Al entrar en el verano del 2017 el país se encuentra sacudido por graves y permanentes escándalos de corrupción e impunidad, desorden político e institucional, de Odebrecht, los aviones Tucanos, de Ministros corruptos conocidos, el fantasma de costos de la planta de Punta Catalina, altos niveles de pobreza, creciente déficit fiscal y aumento notable de la deuda pública interna y externa, bajos salarios mínimos, demandas sociales, fractura de la clase política y un abrumado sentido de que la delincuencia y las drogas cada vez castigan más a esta atribulada sociedad. Por debajo de la aparente tranquilidad, consumo y crecimiento, hay un país con signos vitales de enfermedad.
La inmensa mayoría del país tiene un doloroso sentido de impotencia. Parece que todas las intituciones están amarradas, nada se puede hacer o cambiar, muchos velan solo por sus intereses a corto plazo, la política se ha degradado hasta la saciedad, el gobierno es un elefante blanco que crece a merced del clientelismo, alianzas minúsculas, botellas y nepotismo. La Justicia no funciona contra la corrupción y delincuencia. El partido PLD que gobierna, se convirtió hace años en una corporación por acciones y ha perdido toda referencia de sus objetivos. Todo es poder y dinero, al costo que sea. La oposición sigue dormida, fragmentada y sin relevo.
Cada funcionario es una isla de poder con su propio librito y arrogancia. Los sindicatos de obreros en su mayoría están comprados o alquilados por el poder, ni se preocupan por sus miembros. Es otro negocio viciado. La clase media en general está anestesiada en su auto indulgencia y consumo. El empresariado en sus empresas silenciosos o alejados de propiciar cambios y varios son grandes cómplices. Hay de todo.
La mayor frustración de la impotencia se manifiesta en ver la impunidad sin sanciones a los corruptos conocidos y los tapados, al ver la delincuencia y los asaltos diarios a la ciudadanía, al observar el tráfico de drogas y el lavado de drogas. Todo abierto y conocido, pero sin consecuencias. Nuestras fuerzas de seguridad y policías no salen de un escándalo ligado a los negocios de mafias y drogas. El sentimiento de desamparo es generalizado. Eso lo conocen y sienten los dominicanos.
Para los extranjeros todo parece color de rosa, observan el dinero en la calle, los autos de lujos, el progreso hotelero, nuevos restaurantes, centros comerciales, las torres y avenidas, en áreas urbanas. Los expertos de los organismos internacionales vienen y se van, y quedan confundidos en sus estadísticas de computadoras y dan la espalda a la realidad social y moral del país. Es un espejismo que dificulta conocer la verdad.
Solo escuchan que la República Dominicana es el país que más crece en la región, un 5.5 % del PIB por más de 6 años, que la inflación es de 1.2 %, que las reservas monetarias internacionales son las más altas, que la banca es muy sólida, que el turismo crece como espuma, y que en el país hay seguridad jurídica para las inversiones, pero sin decir que dicha seguridad es para los poderosos, los grandes y los políticos del gobierno.
Se repite que existe estabilidad cambiaria, pero no se menciona que se apalanca dicha represa con emisiones constantes de Certificados del Banco Central. A pura papeleta de Certificados, que ascienden a RD$ 471,885 millones, o US$ 9,334 millones al 8 de mayo, que no se saben cómo se amortizarán. El aumento de la deuda del Banco Central ha sido vertiginoso: de RD$ 87,412 en agosto de 2004, a RD$ 253,092 millones a diciembre de 2012, y en cinco años subió a los RD$ 471,885 millones, señalados.
La deuda pública también ha financiado el desarrollo y ha financiado 12 años de déficit fiscales continuos, algo sorprendente y peligroso. El déficit consolidado fiscal para el 2017 se proyecta de 3 a 4 % del PIB, más de RD$ 105,00 millones. La deuda pública ha aumentado en saltos. En el año 2004 concluyó en US$ 6,585 millones del Gobierno y US$ 2,126 millones en Certificados del Banco Central, por un total de US$ 8,711 millones. Para diciembre de 2012 ascendió a US$ 19,453 millones y en Certificados del Banco Central a US$ 5,329 millones, para un total consolidado de US$ 24,781 millones.
