De entrada es preciso asumir primero que un cuerpo en estado de equilibrio es cuando estando sometido a dos o más fuerzas que actúan en sentido opuestos permanecen en condición de estabilidad. Es decir, que aunque se desbalancea a veces, no se derrumba.  Y catastrófico refiere una situación de amenaza que implica destrucción, desgracias y grave alteración de desarrollo normal de las cosas.

En efecto, el título de este artículo evoca que la sociedad aunque se muestre en balance, sin tener físicamente en acción una catástrofe (alteraciones, destrucciones o desgracias), por la gran carga de insatisfacciones del conglomerado, se torna parecido a lo que significa un volcán en ebullición, que aunque conviva en algún punto, incluso, cerca de ciertas poblaciones, su estado ante de esparcir sus larvas, convive en una especie de equilibrio, reflejando calma y paz, pero, en el subconsciente social, resulta una amenaza catastrófica, en el hecho de que en cualquier momento puede explotar.

Para contextualizarlo, en la sociedad se da el hecho de que tanto los individuos como el estado, son agentes que conviven en una especie de contrato social, en el que los primeros asumen obediencia y el segundo,-el estado-, asume el control social en función a su poder coercitivo.

En torno a esta convivencia, el estado está llamado a ser receptor de demandas provenientes del cuerpo social que procuran obtener oportunos servicios de este estamento  para mejorar su estado de bienestar colectivo a través de la política social que dé respuestas a la llamada  revolución de expectativas que les son propias a los conglomerados.

Sin embargo, al transcurrir el tiempo, tanto lo que el estado prometió sin darle salida, más lo que se acumula de los déficits que los gobiernos incumplen de sus soluciones prometidas, provoca una congestión de las insatisfacciones, lo que da paso a que en la psiquis de los pueblos se interiorice una presión interna que aunque aparente que la vida se desempeñe como normal y con cierto equilibrio, los individuos están atrapados en un sentimiento de condiciones subjetivas para explosionar como colectivo.

A veces los gobernantes ven en su pueblo tanta paciencia, que pierden de rumbo que la tranquilidad solo resulta ser una situación de calma aparente, pero, en el fondo, cualquier fosforo enciende la mecha de la tea de la sublevación.

En correspondencia con lo planteado, resulta que ante cualquier presión producto de la acumulación de insatisfacciones de los conglomerados, la misma sociedad, en su calidad de  ente vivo, dispone de sus propios mecanismos para desacoplar sus  presiones, y en efecto, ella misma se hace profilaxis con algunas manifestaciones que son de carácter ritualiticas que a veces se ven como inútiles, pero, que cumplen una función igual al dispositivo que usan las ollas de presiones para disipar los gases que se producen en el proceso de cocimiento de los alimentos, igual, desde un enfoque de la sociedad, en el proceso de obediencia y mando que acumula más presión, cuando es disfuncional, resulta igual que una máquina de  vapor sin dispositivo de escape.   

En este sentido, como dije anteriormente, la sociedad como mecanismo de defensa,  dispone de varios ritos que resultan imprescindibles para su estado de convivencia, lo que en efecto le conviene a la elite del poder asumirla como un digestivo social. Entre otras citamos:   

  • Celebración periódicas de elecciones y que se hagan dentro del marco de la legitimidad, y mayormente, que estas no aparenten que fueron avasalladoras en termino de imponer cosas que rompan los códigos de esta ritualidad.
  • Fortalecimiento de las manifestaciones culturales y expresiones tradicionales a modo de fiestas populares, en el sentido, de que en esta se descoyuntan un conjunto de presiones que se desacoplan por medio al desbordamiento de estas fiestas bacanales, incluso con cierto culto al Dios Baco. Por ejemplo, los carnavales, que se ha pintado como fiestas demoniacas, su papel de catarsis social es de tanta envergadura, que existen estudios, concluyente que controlan las acciones delictivas, en virtud, como explican los sociólogos, en cada, pito, en cada serpentina y cada vejigazo, quedan atrás las presiones sociales, tanto de quien se disfraza como el que lo goza. En fin, todas las actividades de carácter popular, desacoplan tanto las frustraciones sociales acumuladas, que algunos especialistas postulan que deben servir de herramientas para el estado fortalecer su equilibrio aunque existan carencias de respuestas a las necesidades tangibles o materiales de los conglomerados.

En el colofón, retomo el asunto de la ritualidad de los procesos electorales, Javier del Rey, ha postulado, que la celebración periódica de elecciones es tan vital a los descoyuntamientos de las presiones acumuladas, en virtud de que asume el papel de reducir una explosión social en potencia, convirtiendo la posible catástrofe en una simple guerra semántica, de afiches, slogans y discursos. Incluso, se ha postulado, que las elecciones que menos desacoplan, son en las que el abanico de opciones es más restringido y repetitivo.