La estatua estaba dividida en varias secciones para facilitar su transporte y a la vez ocultarla de las autoridades. Sería enviada clandestinamente de Roma a Suiza y de allí transportarla al mercado negro mundial de coleccionistas de arte, donde podría venderse por un precio de más de un millón de dólares.

Se trataba de la estatua de uno de los hombres más conocido del imperio Romano; Cayo César Augusto, mejor conocido como Calígula, (12 DC- 41 DC) quien murió a los 29 años de edad. Sufría de “megalomanía” y se hacía erigir estatuas por todo el imperio. 

Aunque las fuentes “fiables” para describir su corto período de gobierno . . . no son fiables, estas lo describen como un hombre cruel que abusó hasta de sus propias hermanas.  

La estatua de Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados unidos y uno de los fundadores de la nación americana, fue derribada en estos días en una escuela secundaria en Portland, ciudad estadounidense del estado Oregón.

Se dice que Jefferson fue un esclavista y, como Calígula, abusaba de sus jóvenes esclavas. Esa se considera una conducta contradictoria, pues fue uno de los firmantes de la constitución de los Estados Unidos de América donde se declara, “todos los hombres iguales”. Él mantenía docenas de esclavos a su servicio.

El culto de sí mismos de algunos hombres los lleva a “querer” inmortalizarse de una forma u otra para “prevalecer” por los siglos de los siglos.

Así vemos en Egipto las estatuas inmensas de Ramsés II; Hitler sembró su imagen por toda Alemania; Trujillo fue quizás la estrella de todos estos megalómanos.

Recuerdo el derribo de la estatua de Saddam Hussein en Irak.La imagen de la saña del pueblo le dio la vuelta al mundo. En Cuba, no alcancé a ver ninguna estatua de Fidel Castro. Sí recuerdo que él prohibió el uso de su imagen para estos fines, aunque la propaganda personalista invadió toda la isla. 

La única estatua en bronce que queda de la época precristiana en Roma, es la de Marco Aurelio. Instalada en el año 176, siglo II. No corrió la misma suerte la de Atenea, construida por los años 500 AC y destruida en el año de 1203. Se estima que esta tenía unos 15 metros.

A través de la historia se yerguen cientos y cientos de estatuas que exaltan, promueven, recuerdan y nos mantienen la memoria fresca de hechos y situaciones buenas o malas. . .nuestra historia. 

Esa historia que unos han construido y otros destruido. Hemos intentado borrar en muchas ocasiones las acciones censurables de nuestros antepasados, pero contamos esa historia en nuestros libros. 

Estamos acostumbrados a pensar que las estatuas glorifican, pero también nos pueden presentar constantemente el mal, para no repetirlo, ya que solemos olvidarlo con frecuencia.

La estatua de Calígula, tuvo que esperar mil novecientos ochenta años, para ocupar un lugar en el museo de Roma. Esta es visitada con morbosidad por los espectadores que luego corren a Rumania atraídos por la estatua de Vlad Dracul (1428-1477), famoso por “empalar” a sus enemigos, quien es considerado allí héroe nacional e inspiración de la famosa novela… ¡Drácula! 

Estatuas hay muchas, quizás la más famosa sea la estatua de la libertad, regalo del gobierno francés a los Estados Unidos en el año 1886. Pocos conocen que el ideólogo de este colosal proyecto fue Édouard de Laboulaye, activista anti- esclavista que la propuso para celebrar los 100 años de independencia norteamericana en el 1865.

Los humanos continuaremos destruyendo algunas de estas infaustas estatuas. Las que sobrevivan, pasarán a ocupar las salas de los conspicuos coleccionistas quienes entienden que no hay “estatuas de sal”.

Todas las estatuas, incluyendo las más funestas, son un pedazo de la historia que se enmendará en algún tramo del camino; no importa que tengan que esperar miles de años, siempre habrá un museo que quiera exhibirlas, y, alguien que pague millones de dólares por ellas.

¡Salud!