“En nombre de la causa haitiana, en 2010, solamente en Estados Unidos, se reunió la astronómica suma de 2.200 millones de dólares. Casi el 20% de esta suma fue utilizada por el Ministerio de Defensa de Estados Unidos para financiar el inútil y agresivo desplazamiento de tropas cuando el terremoto. Podemos imaginar, sin mucho esfuerzo, cuánto recaudó el conjunto de las ONG norteamericanas. Si se considera la recaudación de las organizaciones oriundas de los demás países, es posible indicar, modestamente, que la suma superior de 5000 millones de dólares fue reunida, a lo largo de 2010 a nombre de Haití. Sin embargo, solamente el 1% de este total transitó por las instancias gubernamentales haitianas”.
Las palabras antes citadas son de autoría de Ricardo Seitenfus, brasileño, experto en política internacional, quien entre 2008 y 2011 fue el responsable de la OEA para Haití.
Vale la pena recuperar este párrafo, ahora que el señor Marco Rubio nos hizo su elegante recordación del precio que tiene la “ayuda” que Estados Unidos da a nuestros países, todo con el objetivo de obligar a votar en la OEA en contra de Venezuela, el país que a través de PetroCaribe, ALBA y Misión Milagro más ha hecho por los pueblos del Caribe en las últimas décadas.
Rubio -un senador acusado de vender su voto en el Senado a favor de la actual secretaria de Educación, habiendo sido ésta una de sus donantes de campaña- ha dicho sobre Haití, República Dominicana y El Salvador que: “Esto no es una amenaza, es la realidad”… “Estamos viviendo en un ambiente muy difícil en Washington, donde se están considerando recortes masivos a la ayuda en el extranjero y para nosotros va a ser bien difícil justificar la ayuda a estos países si ellos, al final del día, son países que no cooperan con la defensa de la democracia en la región”. Haití, República Dominicana y El Salvador, junto a Nicaragua, son importantes beneficiarios de la política de financiamiento blando de PetroCaribe.
Esto, seguramente, lo hace Rubio tomando como marco el nuevo presupuesto de la administración Trump, que aumenta en 10% el presupuesto para defensa, llevándolo a 574,000 millones de dólares, y aumenta en 7% los fondos del Departamento de Seguridad Interna, mientras recorta en 28% el presupuesto para el Departamento de Estado y en 13,5% el programa de ayuda al desarrollo.
En cuanto a República Dominicana, ¿a cuál ayuda se refería Marcos Rubio? ¿Qué es lo que él y la ultraderecha yanqui pudiera quitarle? Así como en Haití ¿se puede llamar “ayuda al desarrollo”?
Hace unos meses, hicimos un balance de la “ayuda” que el ex embajador J. Brewster había facilitado desde Estados Unidos a Santo Domingo. Decíamos:
“El actual embajador de Estados Unidos llegó a República Dominicana a fines de 2013 y en enero de 2014 ya tenía sentado a su lado al ministro de Economía, Planificación y Desarrollo firmando un “acuerdo de colaboración” por US$184.9 Millones. Y en esos días nos recordó que en 53 años la USAID, por sí solita, ya nos ha donado más de 1000 millones de dólares”.
También señalábamos que los Estados Unidos, entre 2010 y 2014, habían gastado 263 millones de dólares para la “seguridad en la Cuenca del Caribe”, y que su “programa de apoyo al cumplimiento de la ley” comprendía unos “US$8 millones por año y se centra en la construcción de la capacidad institucional de los organismos dominicanos encargados de hacer cumplir la ley con el fin de aumentar la seguridad ciudadana en general”.
Además de esto, Brewster -según él a petición del presidente Danilo Medina- dedicó 7 millones de dólares adicionales al sistema de atención a emergencias 911 en Santo Domingo, cuando estaba en sus inicios. Por otra parte, su ejercicio “Promesa Continua” con el buque hospital COMFORT y su operativo “Más allá del horizonte”, tan solo en 2014 incluyó donar útiles escolares, suministros médicos y mobiliario por un valor de USD$4 millones de dólares para escuelas y clínicas. Sumemos el acuerdo de cooperación con la Cancillería por US$10 millones para ampliar las acciones contra el narcotráfico; el regalo de dos lanchas interceptoras por más de 1 millón 50 mil dólares; el obsequio de 1.1 millón de dólares “para contrarrestar el tráfico de drogas, con la donación de diversos equipos e infraestructura”. Y para no seguir con mucho más, mencionemos los otros 300 mil dólares que obsequió en vehículos, computadoras, artículos de oficina, bombas hidráulicas y motosierras para operativos de extracción en emergencias, y hasta perros de búsqueda y rescate… Las donaciones en camiones, embarcaciones y equipos de apoyo ya van por 10 millones de los verdes
Frente a esto quedan tres reflexiones:
Primera, la gigantesca diferencia entre la “ayuda” que hace Estados Unidos y la cooperación que brinda Venezuela -por más que los “opinantes objetivos” pretendan igualarlas y convencernos de que eso que hace Estados Unidos ES la esencia de la diplomacia. Jamás aquel país caribeño, desde la agenda bolivariana, ha utilizado su ingente colaboración en hidrocarburos y salud para condicionar las decisiones de política interna de los Estados amigos ni sus relaciones con otros Estados. Menos para algo tan descabellado y destructivo como obligar a otro gobierno a realizar unas elecciones ilegales o ser suspendida de la OEA, como hoy quieren imponer a Venezuela.
Segunda, la “ayuda” de Estados Unidos es una inverosímil realidad que rompe con todo principio de la cooperación internacional. Más bien es un acto de compra. Tanto en Haití como en República Dominicana, Estados Unidos no ayuda, sino que financia y alimenta su propia maquinaria política, militar y su vasta estructura paraestatal de Fundaciones y ONG; además se establece como actor político importante, y socava la soberanía nacional inmiscuyéndose en temas de seguridad y defensa que deberían ser de exclusiva competencia del Estado nacional. Y de ahí a la compra de voluntades, a la presión espuria, a la inversión para convertirse en padrino insoslayable, no queda más que un paso. Un método de coloniaje sofisticado. Recordemos que hace poco, Estados Unidos condicionó los 750 millones de dólares para “ayuda” a El Salvador, Honduras y Guatemala a una verdadera agenda de cambios políticos, financieros, institucionales y legales que lo ubican como un gran elector en esos países.
Por último, más que reflexión una pregunta: Esta vez fue el senador Marco Rubio. ¿Qué pasaría si los Estados como el dominicano, el haitiano y otros siguen aceptando esta “ayuda” y en lugar de un senador, es el gobierno de Donald Trump y el aparato político-militar de Estados Unidos quienes deciden poner condiciones? ¿Acaso es casualidad que Honduras, Guatemala, Paraguay y otros le sigan la corriente a EE.UU. en la OEA enfrentando a países hermanos? ¿Cuánto hay de principios y cuánto hay de dolorosa subordinación y dependencia? ¿Volveremos a los tiempos de 2003, cuando el presidente dominicano Hipólito Mejía condecoraba presidentes de Estados Unidos en casas de playa y obligó a jóvenes dominicanos a participar en la invasión a Irak?
Esta vez, tómese con una advertencia. Tal vez oportuna y tal vez la última. La cooperación no puede ser un acto de compra, menos de piratería. Y aceptarla de esa forma es un acto bochornoso.