Cuando nos encontramos en situaciones muy apretadas, grandes crisis como la que vivimos actualmente con la híper-corrupción y su impunidad el peor mal que nos corroe; con la falta de recursos económicos, deficiencia extrema de servicios, dificultades laborales, falta de empleo, desintegración familiar y miles de obstáculos que nos impiden lograr nuestros objetivos, o cualquier otro tipo de inconveniente, tendemos siempre a volvernos nerviosos, a no pensar las cosas, a perder el sueño, a deprimirnos o sentirnos tristes y lo peor de todo, perder la esperanza.
En el libro “El principio de la Esperanza”, del filósofo alemán, Ernst Bloch, se define la esperanza como la determinación principal de la estructura del mundo, un principio siempre presente y un rasgo constitutivo del ser humano.
Bloch interpreta la esperanza como un espacio abierto y sin límites, donde todo cabe, una caja de sorpresas basada en la novedad y en el optimismo.
Por lo general, solo sentimos la necesidad de “tener” esperanza cuando algo va mal, o cuando nos encontramos en una situación incómoda
Aristóteles definía la esperanza como el sueño del hombre despierto, algo que no era lo real, pero que deseaba que así fuere, por lo que lucharía por hacer su sueño realidad. Mientras que para Sócrates, el más grande de los filósofos, la esperanza es el fundamento del ser humano, afirmando que al menos espera despertar cada mañana.
Sin embargo, Sócrates pensaba que no todas las personas eran capaces de identificar la esperanza, planteamiento que Eurípides conceptualizó afirmando que solo el hombre superior, pensante, moral, epistémico y justo es fiel a su esperanza y la sabe reconocer dentro de sí mismo.
En el mismo sentido, Tales de Mileto afirmaba que la esperanza es el único bien común de todos los hombres. En República Dominicana podríamos decir que la esperanza se ve como una utopía, pues los políticos y los actores más poderosos del sistema se han asociado como mafia criminal y están matando hasta la esperanzar, revirtiendo así lo tratado por Tales de Mileto.
Pero el concepto que nos ha quedado hoy en día es el traído con el cristianismo, después de la época de Constantino, quien en Roma fue visto como la “esperanza que los cristianos esperaban” al poner un supuesto “alto a las cruzadas” y permitir libremente a los cristianos defender y predicar su religión.
En esa época se popularizó el sentir de que la esperanza es algo bueno, algo necesario, aliada a la fe, a las religiones, a las doctrinas y al ser humano.
Por lo general, solo sentimos la necesidad de “tener” esperanza cuando algo va mal, o cuando nos encontramos en una situación incómoda.
Usualmente tenemos esperanza en que ocurran las cosas de la manera en que queremos, olvidándonos de que debemos desear lo que nos convenga, pues no todo lo queremos es lo conveniente para nosotros.
Todos tenemos nuestras páginas en el libro de la vida, a nosotros nos toca escribirlas con nuestros hechos, y esperar sin desesperarnos el momento preciso para hacerlo.
Toda situación, por complicada que sea, tiene un fin natural o tiene una solución. El futuro del mundo es incierto y mientras mantengamos la fe, mientras tengamos esperanza y la reconozcamos, no en los demás, sino en nosotros mismos, podremos cambiar el futuro y cambiar nuestro destino, siendo prospectivos y deterministas dejaremos nuestras marcas y plasmaremos nuestros nombres en la historia.
En este período cargado de luchas, obstáculos y de retos muy fuertes, debemos observar las oportunidades, conquistar la resiliencia y mantener la fe y las esperanzas vivas.