones para esta joven pareja, hacer lo mismo con muchas de estas  glorias hoy marchitadas en el olvido.

Esta pareja merece buena suerte –solo que la suerte no existe, creo yo-, merece felicidad, ¡claro!, y también merece prepararse un futuro que sea labrado con sus propias manos. Y seguir juntos, siempre cómplices y compañeros, y si la vida, fruto de las decisiones que ellos tomen hoy, les permite el favor de permanecer uno al lado del otro, ¡pues genial!

A una gran mayoría de nosotros, nos urge el drama fácil, el ligero, uno donde no se piense mucho, uno que distraiga, que embobe, que idiotice y embrutezca. Un espectáculo que nos saque de esta rutina azarosa y que no nos dé tema de análisis. Y eso es la Boda del Pueblo, que dicho sea de paso, y para placer de muchos de mis lectores, me animo a especular sobre qué pasaría si el enamorado fuera un haitiano de esos que se encuentran en tránsito en esta parte de la Hispaniola, porque al fin y al cabo, el amor es el amor. ¿Qué  pasaría? ¿También sería del pueblo?

Mientras pasamos la página del doloroso evento de Emely y otras niñas, ahora nos toca Boda del Pueblo, aunque este tema ya se está agotando y pronto vendrá otro. Para poner a muchos a hablar y opinar, para que el empresariado dominicano que parece que le importa poco la educación de este pueblo, haga publicidad gratuita y sin el mínimo esfuerzo promueva sus productos.

Panem et circenses…

Juvenal (circa 100 A. D.)