Cuando asumimos la dirección de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo nos dispusimos a crear nuevos espacios académicos, no solo en un sentido espacial (buscar lugares distintos a la Universidad con el propósito de llevar nuestras actividades más allá del limitado espacio del recinto universitario) sino también, en un sentido hermenéutico, convencidos de que los lugares están vinculados indisolublemente a nuevas mentalidades, nuevos espacios implican también accesar a nuevas perspectivas del mundo.

Partiendo de ese supuesto, realizar las actividades en un mismo recinto implica limitarse a una forma de ver el mundo, en nuestro caso, la de los mismos colegas que hacen vida dentro  de la universidad pública.

Esa es la razón por la que desde el comienzo de la gestión, hace ya cuatro años, exploramos la realización de actividades en distintos espacios de la geografía nacional: En recintos del interior de la UASD (Santiago, San Francisco de Macorís y San Pedro), así como en otras universidades e instituciones académicas (PUCMM, Instituto Superior de Humanidades y Ciencias Sociales Pedro Francisco Bonó, Universidad Católica de Santo Domingo, Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino, la Academia de Ciencias de la República Dominicana), librerías (Cuesta, Mamey) y exploramos espacios novedosos como el del Centro Cultural Asturiano.

Con ello, tuvimos la oportunidad de accesar a nuevos públicos, nuevas mentalidades y nuevas oportunidades de generar espacios de reflexión y debate, como también proyectar  la filosofía a  nivel nacional, convencidos de que el modo de justificarla no es hablarle a otros de lo importante que es, sino organizar eventos donde emergan las interrogantes cruciales que la legitiman.

Visitar otros espacios nos expone otros que son distintos, nos expone a individuos que por formarse o frecuentar otros lugares tienen concepciones del mundo ajenas a los lugares donde nos hemos acomodado a mirar la realidad.

Lamentablemente, las universidades dominicanas y las instituciones académicas en sentido general no tienen este punto de vista. Se encierran en sus pequeños espacios y se les dificulta organizar eventos conjuntos donde se vean obligados a desplazarse hacia otros lugares, hacia otras miradas.

De este modo, nos acostumbramos a obsevar lo mismo, a pensar lo mismo, a dialogar lo mismo, a conversar con los mismos. Y por supuesto, nos volvemos dogmáticos, cerrados y sordos hacia una multiplicidad de voces que nos ayudarían a esclarecer nuestra forma de entender el mundo.