Debería ser conocido, aunque parezca lo contrario, que personas, países, y animales domésticos, si no tienen educación y buen trato, les resulta difícil convivir civilizadamente. Si faltan reglas y valores – como sucede entre nosotros – tarde o temprano se desatan las peores tendencias, y se arma “la de San Quintín”.

Entonces, si aquí desde hace tiempo andamos como chivo sin ley, ¿por qué ahora se extraña tanta gente de que pase lo que está pasando? ¿Acaso no dice bien claro la historia que la criminalidad y el dominio de los malvados avasallan el colectivo cuando las instituciones y sus líderes se corrompen?

"El imperio de la ley y el orden no es una mera regla institucional, sino una estructura legal en la que la gente debe confiar… Si el pueblo cree que la Policía, los abogados o los tribunales están corrompidos, el imperio de la ley se hunde". Afirmó a Efe el director del Departamento Jurídico del FMI, Sean Hagan.

Este desastre cívico del que somos testigos es el resultado de una simple ecuación social – de esas de dos más dos son cuatro, y de las de si Pepito tiene cuatro aguacates y le dieron dos tendrá seis. Nadie debe devanarse los sesos explicándose el desastre cívico que sufrimos, pues si las instituciones de orden público son mercados, los gobernantes malandrines, y el poder convive con el narcotráfico, la respuesta es clara.

El despelote de esta república no puede no ser. En otras palabras: estamos donde tenemos que estar, no podíamos estar de otra manera. Se diseñó una colectividad sin rumbo y sin reglamentos. Pero ahora nos jalamos las greñas espantados, aparentando sorpresa cuando sabíamos – y dejamos – que nos llevaran al despeñadero.

Ahora se erizan los pelos frente a un narcoestado que se venía formando desde la mismísima era de Joaquín Balaguer. Recordemos esos jefes de policías y elites militares de entonces retirándose a mansiones playeras y disfrutando de una opulencia tan inexplicable como las que exhiben los jefes de ahora. Y luego, en gobiernos sucesivos, es indudable la vinculación directa e indirecta de grandes capos con presidentes, senadores, diputados y altos funcionarios.  

Sufrimos gobernantes que se pasan leyes, constitución, e instituciones, y cualquier consideración ética, por el mismísimo forro. Es que no podían habernos conducido a otro lugar diferente del que estamos. Somos “un tiburón podrido” envuelto en papeles de colores macroeconómicos.

Pero hay gente que ignora la historia, las matemáticas simples, las tragedias latinoamericanas del presente, y los cataclismos previsibles.  Gente ciega, ignorante, que no quiso protestar por lo que se nos venía encima; o que escogió mirar para el otro lado, enajenada por el poder y el dinero. Hoy piden orden, saneamiento policial, justicia. Ya no les pega. Quizás es tarde.

La criminalidad que desde el poder hasta los barrios infecta esta nación se estuvo incubando por décadas. A los que alertaron sobre la llegada de esa peste apenas se les prestó atención. Frente a ella comienzan a oírse gritos desesperados, pretendiendo sorpresa, como si esa peste fuese repentina. Cuanta hipocresía.  ¡qué tragedia la nuestra!