Todavía es prematuro poder establecer la cuantía de los daños ocasionados por los intensos aguaceros de todos estos días en gran parte del país. Pero tomando en cuenta los reportes de que se dispone hasta ahora, puede adelantarse que serán cuantiosos.

En  el recuento de víctimas dos niños perecieron ahogados y otros dos, por suerte, fueron rescatados en forma casi milagrosa.  El número de desplazados pudiera situarse cerca de cincuenta mil.   La cantidad de casas destruidas, total o parcialmente, pudiera fácilmente llegar a nueve o diez mil.  Al menos  un centenar de comunidades aisladas y media docena de puentes colapsados.  Una decena de acueductos fuera de servicio. Carreteras y caminos vecinales obstruidos. Varios cultivos prácticamente sumergidos, debiendo esperar a que bajen las aguas para establecer su condición,  aunque el Ing. Manuel González Tejera, uno de nuestros más calificados expertos agrícolas,  estima que salvo la siembra de yuca y una parte mínima del arroz del Bajo Yuna ya cosechado en su casi totalidad, serían las únicas pérdidas del agro y que todos los restantes son rescatables.     Al final, la  cuantía de los daños económicos pudieran acercarse a los cinco mil millones, pesos de más o de menos. Un verdadero estado de emergencia.

El propio González Tejera, quien es un dedicado estudioso de la evolución climática y el régimen de lluvias en el país, advierte que la intensidad de los aguaceros que han caído en estos días no tiene precedentes. En la mayoría de las provincias afectadas,  los mismos  duplican y en algunos casos triplican los máximos anteriores registrados en el mes de noviembre desde que  en 1931 se comenzó a llevar el registro de las lluvias caídas sobre el territorio nacional.  El saldo positivo que nos dejan estas vaguadas es que las presas disponen de un nivel de almacenamiento de agua de alrededor de un 93 por ciento.

Lamentarse de algo que ocurrió y que escapa a nuestro control no tiene remedio.  Lagrimeo inútil.  Sería como llover sobre mojado. Más cuando se trata de fenómenos naturales, posibles de predecir pero no de impedir, agravados por el calentamiento global, que no es fantasía sino una realidad reiterada y cada vez más palpable.

Pero sí procede tomar experiencia de este hecho catastrófico.  Si bien  las causas  escapan a nuestro control, analizar, en cambio, las consecuencias y la posibilidad de poder reducir sus efectos frente a contingencias futuras, si es tema de nuestra exclusiva responsabilidad.    Por lo pronto, dos de ellas.

Tal como señaló el Ministro de Medio Ambiente, Francisco Domínguez Brito, la cuantía de los daños ha sido mucho mayor al haber depredado los recursos naturales que nos hubieran servido de barrera defensiva para atenuar los mismos. Una realidad que nos sitúa frente a la urgencia de ampliar y preservar el inventario boscoso del país,  así como ir al rescate y velar con máximo celo por la integridad de nuestros ríos y fuentes acuíferas.

La otra, reubicar a las familias que residen en condiciones precarias y de elevada vulnerabilidad en sitios de alto riesgo: a orillas de ríos y cañadas, con peligro de ser barridos por la crecida de las aguas  así como en laderas y al pie de lomas y terrenos elevados, de resultar aplastados por los deslizamientos de tierras.  Y aplicar de manera enérgica, casi implacable, en su propio beneficio, la prohibición de construir viviendas en esos sitios.

En modo alguno se trata de la ilusoria propuesta de llenar el país de proyectos como el de La Nueva Barquita. Se sabe que eso es imposible.  Pero si buscar sitios mas adecuados y de bajo o ningún riesgo, para que familias de bajos recursos puedan levantar sus viviendas, que por lo común resultan improvisadas y construidas con materiales endebles. E inclusive, brindarles orientación para hacer las mismas más seguras y resistentes.

Por lo demás, esta tragedia, porque realmente lo es, sirvió para poner de manifiesto una vez más la generosidad y espíritu solidario de nuestro pueblo, a través del telemaratón nacional celebrado el domingo con la participación de varias telemisoras y de radiomaratones que se llevaron a cabo en distintas provincias afectadas.

Ojalá que en el futuro esa misma generosidad pueda ser expresada en condiciones más favorables y para fines menos angustiosos que en esta ocasión.  En el país contamos con muchas instituciones benéficas de fines altruistas y de beneficio social, necesitadas de manos amigas que con sus aportes les ayuden a seguir realizando su gran labor humanitaria.