En mi artículo de la semana pasada, “Pan, espacio y olvido”, tomé la disyuntiva metáforica de Albert Camus, pan o espacio, para reflexionar sobre uno de los problemas fundamentales para las políticas de confinamiento en América Latina, las dificultades que confrontan importantes segmentos poblaciones para ceder el espacio público y replegarse en sus casas, ante la necesidad imperiosa de buscar el alimento cada dia.
República Dominicana no es la excepción a la referida situación, a pesar de que las autoridades gubernamentales se han jactado, durante años, del crecimiento económico sostenido durante décadas.
Pero, como el crecimiento del producto interno bruto no equivale a mejoramiento del índice de desarrollo humano, o en otras palabras, como el aumento de la riqueza no significa que la gente viva con mejores niveles de vida, millones de seres humanos viven en nuestro país la “vida desnuda”, arrojados a una lucha por la sobrevivencia que se asemeja, en muchas situaciones, a las de una sociedad del siglo XIX.
En este sentido, para más de la mitad de la población dominicana el confinamiento significa la clausura a las posibilidades de lograr el sustento familiar.
Pero la calle no solo es el espacio del pan, sino también del ocio. Si en los sectores de la clase media, las plataformas streaming, los escritorios para el teletrabajo, los televisores LED y los juegos electrónicos desempeñan el rol de distractores, en los sectores marginales, las casas constituyen pequeñas cárceles donde la estrechez del espacio dificulta la movilidad corporal, genera incomodidad e interacciones violentas.
Así, como ha señalado Tahira Vargas, en su artículo “COVID 19 y desigualdad social”, la calle se convierte, para los pobres, en una “extensión del hogar”. El espacio se ensancha como un mecanismo de fuga, de desahogo, de distracción y en el caso de los hombres, en reafirmador de la austoestima masculina. Estos aspectos dificultan el acatamiento de una orden de autoencerramiento de varios días.
También, debe agregarse un aspecto importante de nuestra historia cultural al problema del confinamiento. En nuestra sociedad, el ciudadano común ha interiorizado los hábitos de incumplimiento a la ley, no solo por la inexistencia de un régimen de consecuencias, sino también, como un mecanismo inconsciente de rebeldía ante regímenes donde la ley es solo para los débiles.
Dado este escenario, resulta comprensible las violaciones al estado de excepción proclamado hace quince días. Agréguese a la situación, que el actual gobierno se encuentra en una profunda crisis de credibilidad expresada en los últimos comicios electorales.
No obstante, los sectores del oficialismo pretenden obviar los hechos señalados, en vez de intentar gestionar la crisis orientado hacia los mismos. La socióloga Rosario Espinal ha señalado en su artículo“Higiene y distanciamiento social: ¿y los pobres?”, la necesidad de contrarrestrar la inviabilidad del confinamiento en los barrios populares mediante “las intervenciones sociales quirúrgicas”, es decir, mediante la intervención focalizada del Estado para aislar los pacientes afectados del virus mediante control sanitario.
Dicha acción sería más efectiva que la represión violenta en las calles y el hacinamiento de los detenidos en sórdidas cárceles. Es conocido por todos la arraigada práctica de violación de los derechos humanos de los organismos policiales dominicanos, estimulada, hoy, por un estado de emergencia.
Por otra parte, un aspecto fundamental que no debemos obviar es la necesidad de seguir manteniendo una actitud vigilante y crítica con respecto a las autoridades en este difícil momento de nuestra historia. De buena fe, muchos ciudadanos pueden pensar que no es momento para la crítica, sino para el trabajo solidario de apoyo al gobierno.
Existe un falso dilema en este planteamiento. En el mismo subyace una concepción errónea de lo que constituye el ejercicio de la actitud crítica. Se piensa que criticar es denostar contra el enemigo, no someter a cuestionamiento los fundamentos de nuestras prácticas. No hay contradicción entre apoyar a las autoridades gubernamentales en aquellas medidas acertadas relacionadas con paliar la pandemia, y cuestionar a esas mismas autoridades cuando las prácticas son incorrectas. Ejemplos de estas últimas son: el apresamiento violento y el hacinamiento de los presos en las cárceles, la entrega de alimentos sin tomar las medidas que cuiden el protocolo sanitario contra la pandemia, el cierre sin información previa ni organización de vías medulares de tránsito que pueden obstaculizar el tránsito de los especialistas de salud, o el intento de sacar capital político de las ayudas a los sectores marginales.
Por tanto, no debemos postergar el cuestionamiento para un futuro pos-pandemia. Porque el futuro comienza a gestarse hoy, cuando pueden tomarse medidas de consecuencias irreversibles, o pueden provocarse daños colaterales a los que podemos reaccionar demasiado tarde.