El centro en política tiene mala fama. Se le ha acusado tradicionalmente de oportunista: por no constituir una corriente política con definición propia sino tan solo el intento de aprovechar una coyuntura evitando caer en los extremos de la izquierda y la derecha. Es despreciado pues, para la derecha, los centristas son unos traidores y, para la izquierda, son  contertulios de la derecha. Otros, finalmente, consideran que el centro es tan irrelevante como lo es la propia distinción entre izquierda y derecha.

“E pur si muove”: por un lado, la izquierda que sustituyó a la izquierda disidente, contestataria, socialista, insurgente de los 60 y 70 del siglo pasado –solo presente hoy en Cuba- y que se divide en una izquierda “bolivariana” (Venezuela, Nicaragua, Bolivia), una socialdemócratica-liberal (Chile de Bachelet, el Brasil de Lula y Roussef) y una populista stricto sensu (Lopez Obrador); y, por otro, una derecha que se bifurca en la neoliberal –consolidada en la era de la liberalización económica en los 80 del siglo pasado- y la nueva derecha populista, religiosa y nacionalista, crecida en el fermento de la vieja reacción conservadora; se constituyen en renacidos extremos políticos que hacen que el centro, el necesario justo medio y la moderación, sean más necesarios que nunca en nuestra política.

Varios elementos inciden en el centro político dominicano. Primero, según una encuesta de Mark Penn de octubre de 2017, por primera vez los que se declaran independientes superan a cualquier partido. Un altísimo 58% se auto describe así, en contraste con un 29% que se definen como simpatizantes o miembros del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), un 9% del Partido Revolucionario Moderno (PRM), un 3% del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), un 1% del Partido Reformista y un 1% de otros partidos. Desde enero de 2016 los independientes han aumentado de un 36% a un 58%. Esto significa que más de la mitad del cuerpo electoral, al definirse como independiente, constituye una mayoría no tan  silenciosa, claramente desencantada con las opciones partidarias existentes, sean estas consideradas o no de izquierda o derecha, y proclive a apoyar una tercera vía, una vía del centro, expresada en una tercera opción político-partidaria, o canalizada a través de los propios partidos que tengan la inteligencia o el potencial de poder crecer en el espacio del centro político, como lo supo hacer brillante y oportunamente Danilo Medina tanto en 2012 como en 2016, quien todavía hoy por eso y su gran gestión de estadista sigue marcando en las encuestas como el candidato preferido de la población.

Segundo, esa mayoritaria franja de independientes, así como puede nutrir un poderoso movimiento partidario o extrapartido de centro, es, aunque parezca paradójico, el caldo de cultivo ideal para una alternativa populista, que se encarne en un líder mesiánico, que se articule en base a una cadena de “significantes vacíos” (“patria”, “nación”, “la familia”, “seguridad ciudadana”, etc.), que se contraponga a enemigos reales o inventados (los “haitianos”, los
“corruptos”, etc.), y que, en base a un discurso deliberadamente ambiguo, fanatice al mayor número posible de sectores sociales. De manera que o los partidos existentes y/o nuevas opciones político-partidarias aprovechan este espacio del centro político o, lamentablemente, este, tarde o temprano, será absorbido por este latente mesías político.

El futuro de la democracia dominicana se juega en el centro político. Si el PLD quiere conservar el poder y la oposición alcanzarlo, es en ese espacio donde deberán jugar necesariamente. Del populismo debe extraer la voluntad decidida a representar el mayor número de sectores y de la democracia la apuesta por la amplia participación directa y popular. Del liberalismo debe nutrirse para la defensa de los derechos, como lo ha hecho consistentemente Danilo Medina, al no dejar solas a las mujeres en su lucha por la despenalización del aborto ni a los grupos defensores de los derechos de los dominicanos desnacionalizados. Pero el centro debe ser nacionalista y creer en efectivos controles migratorios y en el desarrollo social y económico de la zona fronteriza. Lucha también por un Estado Social eficaz y no clientelista y un capitalismo popular, que fomente la conversión de los proletarios en propietarios y que asegure la competencia libre y leal, la sostenibilidad ambiental y los derechos de los consumidores. Es partidario de la probidad administrativa, defiende a las mujeres, a los jóvenes y a los más pobres y lucha por la seguridad ciudadana dentro del Estado de Derecho. En fin, el centro es definitivamente popular pero no populista.