WASHINGTON, DC – Los acontecimientos de las últimas semanas han puesto de manifiesto que hoy Estados Unidos es vulnerable, no en sentido militar (eso sería tema para otro día), sino a otra clase de peligros. A diferencia de algunos comentaristas, yo no iría al extremo de afirmar que la democracia estadounidense se acerca a su final, pero es verdad que está encontrando amenazas que pocos imaginaban.

Estos últimos tiempos, las tendencias autocráticas del presidente estadounidense Donald Trump se han vuelto más marcadas que nunca. Es verdad que perdió en los tribunales varios casos que pusieron a prueba el alcance de su poder. Pero Trump y el Senado bajo control republicano están llenando los tribunales federales de jueces favorables, y los efectos de la designación de dos miembros ultraconservadores en la Suprema Corte ya son visibles, por ejemplo en la reciente decisión de permitir a Trump el uso de fondos del Pentágono para financiar un muro a lo largo de la frontera de Estados Unidos con México. Si Trump obtiene la reelección, es probable que tenga a la Suprema Corte agarrada del pescuezo.

La última fase de la autoexaltación del presidente comenzó con su apropiación de la tradicional celebración del Día de la Independencia en Washington. Lo usual es que las familias se reúnan en la Explanada Nacional y en diversos sitios de la capital para ver los fuegos de artificio. Pero desde que Trump vio en Francia el desfile militar por el Día de la Bastilla en 2017, quiso tener un espectáculo propio. El Pentágono lo frenó lo más que pudo, pero este año consiguió algo parecido a un desfile, con vuelo de aviones de combate y tanques estacionados frente al Monumento a Lincoln, donde dio un discurso.

Para la ocasión se armaron gradas frente a la estatua de Lincoln (yo casi esperaba que en cualquier momento cobraría vida y se iría de allí en señal de protesta) y hubo asientos reservados para donantes republicanos. Que un presidente exponga en público el 4 de julio es sumamente inusual, pero Trump dio un largo discurso, donde por momentos embarulló la historia de los Estados Unidos; por ejemplo, parece estar convencido de que en tiempos de la Guerra de la Independencia en Estados Unidos había aeropuertos.

A los estadounidenses les gusta pensar que su democracia tiene unas barreras de protección; acuerdos tácitos que, donde no hay leyes concretas, imponen límites a ciertos tipos de conducta, de modo que se da por sentado que hay cosas que un gobernante estadounidense no hace. Es parte de lo que mantiene (o mantenía) la cohesión de los Estados Unidos. Pero pocos días después de las festividades del 4 de julio, Trump derribó otra barrera importante al lanzar una diatriba racista contra cuatro congresistas de izquierda, mujeres, representantes de minorías étnicas: tuiteó que si no les gusta Estados Unidos, pueden “volver” al lugar de donde vinieron. Esta retórica fanática se usó muchas veces en la historia de los Estados Unidos para marginar a los inmigrantes, pero jamás un presidente había dicho algo así en forma tan abierta.

Y pronto cayó todavía más bajo. En un mitin para la campaña de 2020 celebrado en Carolina del Norte el 17 de julio, tras criticar a la congresista de origen somalí Ilhan Omar (de Minnesota), Trump observó impertérrito mientras la multitud le pedía a coro “mandarla de vuelta a su país”. Omar encarna los prejuicios de Trump todos juntos: una inmigrante musulmana de piel oscura y con posturas contrarias a Israel.

Incluso algunos congresistas republicanos, que casi nunca le llevan la contra a Trump, expresaron con reservas su malestar por la violencia del cántico. Esto llevó a Trump a hacer una de sus típicas contradanzas: al otro día intentó distanciarse de lo sucedido y afirmó que había tratado de detener el cántico; pero un día después ya estaba elogiando a los participantes del mitin.

