Soy vieja, tengo miedo. No sé qué me espera. No sé si podré salir nuevamente con toda la seguridad con que lo hacía. Claro, en el sentido irreal, ya que no quería salir de la casa mucho antes de esta crisis, porque si alguien venía del lado contrario al mío, si sentía un motor cerca, si venían dos personas detrás de mí, sentía miedo. Creía eran asaltantes. Pero dentro de ese miedo, me atrevía de vez en cuando salir aunque fuera al supermercado. Ahora otro temor me acecha y no voy ni al supermercado.

Pero como dicen, nada es para siempre. He visto con mucha alegría que se inauguró el C5i. Eso nos da un gran mundo de esperanza. Me entusiasmé, valoré eso, pero no sé lo que es. No entendí, me asusto porque creo que las neuronas me están fallando. Yo que siempre fui tan hábil, tan dispuesta, quien se llevaba todo al vuelo, hoy no entiendo.

Leo, releo y vuelvo a releer. Les juro que no entiendo, porque por un lado dicen que es un centro que va a llevar el control de todos los infectados por el Covid-19. Van a saber si es necesario llevarlos a los centros de atención, qué tratamiento se les debe aplicar, si han de dejarlos en la casa, si les subió la fiebre, en fin, que va a haber un monitoreo constante de toda la población, me parece que es algo que hay que valorar. Pero por otro lado veo que es un centro que va a seguir por medio de drones todo lo que tenga que ver con la seguridad nacional, estoy confundida. ¿Qué es eso que fue inaugurado con bombos y platillos?

Es posible que un centro como éste haya sido copiado de los países desarrollados, de los inventores  de las altas tecnologías, Japón, China, Alemania y hasta los EEUU. Me parece que si es algo completamente innovador de esta isla, digo, media isla, debemos patentizarlo rápidamente para que no nos roben la idea o de una forma poco egoísta, compartir ese procedimiento con los países tan pobres como nosotros y hasta con las grandes potencias.

De lo único que estoy segura es de que los países liderados por mujeres, han tenido mejor control de esta pandemia y es que las mujeres nos planificamos con tiempo y vemos más allá.

Creo que la mejor opción para gobernarnos sería una mujer, pero no una que vive metida en un salón de belleza. No una que le vayan a dar masajes a su casa. No la que se haya hecho  una cirugía bariátrica, la que se pone bótox ni la que tiene que tatuarse las cejas. ¡NO!

La mejor presidenta sería la que ha tenido que extender un sueldo mínimo para cubrir todas las necesidades básicas de lo que difícilmente se podría llamar hogar. Aquella que es capaz de vivir con un solo par de zapatos por no poderse comprar otros. La que ha tenido que darle agua de arroz o agua con azúcar a los hijos por no tener leche. La que acuesta temprano a sus hijos para que no les dé hambre a la hora de cenar. La que parte un lápiz en tres para que cada hijo lleve uno a la escuela. La que tiene que levantarse de madrugada para irse a un trabajo y con mucho sacrificio ponerse a estudiar, porque sin estudios no va a ninguna parte y ésta es una gran administradora, muy buena economista y más que todo, pensante en los momentos de crisis.

¡Qué lindo sería tener una presidenta! Pero no una Barbie, con una cinturita hecha, con extensiones de pelo, con su p’alante y su p’atrá bien configurados por el cirujano. Con un cerebro que piense y que sus garras no le alcancen para tomar lo que no es suyo.