Cuquito Peña está considerado como un maestro de la plástica dominicana. Fue un reconocido muralista, un excelente pintor. Fue, además, un cultivador de la amistad.
Por intermedio del escritor Sélvido Candelaria establecimos una relación de amistad que por momentos también involucró tareas profesionales. El quiso compensar algunos consejos legales que le ofrecí, con pintar un cuadro para mi oficina. Me reclamó con insistencia que tomara las medidas para determinar el tamaño de la pintura. Yo fui negligente en darle la información requerida no obstante mi interés en tener el privilegio de lucir un cuadro suyo.
Antes su insistencia un día me animé y tomé la medida. Llamé al maestro para ofrecerle lo solicitado. Era un martes de junio del año 2013. El teléfono sonó y en lugar de la voz del pintor escuché la de un joven, su hijo Emmanuel que me dijo: doctor es Emmanuel mi padre acaba de fallecer en este mismo instante. La noticia fue sobrecogedora. Días después un amigo que desconocía el suceso, afiebrado lector de Jorge Luis Borges, me recomendó la lectura del siguiente poema en prosa del iluminado argentino:
“Un pintor nos prometió un cuadro. Ahora, en New England, sé que ha muerto. Sentí, como otras veces, la tristeza de comprender que somos como un sueño.
Pensé en el hombre y en el cuadro perdido.
(Solo los dioses pueden prometer, porque son inmortales)
Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará.
Pensé después: si estuviera ahí seria con el tiempo una cosa más,
Una cosa, una de las vanidades o hábitos de la casa; ahora es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno”
“Existe de algún modo. Vivirá y crecerá como una música y estará conmigo hasta el fin. Gracias Jorge Larco. (También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal).”
Al leer el poema de Borges no pude evitar el recuerdo del triste episodio vivido con el maestro Cuquito Peña y lo cuento ahora aunque esta no sea una historia de navidad.