Si alguna frase pudiera inmortalizar al inquilino actual de Palacio, es justamente la enunciada  posterior a la derrota sufrida el seis de mayo del 2007, producto de una franca desventaja frente al entonces presidente Leonel Fernández en la convención morada para elegir el representante de ese partido en los comicios del 2008. Danilo Medina notablemente zaherido por atreverse a competir con el que alguna vez fuera Maestro, Líder y Guía de los muchachos del Profesor, manifestó a la opinión pública, con el dolor que embarga la desdicha de aquellos a los que los persigue el infortunio: “el Estado se impuso”.

Ahí nace desde luego ese tipo de pugna que, a veces, guía desde lo más recóndito de las almas humanas,  algunas emociones ocultas que solo se desvelan cuando las acciones concretas afloran en los espacios públicos.  Porque como aquellos esposos inexpertos, sin entender los desvaríos de la naturaleza, ya no eran capaces de otra cosa más que de odiarse mutuamente. Y, para citar a Horacio Quiroga: “Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona”.

El panorama ha cambiado radialmente desde entonces y a partir del 2012, quien tiene la sartén por el mango o los sobrecitos, para confluir ideológicamente con  Fernández,  como nueva noción del Estado botín, es Danilo Medina. Irremediablemente enfrascado en menguar a cualquier precio y bajo cualquier pretexto  las posibilidades de volver al solio presidencial de su antecesor. El Estado, o los sobrecitos, como quiera que se entienda el concepto, en manos de Medina, ha sabido jugar a la desarticulación de algunos sectores de la oposición y detenido, si se quiere el posicionamiento  del PRM como fuerza principal dentro del espectro político con capacidad de desplazar al PLD.

Ha sabido crear la percepción de ser una estructura gubernamental invencible y ha redefinido el quehacer comunicacional en un espacio en donde no existen dudas de quién paga qué y cómo se distribuye el poder.

El danilismo gobernante, conocedor de la importancia que reviste la demostración de fuerza en el panorama político, ha utilizado los recursos públicos en contra de todo aquel que se cruce en su camino, como lo hace ahora contra Leonel Fernández. Y como si el tiempo pudiera ser reeditado, devuelve con una brutal serenidad,   el golpe encestado por aquellos que no creyeron que la vida hoy le estaría jugando cartas en contra y apostaron a la desesperación política del actual presidente.

En busca de lograr ese objetivo, han llegado al extremo de pactar una alianza estratégica con los líderes del PRM en lo referente a la ley de partidos y organizaciones políticas, para cerrar el paso de forma definitiva a su rival interno.  Una muestra  de que para él, cualquier eventualidad es razonable en esta coyuntura, antes que ver nuevamente el ascenso de Fernández a las escalinatas del Palacio Nacional.

Hoy  como sucede en las telenovelas, el victimario del 2007 es víctima de la fuerza de un esquema articulado en su tercer mandato para mantenerse gravitando como eje central del aparato social en materia política, junto al partido de gobierno. Y es que la aritmética congresual del oficialismo, mayoría abrumadora en ambas cámaras, bajo su lógica mercurial, se mueve como bien lo estableciera él, en su artículo del 10 de febrero de 2014 titulado “El poder y el liderazgo: entre puestos y sobrecitos” en función de quien compense las apetencias descarnadas de los políticos mediocres de su partido.

Ya nada parece impedir lo que a todas luces se ve irreversible, la muerte política de quien fuera en su momento el más importante de los mortales en esta tierra de Duarte y Luperón. Porque la lógica plantea que después de aprobada la ley consensuada, el gobierno tendrá la fórmula perfecta para vencer, por aquello de los puestos y el sobrecito, en el escenario que le resulte más fácil a los oficialistas, al León de Villa Juana. Y no faltaran, con razón o no, las voces de los que aspiraban a repartir la piñata como lo hicieron en ocasiones anteriores gritar; con enfado notorio y con la rabia del desesperado: “ el Estado se impuso”.