(La siguiente carta fue dirigida al poeta amigo José Miguel Garcìa el 10 de julio de 2016, porque después de leer a Vargas Llosa y a una tal Isaunny y a los cirollos en USA, sobre todo los intelectuales, me escribió poniéndose de parte de estos. Ese fue el origen de esta carta, donde está mi posición en el conflicto dominico-haitiano. La publicamos ahora frente a lo que ocurrió nada más y nada menos que en el parque Independencia la semana pasada).

Mi querido amigo: He leído tu pequeño ensayo sobre el racismo en el país partiendo de documentos de la Web que tratan el tema muy superficialmente, como se ha tocado siempre, incluyendo la boutade de Mario Vargas Llosa que se acusa como defensa de su hijo que vivía como un príncipe pagado por una ONG. Y el otro en cuanto a la mulata criolla que debía decir su verdad relativa también, que no es más que un gesto de altanería.

Lo importante para tocar este tema y llegar a alguna conclusión edificante y no simpática por las inclinaciones ideológicas del participante, en este caso una Institución rebelde como la UASD, es profundizar en la indios-incracia del pueblo dominicano.

Y dije indio y es que en los países donde hay indígenas como México, Ecuador, Perú, Bolivía, Paraguay (principalmente, ya que hay muchos en otros países), pero en estos son mayoría, y en México uno de ellos es Padre de la Patria y en Bolivia gobierna otro puro. Los indígenas de Bolivia, por ejemplo, que tienen diversas tribus, para decirlo de algún modo, se menosprecian unas con otras. Las Aymaras que gobiernan, desprecian a los Quechuas, que vienen nada más y nada menos que del imperio Inca; y el asunto entre estas tribus, o como se les llamen, no solo tienen connotaciones en el tinte de la piel, en el pelo o en sus estructuras físicas, sino en la lengua. Se tratan como enemigos porque se diferencian automáticamente como seres distintos por el habla. Quien no habla tu lengua es un “extranjero”, un no deseado, solo por el hecho que no lo entiendes, sin importar el color de la piel, en primer lugar. En segundo, supongo que siendo los aymaras gobernantes, por ser de ellos el presidente actual, a quien el pueblo ha negado la oportunidad de volver a postularse, debe ser signo de “estatus” hablar su lengua y de paso sin querer queriendo, humillan a los otros que no la hablan.

En Perú de donde es Varguitas, existen mayores gradaciones de aprecio y desprecio culturales, políticos, económicos y raciales, dependiendo de lo que hables. El que no es como tú, siempre es sospechoso o un posible “enemigo”.

Lo que padecemos en Estados Unidos, se sufre en cualquier país donde no solo por lo racial, y por nuestra educación o formación cultural, sino que por lo lingüístico seamos diferentes.

Respecto del color de la piel, los más antiguos extranjeros (se ha publicado últimamente una serie de artículos comentando libros de viajeros a nuestro país especialmente durante el siglo XIX, en Diario Libre en la columna de Castillo Pichardo) que han escrito sobre esos tiempos, se asombraban de la vida pacífica y hasta de ver sentados en una misma mesa a negros y blancos, lo que nunca pasó en Cuba ni en otras partes.

El asunto pocas veces se aborda desde la inferioridad como sistema que se vive activamente en las sociedades esclavistas o que lo hayan sido, como la nuestra. Que en Haití, si uno se asoma descubre que no hay cosa que desprecie más a un negro “que ser mandado por otro igual que yo” y sin embargo, por un efecto cultural ideológicamente deben odiar al antiguo amo blanco y menospreciar al mulato, a quien acusan por el epíteto racista de “blanquito”. No solo se diferencian por eso. Sino por el origen racial de la zona de África de donde vinieron, donde vemos que cada día negros con negros por asuntos de raza, no de color, o de lenguas, o por resabios tribales hay divisiones e países. Lo haitianos como los indígenas andinos y mexicanos aunque hablen una misma lengua, el creole, no tienen las mismas religiones. Hay tres diferentes escuelas del voudú. Eso no lo vemos nosotros que ignoramos todo acerca de “esos haitianos salvajes que creen en otros dioses y practican la brujería.”

El asunto es mucho más complicado desde el punto de vista del vecino con su vecino. Ahí se tocan intereses vitales: de subsistencia. El héroe histórico más antihaitiano es Pedro Santana. Pero él no peleó nunca por la patria ideal dominicana, sino por la patria carnal suya: Pedro nació en Hincha y su región con toda la fortuna de su familia pasó a manos de los de occidente por las guerras entre Francia y España que terminaban en tratados donde solo éramos una mercancía, unas palabras en un documento: La parte española y la parte francesa de la isla. Desde ahí venían las diferencias que tenían su origen en algo mucho más complicado: Las relaciones de los franceses que ocuparon al  reino español, han motivado aun ahora con la Unión Europea, que haya fricciones cada vez por sentirse los franceses superiores culturalmente a los iberos.

