El caso Odebrecht está siendo la gota que colma el vaso. Es el asunto de corrupción política más conocido y divulgado, provocando que el pueblo dominicano tome las calles clamando justicia y la erradicación de la impunidad. Sentimos el dolor de la mayoría, esa indignación, el grito de los muchos frente al sistema. Porque éste, como saben, no es un caso aislado.

La corrupción en los organismos y oficinas del estado viene produciéndose desde hace mucho tiempo. Todos sabemos que durante años la corrupción ha sido ignorada y ocultada descaradamente por las autoridades, desde nuestras instituciones, vulnerando los valores que nos enseñaron nuestros padres y abuelos. Aunque hubiese denuncias difundidas por los medios de comunicación e incluso llevadas ante la Justicia como los casos de OISOE, SunLand, Los Tucano, entre otros; realmente nunca hemos visto una resolución efectiva o acciones correctivas en contra de los funcionarios públicos envueltos en ellos. El poder siempre mira para otro lado.

La promoción del clientelismo político, el secuestro de las cortes y gran parte del sistema judicial blindan el sistema político, principal foco desde el que se extiende la corrupción. No sólo se ve como algo normal que un político de la noche a la mañana se enriquezca, sino que también se presenta como ‘normal’ que las personas hablen de las “botellas”, “barrilitos” y la cultura del LMA (Lo Mío Alante), como si no fuera nada del otro mundo. Tampoco podemos olvidar a los ‘amigos del partido’ que se ven beneficiados con uno u otro favor. Eso demuestra que la corrupción está en las raíces del sistema. Y que se están parasitando las instituciones.

Debemos preguntarnos, ¿a dónde vamos a parar con todo esto?, ¿Qué futuro estamos construyendo para nuestros hijos y nietos? ¿De verdad queremos vivir en una sociedad donde no se castigue lo que está mal hecho? ¿De verdad debemos permitir que los funcionarios públicos se beneficien de su posición, se enriquezcan de manera ilícita y vivan una vida de lujos mientras que muchos dominicanos no tienen lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas?

Hubo un tiempo en el que creímos, soñamos, nos ilusionamos por construir un Estado de bienestar para todos. Un Estado no sólo de derecho, sino de derechos para el pueblo dominicano. Hoy el 1% de nuestra sociedad, la minoría, se está quedando con el 99% de nuestro país.

Nosotros, como nación, tenemos que reaccionar. Tenemos que desarrollar nuestra conciencia, sentar un precedente cambiando nuestra forma de pensar. Emplazándonos a un liderazgo colaborativo frente a los que nos roban y saquean nuestras instituciones. Debemos plantearnos una transformación cultural, política y social que nos dirija hacia un bienestar común y que nos garantice equidad, seguridad y más oportunidades, y para ello es indispensable hacer un frente legal, político, académico y moral contra la corrupción, sea ésta a gran escala o sea ésa que parece que forma parte de la vida pública de forma natural y que todos padecemos a diario.

Las medidas de coerción impuestas por el Juez  de Instrucción Especial de la Suprema Corte de Justicia, Francisco Ortega Polanco, a los acusados de corrupción del caso Odebrecht son sólo un comienzo. Pero es una luz frente a la oscuridad. Éste es el momento en el que la sociedad civil debe alzar su voz, empoderarse de su futuro y exigir a las autoridades llegar al fondo de estos actos, señalar a los culpables, recuperar lo robado y establecer un régimen de consecuencias efectivo.

Para acabar con la corrupción hay que poner fin a la impunidad. Para acabar con la impunidad es necesaria la respuesta de todos los dominicanos asumiendo nuestra responsabilidad como nación para cambiar nuestro país. Y para levantar a nuestro pueblo hay que escucharlo. Esta semana una abuelita me paró en la calle, comentamos las últimas noticias, y nadie mejor que ella definió hasta ahora la que debe ser nuestra hoja de ruta: “hijo, necesitamos construir esperanza frente al miedo”. Vamos, compatriotas, a ello.