Los grandes desastres históricos y naturales, dicen los entendidos, no son siempre o totalmente perniciosos. La erupción del Vesubio en el año 79 d. C. fue algo providencial, destruyó a Pompeya y Herculano y una docena de pueblos y parajes de los alrededores, cubrió casas y cosas, sepultó en una tumba de lava y ceniza seres humanos y animales, entre ellos el perro de un famoso mosaico que todavía esta encadenado y ladrando, o por lo menos enseñando los dientes.
Sin embargo, el diluvio de lava dejó intacta la escena “en la trivialidad de lo cotidiano” para que la posteridad pudiera conocer al detalle incontables aspectos de las costumbres, el arte, la arquitectura, la organización social, toda una panorámica de la forma en que discurría la existencia en los centros urbanos durante el primer siglo del imperio romano.
Por eso muchos historiadores, arqueólogos, antropólogos, geólogos todavía se felicitan, baten las palmas de júbilo sin importar el costo que tuvo el feliz acontecimiento en vidas humanas, la secuela de horrores que se puede apreciar en el llamado jardín de los fugitivos y otros lugares de espanto.
En la lúgubre instantánea que tomó el volcán, la incandescente “nube piroclástica” que congeló la ciudad en el tiempo, todas las cosas materiales siguen siendo un poco igual a como eran en el año 79. Quedan fogones y ollas, restos de fruta, comida, panes y panaderías, tiendas, tabernas, quedan las plazas públicas y los templos, lujosas viviendas (con el retrete en la cocina), teatros, estatuas, prostíbulos, valiosísimos frescos y mosaicos…numerosas muestras del más representativo y moderno arte pornográfico.
En fin, queda casi toda la ciudad, con excepción de los techos de las viviendas, queda el magnifico trazado de calles empedradas, formando una cuadrícula en torno a dos arterias principales y perpendiculares…Propaganda comercial y política, en las paredes, letreros de abajo el gobierno… graffiti, obscenidades.
“La ciudad ofrece un cuadro de la vida romana durante el siglo I. El momento inmortalizado por la erupción evidencia literalmente hasta el mínimo detalle de la vida cotidiana. Por ejemplo, en el suelo de una de las casas (la de Sirico), una famosa inscripción Salve, lucrum (‘Bienvenido, dinero’), quizás con intención humorística, nos muestra una sociedad comercial perteneciente a dos socios, Sirico y Numiano, aunque este último bien podría ser un apodo, ya que nummus significa ‘moneda’. En otras casas abundan los detalles sobre diversos oficios, como los trabajadores de la lavandería (fullones). Así mismo, las pintadas grabadas en las paredes son muestras del latín coloquial empleado en la calle. Sin embargo, no hay que pensar que la ciudad que se excava en la actualidad quedó congelada en el momento de la erupción. La población de Pompeya se calcula entre las 10.500 a las 15.000 personas, mientras que solo se han encontrado unos 2.000 cadáveres. Además, muchos de los edificios están extrañamente vacíos, lo que hace pensar que gran parte de la población habría huido ya durante los terremotos que precedieron a la erupción (recordando, quizás, el gran terremoto del año 62) y se habrían llevado con ellos una parte de sus objetos de valor. Se explican así, además, algunos de los tesoros que se han hallado en la ciudad, ya que los ciudadanos que huyeron los escondieron para recuperarlos cuando los problemas pasaran. Por último, existen varias pruebas de que la ciudad fue saqueada (ya por sus antiguos habitantes o por otras personas) durante los meses e incluso años siguientes, a fin de recuperar sus pertenencias o llevarse los materiales valiosos, para lo cual excavaron túneles entre las cenizas endurecidas”.
Sobre el padecimiento, el infierno que sufrieron muchos de los habitantes de Pompeya, se conocen los detalles gracias al invento u ocurrencia de Fiorelli:
“Fue Giuseppe Fiorelli, arqueólogo italiano, en 1865, quien sugirió rellenar los huecos que habían dejado los restos humanos con yeso. Las cenizas de la erupción se depositaron sobre los cuerpos, endureciéndose, la materia orgánica desapareció, y quedaron los huesos, pero también una cámara vacía allí donde debían estar los músculos, ropas y otras pertenencias que portase encima la víctima y de las que no quedaba ni rastro. Fiorelli, vertiendo el yeso dentro de estos huecos, obtenía moldes de gran precisión de los últimos momentos de la vida de estas personas que no pudieron escapar a la erupción. En algunos de ellos la expresión de terror es claramente visible. Otros se afanan en tapar su boca o la de sus seres queridos con pañuelos o vestidos tratando de no inhalar los gases tóxicos, y alguno se aferra con fuerza a sus joyas y ahorros. Tampoco falta quien prefirió ahorrarse el tormento quitándose la vida, conservándose su cuerpo junto a pequeñas botellas que contenían veneno. Los perros guardianes siguen encadenados a las paredes de las casas de sus amos, al igual que los gladiadores del anfiteatro (en este último caso, acompañados de una misteriosa mujer cargada con todas sus joyas de gala)”.
NOTA: Lamentablemente los cataclismos se repiten y en estos mismos momentos está estrenando Italia un nuevo padecimiento telúrico, las secuelas de un terremoto que se ha cobrado ya tantas vidas, que se suma al padecimiento de una guerra sin fin, la guerra infinita en otras regiones del mundo.
La angustiosa pregunta del poeta metafísico Jhon Donne tiene cada día más vigencia: "¿Por quién doblan las campanas?"
Y desde la antigüedad Terencio repite: "Nada humano me es ajeno".
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