Mi amigo Juan me recomendó el libro “What we owe each other: A new social contract for a better society”, publicado este año, de la autora egipcia Minouche Shafik, actual directora de la reputada “London School of Economics”. Me recomendó leer específicamente el capítulo 3, sobre Educación vista como un elemento fundamental para reordenar la sociedad.

Partiendo de los planteamientos de Minouche, quisiera reflexionar en este y en mi próximo artículo, sobre las oportunidades que derivan de invertir en esfuerzos educativos para la primera infancia, y en el aprendizaje continuo de la fuerza laboral envejeciente.

Permítanme empezar con la educación en la primera infancia. ¿Sabía usted estimado lector o lectora que la arquitectura del cerebro se desarrolla antes de los 5 años de edad? ¿que, dentro de esos 5 años, en los primeros 3,000 días, la nutrición que recibe el infante, la estimulación sensorial y el compromiso de sus padres incidirán de manera determinante en su desarrollo cognitivo y emocional?. Debo reconocer que, aunque algo de eso sabía me impactó, y tal vez le ocurra a usted lo mismo. ¿Tenemos acaso una consciencia clara de qué porcentaje de la población de 0 a 5 años en República Dominicana recibe educación inicial?.

En los primeros 5 años de edad existe una ventana de oportunidad para forjar una base en el cerebro de nuestros niños y niñas que permita a lo largo de su vida un adecuado desarrollo cognitivo y emocional.  Data tanto de países desarrollados como de países en desarrollo, evidencia que invertir en la educación de primera infancia es una de las formas más costo efectivas de incidir en que las personas tengan más habilidades, mayor capacidad de aprendizaje a lo largo de la vida, menor propensión al abandono escolar, así como a delinquir, desarrollar comportamientos criminales y abusar de sustancias tóxicas.

Existe, además, data que compara los resultados en ingresos, 20 años después, entre niños y niñas que recibieron 2 años de atención de primera infancia y niños y niñas en similares situaciones que no recibieron dicha atención. Los primeros obtienen salarios al menos 40% más altos.

Aunque se cuenta con información objetiva de los beneficios como los mencionados arriba, las estadísticas muestran que el nivel inicial ha sido desatendido en el mundo entero, y que no nos estamos ocupando como es debido, de proporcionar a nuestros más pequeños las herramientas mínimas necesarias para poder enfrentar los cada vez más complejos retos, ni para ser capaces llegados a la adultez, de integrarse al mundo del trabajo.

En la República Dominicana apenas un 5.4% de los infantes menores de 2 años se beneficia de educación inicial, para los niños y niñas entre 3 y 5 años la proporción de cobertura escolar es de un 56.5%. Puesto que se trata de un problema cuyo impacto es tan devastador para las personas y para las posibilidades competitivas del país, propongo que lo enfrentemos entre todos construyendo alternativas que deriven en oportunidades para nuestros más pequeños.

¿Qué impacto tendría, por ejemplo, en la cobertura escolar de primera infancia, que más empresas contaran con guarderías para hijos de colaboradores con edades entre 0 y 3 años? Además del beneficio inmediato para los colaboradores y las colaboradoras ¿Qué impacto tendría en el desarrollo cognitivo de los niños que asistieran a esas guarderías? ¿Y en sus niveles de ingresos en la edad adulta? ¿Y en el Producto Interno Bruto? ¿Será que si le buscamos la vuelta podemos ofrecer incentivos para hacer partícipes a las empresas del proceso educativo de nuestros pequeños? ¿Será que tanto empresas como gobierno pueden visualizar el valor que podría generar para todos abordar este problema?

Como he insistido en este espacio y en muchos otros, personales y profesionales, las debilidades y fallas de nuestro sistema educativo constituyen el mayor de nuestros problemas sociales y económicos. Confío en que la forma en que lograremos superar esas enormes trabas sea asumiendo que la solución está en unir fuerzas entre todos.