Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre, y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída (…). Y las tinieblas, la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.
(Edgar Allan Poe. “La máscara de la muerte roja”. Cuentos completos, 2016).
La modernización dominicana como proceso social, cultural y económico manifiesta en el espacio y el ciberespacio un híbrido en cuanto a desarrollo industrial, turístico, elevados, túneles, puentes, metro de Santo Domingo, portentosas centros comerciales , redes de condominios y plazas, además de la telecomunicaciones, redes sociales, dispositivos digitales y entornos virtuales, articulados a una mascaras de la muerte que viene siendo su verdadero rostro configurado en podredumbre del sistema judicial y la rajadura de la convivencia social.
La máscara de la muerte atraviesa ideologías, clases sociales, creencias religiosas; ha arropado a la sociedad dominicana, por lo que nuestro llamado progreso no tiene el rostro del Ángelus Novus de Walter Benjamín, el cual, como ángel, va dejando tras sus recorridos escombros y desechos humanos, sino que tiene un antifaz que nos va enterrando cada día más.
Vivimos en un clima de incertidumbre, de deterioro institucional, de violencia social permanente, de incrementos de zonas grises algunas incrustadas en el Estado hasta el punto de que muchos de sus funcionarios tienen aspecto de psicópatas políticos, porque se han involucrado en horrendos asesinatos y de manera fría se presentan ante los medios con una máscara de muerto como si fuesen el mismo muerto y su rostro de vida fuese la del muerto. De victimario pasan hacer victimas.
Vivimos unos tiempos cibernéticos de globalización cibermundial, de vida transida a la dominicana, de hipertransida (países como el Congo, Afganistán y Haití,), y de transida en tránsito (ciudades como Miami, Houston, Nueva Orleans Barcelona, Grecia, Paris) donde el despliegue hacia lo local y el fortalecimiento del sistema judicial, leyes, normas, instituciones y la cohesión social son imprescindibles para enfrentar las zonas grises (mafias y delincuencias), el capitalismo turístico de champán y casino, el cambio climático (tormentas, huracanes), calentamiento global y el impacto del aceleramiento de la cuarta revolución industrial en el cibermundo.
Los dominicanos vivimos entrampados e un Estado que presenta un rostro formal (Constitución, leyes, comisiones de ética, de competitividad y trasparencia), pero se mueve en su materialidad (entiéndase operatividad) en signos de rotación fúnebre: violencia, rudeza, desorden, tropelías, arbitrariedades y sistema judicial ahorcado.
El modelo de Estado dominicano en plena era del cibermundo se pavonea con una República Digital, el cual no deja de tener su importancia en múltiples aspectos educativos y sociales, pero que se pierde entre los escenarios de violencia social, de impunidad y en el mismo cuerpo que he focalizado como “objeto de poder en la medida en que existe el derecho de ejercer sobre él la violencia, incluso hasta la muerte (…). Y no le importa o le interesa que “la gente tenga buena salud o no; el hecho de que se reproduzca o no; indiferente ante la forma en la que vive la gente, ante cómo se comporta, cómo actúa, cómo trabaja” (Foucault,1999: 165).
Ese aspecto sintomático de nuestra sociedad transida, con rasgo pre moderno, nos enrostra el miedo y la tropelía, sembrando impotencia y desangramiento; tal como lo abordó Janel Acosta Yapor cuando perdió a su madre Delcy Yapor, tras recibir un disparo el 20 de marzo, en el momento en que conducía un minibús por el sector del ensanche Evaristo Morales de la ciudad de Santo Domingo, vehículo en el que se dedicaba a transportar niños desde su casa al colegio. Ante ese suceso desgarrador, Acosta Yapor llegó a decir: “Me quitaron a mi mamá y me quitaron a mi país, no entiendo en qué momento llegamos a esto (…). Mas delante de manera abatida expresa: “No quiero criar a mi hijos en esta sociedad donde nada es nada y las personas hacen lo que les da la gana.”(Merejo, 2017).
Su discurso transido se indigna ante un poder de rasgo pre moderno en cuanto que se ha entrampado en el signo de la violencia social y en cierta mexicanización de la política en cuanto a que en parte de la estructura del Estado se ha empoderado la hipercorrupción, la criminalidad y la pos verdad. El caso de la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA), el asesinato de Yuniol Ramírez en esa zona gris del Estado es apenas uno de sus signos de rotación caracterizado por algunos de sus desaprensivos funcionarios.
Estos rasgos pre modernos se han ido incrementando en la sociedad dominicana hasta el punto de que el mundo del crimen y de quebradura institucional y judicial se mueven entre un baile de máscaras donde interviene la misma razón de Estado, aunque en el éxtasis del baile no se dan cuentan que ha entrado la máscara de la muerte roja, la cual no perdona ni a los verdugos que piensan que el poder es eterno.