A pesar de estar aparentemente en el umbral de la desesperación, hay esperanza. El umbral es el paso primero de cualquier cosa o entrada a alguna parte, pero la desesperación es cosa muy seria.
Es tal vez una de la más trágica de las condiciones humanas.
Perder la esperanza es anular la calidad de vida y la misma existencia de la fuerza y eficiencia de la virtud de las personas templadas.
Cuando se llega a la entrada de la desesperación se comienza a percibir un sentido de pérdida de la esperanza y el individuo o pueblo llega al estado de sentir un desaliento que equivale a estar cercano a la defunción cívica.
La desesperanza roba la alegría, alienta la inseguridad, perturba la mente, trastorna el equilibrio emocional, debilita la voluntad de producir, merma la confianza, nubla la visión, quebranta la espiritualidad, agota la paciencia, y hasta puede hacer dudar de la fe.
Cuando la sociedad está en el umbral de la desesperación debido a múltiples incidentes de violencia acontecidos en el país resultado de funestos desempeños políticos, de malas prácticas de negocios, donde la nociva desesperanza comienza a socavar la confianza, debilita la fe y quebranta la virtud del amor; este es el comienzo de una tragedia social comparable a una muerte infligida por descorazonados malévolos, conscientes de sus nefastas acciones, o por la negligencia, parsimonia, incompetencia o inconsciencia de la autoridad.
Este estado de situación puede ser causado por múltiples razones, entre ellas: la maledicencia de importantes figuras políticas y funcionarios gubernamentales que deben proteger a la sociedad, y en lugar de esto, están implicados o apoyan actos inmorales, de corrupción y sobornos. Entre estos hay miembros del Poder Judicial, que por inercia o involucramiento, contribuyen a la impunidad y de esta manera dan muerte solapadamente a la esperanza del pueblo. Aún hay comunicadores sobornables que son como voces de heraldos de la maldad; y para colmo, la incapacidad o parcialidad de algunos indignos jueces que dictan sentencias que causan vergüenza y hieren la susceptibilidad de gentes de valores humanos y de corazones nobles.
Por otro lado, sabemos de personajes politiqueros y patrioteros que inciden de manera indecorosa para denigrar y negar la dignidad humana, por tener conciencias enturbiadas de prejuicios de mala clase.
Estamos a un paso de un estado de desesperación, por lo cual anhelamos escuchar a profetas como Juan el Bautista diciendo: “Raza de víboras… arrepiéntanse y hagan la voluntad de Dios”. Hay la necesidad de llevar a cabo y cumplir con las obligaciones cívicas para devolver la esperanza al pueblo. No debemos permitir que se pase de la puerta del civismo, de la moralidad, del buen ejemplo de toda la ciudadanía, para entrar en el estado de desesperación. Se requiere urgentemente el cambio radical de todas las personas en todos los niveles de la sociedad, para cumplir cabalmente con las leyes, las buenas costumbres e implementar la justicia social y ejercerla con el mejor decoro, para el bien común.
Cerremos la puerta del umbral de la desesperación y no seamos pusilánimes y serviles. Digamos ¡No! al mal que se presenta en la antesala de nuestro conglomerado, para no perder la esperanza, ni perecer bajo el imperio de la violencia y la inmoralidad.