Trump, por cierto, ha dado muestras de racismo la mayor parte de su vida adulta. En 1973 el Departamento de Justicia de los Estados Unidos planteó una demanda contra Trump y su padre por no querer inquilinos negros en sus proyectos inmobiliarios, que se resolvió mediante un arreglo extrajudicial. Antes de presentar su candidatura a la presidencia acusó falsamente al presidente Barack Obama de haber nacido en África. Después la emprendió contra el congresista negro Elijah Cummings, representante de un distrito de Baltimore (Maryland). Como presidente de la Comisión de Supervisión de la Cámara de Representantes, Cummings ha sido sumamente crítico de las condiciones en que se mantiene a los inmigrantes arrestados en la frontera sur. Este fin de semana Trump publicó tuits en los que describió Baltimore como un “desastre asqueroso, infestado de ratas y roedores”. Auxiliares de Trump han admitido a periodistas en privado que esperan que los ataques de Trump contra negros e hispanos lo favorezcan en 2020.

El recordatorio más reciente de la vulnerabilidad de nuestro sistema electoral democrático lo dio Robert Mueller con su testimonio en dos audiencias ante los congresistas el 24 de julio. La fuerza de sus palabras quedó casi sepultada bajo la discusión que se dio luego en los medios en torno de la aparente fragilidad física de Mueller. Pero aunque el macilento héroe de guerra, exdirector del FBI y muy admirado ex fiscal especial se mostró a veces lento y vacilante, las concisas respuestas que dio en las presentaciones ante la Comisión de Asuntos Jurídicos del Senado y la Comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes dejaron dos cosas en claro: que Rusia llevó adelante una campaña amplia y posiblemente exitosa para influir en el resultado de la elección presidencial de 2016 (algo que Trump todavía niega) y que ya está tratando de influir en la elección de 2020. En palabras de Mueller: “Lo están haciendo mientras estamos reunidos aquí”.

Y contra las afirmaciones de Trump y de su lacayo, el fiscal general de los Estados Unidos William Barr, Mueller repitió que su informe no exonera al presidente. Más sorprendente aún, insistió en que varias personas del círculo de Trump, y Trump mismo, usaron la campaña electoral (y tal vez la presidencia) para enriquecerse, y que esas acciones dejaron a Trump y a otros (por ejemplo su yerno Jared Kushner) vulnerables a chantaje por parte de valedores extranjeros. También afirmó (por iniciativa propia) que aceptar ayuda de países extranjeros en una elección (como hizo Trump en 2016) es un delito.

Mueller recordó a todos los estadounidenses de mente abierta que las barreras que protegen nuestro proceso electoral democrático se están cayendo. En una entrevista con George Stephanopoulos, Trump aseguró que volvería a aceptar ayuda extranjera; tras el revuelo que siguió, se retractó, pero solo en parte.

De hecho, el día antes del testimonio de Mueller, el actual director del FBI, Christopher Wray, declaró ante la Comisión de Asuntos Jurídicos del Senado: “Los rusos están absolutamente decididos a tratar de interferir en nuestras elecciones”. Y el día después del testimonio de Mueller, la Comisión de Inteligencia del Senado publicó un informe que asegura que Rusia interferirá en la próxima elección presidencial, y que países como Arabia Saudita, Irán y China también tienen capacidad para hacerlo.

Pese a estas advertencias, el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, impidió que el Senado debatiera dos proyectos de ley que buscan reforzar la seguridad de las elecciones en Estados Unidos, con el argumento de que los demócratas estaban tratando de obtener una ventaja política. Es de suponer que McConnell refleja la posición de Trump en lo referido a proteger el proceso electoral estadounidense contra la injerencia extranjera. Al menos dejó en claro que Trump y los principales republicanos piensan que la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses los beneficia. Todos ellos son ahora cómplices de exponer las elecciones estadounidenses, esencia de la democracia, a interferencias extranjeras malintencionadas.

Traducción: Esteban Flamini

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/trump-makes-america-vulnerable-by-elizabeth-drew-2019-07/spanish