Ahora a marzo de 2017, la deuda del Gobierno aumentó a US$ 27,660 millones y la del Banco Central alcanzó US$ 9,334 millones, para un total de deuda consolidada de US$ 36,994 millones, que representa como dijo el FMI, el 52 % del PIB. Eso sin contar la deuda flotante de la CDEEE, Obras Públicas, Presidencia y organismos autónomos, quizás otros US$ 1,800 millones más. La deuda es el talón de Aquiles de la economía.
Para el 2017 el pago de intereses de la deuda asciende a RD$ 114,865 millones, o el 3.2 % del PIB o peor, al 22 % de los ingresos tributarios. Si se suma los intereses a pagar por el Banco Central, el pago de intereses global llegarán a 140,207 millones, o el 3.9 % del PIB. Un monto que muy delicado. Hay que tomar prestado para pagar intereses, profundizando un circulo vicioso de la deuda.
El sector comercial externo es bien débil y deficitario. Para el 2016 las exportaciones, nacionales y de zonas francas, ascendieron a un total de US$ 9,723 millones e importamos US$ 17,384 millones, que representa un déficit comercial de US$ 7,661 millones, financiado por la inversión extranjera, servicios y cuenta de capitales. Es decir, exportamos muy poco, porque producimos muy pocos bienes agropecuarios e industriales nacionales, salvo oro y plata, que han salvado la situación comercial externa.
Las cifras sobre el nivel de la pobreza e indigencia son bastante debatidas entre los expertos, y entre los datos del gobierno, instituciones independientes e internacionales. Sí creo que ambas categorías han bajado un poco en los últimos diez años, algo natural con el crecimiento logrado. No será óptimo, pero se evidencia mayor bienestar en el país. Si embargo, la pobreza sigue muy alta entre 32 y 35 % y la indigencia entre 8 a 11 %, según las fuentes. Pero estos son entre 3.8 a 4.0 millones de dominicanos, que viven y comen mal o muy mal, lo que en términos humanos es inaceptable para el país.
Mucha de la reducción de pobreza se debe a programas de asistenciales del Gobierno, con donativos, bonos solidaridad, bono gas y otros, que es algo artificial, llamada pobreza monetaria. Falta mucha equidad entre crecimiento, nuevos empleos y reducción de la pobreza y desigualdad. Lo lamentable que esos programas asistenciales se prestan, con la atrasada mentalidad política, a clientelismo, a dependencia y a obtener votos para la elecciones, como ha sucedido en Latinoamérica.
En resumen, como se evidencia, el estado de la nación es complicado y con signos de frustración muy preocupantes. En lo político la calidad de la democracia empeora por día. La institucionalidad se corrompe y la corrupción y su paralela impunidad, es el mayor cáncer de la nación. La base social del país vive en la miseria y con salarios reales a la mitad del costo de la canasta familiar. El desempleo juvenil es altísimo, quizás 45 %. Persevera la pobreza y las desigualdades, aún dentro del progreso de una parte de la sociedad. Vivimos en un país de gran dualidad.
Ha surgido un fenómeno social de gran esperanza. El movimiento heterogéneo de la Marcha Verde, que aglutina personas de diferentes edades y sectores, es un poderoso vehículo de lucha contra la corrupción y la impunidad. La juventud que dirige la Marcha Verde se han convertido en una gran ola de protestas, marchas en la Capital y pueblos del interior, y con su fuerza y disciplina, han creado una formidable maquinaria contra los vicios de la clase política. Son insobornables y pasionarios, algo que necesitaba el país.
Las protestas y la fuerza social que tienen traerán grandes sorpresas y el gobierno está frustrado y abrumado frente a los incansables Verdes. Van a seguir y seguir, hasta que haya Justicia contra la corrupción, sometimientos y sanciones de cárcel para los culpables. La nación exige una sacudida, una depuración. Los apoyo con toda simpatía. Son una gran esperanza e incidirán como movimiento en el futuro de la política.