Hace ya algún tiempo escribí sobre la pregunta de si corresponde realmente al expresidente Fernández la calificación de estadista o se trata simplemente de un hábil y bien instruido político superior a algunos de aquellos que le disputaban el poder y temen su regreso.
Para llegar a una conclusión habría sin duda que apelar a sus actuaciones. Intentémoslo. Un estadista es fiel a la Constitución que juró respetar y guardar y observa estrictamente las obligaciones que le imponen las leyes. Las notas del expresidente no son buenas en esta materia. Citemos sólo algunos casos. Con el contrato de la Sunland, de acuerdo con la Suprema Corte de Justicia, no observó el requisito de enviar el contrato al Congreso, protegido en el manto de la debilidad institucional que confiere a los gobernantes dominicanos un poder discrecional inadmisible en una democracia sólida y estable. Tampoco le aclaró al país en su momento el uso de ese dinero. Su gobierno ignoró las leyes de austeridad y la no menos importante de contratación y compra de bienes por el Estado.
Un estadista toma en cuenta las opiniones de la sociedad y respeta a sus opositores. El presidente guardó siempre estricto silencio sobre las quejas contra el gobierno y menospreció a sus contrincantes usando calificativos impropios en un debate democrático, lo cual hace todavía. Un estadista no busca ventajas sobre sus opositores ni se vale de las oportunidades del poder para vencerlos, como fueron las “nominillas” electorales y el uso de la publicidad oficial. Un estadista no utiliza la nómina pública para financiar su partido en detrimento de los demás actores políticos, como sucedía con las cuotas “voluntarias” de los empleados públicos.
En cambio, un buen y hábil político utiliza cuantas herramientas tiene en sus manos para derrotar al adversario y preservar el poder y en eso fue un artista.