El hecho de un país ocupar físicamente al otro y haberlo tratado, como siempre tratan los sojuzgadores a los sojuzgados, en vez de crear un vínculo de unidad producen odio, y un rencor que se mantiene por encima de toda otra consideración, como la mantienen los negros de occidente contra los blancos que lo sojuzgaron. Los actuales no vivieron eso, pero lo llevan en la sangre, y en una cosa que solo se explica diciendo que se trata de “la indiosincracia” de los pueblos.

Entre dominicanos y haitianos, ha existido siempre una situación extraña: en las bases, es decir, los pobres haitianos y los pobres dominicanos se menosprecian unos a otros. Estamos hablando de asuntos que no solo son raciales, sino ancestrales. Las ideologías o las posiciones de una clase superior o que se sienta superior por su cultura y su visión del mundo, no interfieren profundamente en la conducta cotidiana de lo que la gente lleva dentro, en lo más hondo y más profundo, al extremo de que racialmente el negro criollo detesta a su semejante y los epítetos más denigrantes son en la base del pueblo, en la gente común, en la gente ordinaria, en la masa: Tenía que ser un negro. El negro es comida de puerco, etc., etc..

Nosotros ignoramos cómo nos desprecian o menosprecian esos que vienen a nuestra tierra a buscar lo que ellos han dilapidado y siguen dilapidando: La razón, es que lo hacen en otra lengua y no los entendemos.

Yo tengo un recuerdo nítido. Un cliente mío que vivió en Haití y fue asistente de un brujo importante, me contaba que este lo mandaba a buscar dominicanos para que lo consultaran diciéndole: “Ve y busca unos animalitos”. Eso éramos para ese personaje y de seguro lo eran también para la mayoría: El que no cree lo que tú crees, ni habla tu lengua, es un extraño, un enemigo en potencia. Es el malo.

Yo imagino que a partir del Corte de 1937 del que tengo dos vividuras: La una respecto a los haitianos que se salvaron en mi casa y en los montes vecinos, de ser asesinados y pudieron regresar más tarde a su país y de allá escribían a papá y mamá. Tanto Papá como el doctor Felipe Achécar salvaron muchas vidas. Felipe había nacido en territorio haitiano cuando su familia emigró; era el segundo hijo de don Javier y doña Abla, el primero fue Antonio (padre a su vez de Tonino, que cayó heroicametne en las montañas de Constanza aquel 14 de junio), que nació en arabia, territorio ocupado por los turcos, por el Imperio Otomano y de ahí que su nacionalidad fuera turca; pero nadie odia más a un turco, que un árabe por eso. Yo tenía apenas 4 años y sabía cuándo mis amiguitos venían tarde en la noche al “cuarto de los gallos” a comer la única comida caliente del día. Nunca me explicaron por qué perdí a esos compañeritos de juegos. De ahí que en mi origen, desde mi niñez tenga ese recuerdo que luego ha sido un orgullo: El haber ayudado mi familia a salvar vidas humanas.

Lo segundo, sin salir de ahí, es que el negro más connotado que se salvara, fue Basilio el Haitiano. Persona humilde, hojalatero experto, cuyos hijos se integraron totalmente a la vida nacional y dos de ellos fueron peloteros del equipo regional. Basilio fue muy querido por todos en el pueblo sin importar clase social o económica, que no siempre eran las mismas.

En Pimentel, pueblo tradicionalmente abierto, vivieron varios boricuas. Pero solo a uno se le llamó Puerto Rico. Ese vivió y creo que murió casi frente a tu casa natal.

La diferencia entre boricuas y criollos se explica: Hablábamos la misma lengua y nunca hubo guerra entre nosotros.

En cuanto a los “ingleses”, es decir, a los cocolos, Virgilio Hodge fue persona muy querida, y sus hijos también; nunca hubo discriminaciones profundas. Claro, estos negros, por su lengua y por no haber tenido nunca guerra con nosotros, fueron distinguidos siempre; ya sea por sus oficios o por sus religiones no católicas, pero sí cristianas. Detalle a observar detenidamente. Eran negros, pero no significaban peligro alguno de ocupación física de nuestro territorio.

Volviendo a la palabra territorio. Cuando Boyer ocupó la parte oriental mantuvo siempre la conciencia de una frontera “ideal”. De un sitio que era de ellos y otro que era de nosotros, y cuando nos desocuparon, desocupan la parte del Haití Español. Ahí viene la lengua. No nos diferenciábamos por la piel sino por la lengua. La lengua de aquel que una vez nos ocupó y nos maltrató, como se maltrata siempre al invadido, de eso algo queda más allá de la piel, más allá del sentido humanitario, más allá de todo, queda en la indiosincracia de cada pueblo.

A Boyer le aconsejaron que no lo hiciera, que en vez de tener un futuro socio o amigo iba a tener un enemigo. Pero la tentación era muy grande y ellos eran imperialistas natos, hijos de Napoleón, y no puede haber imperio real sin ocupación de otro territorio.

No buscar por lejano, por impreciso, por lo que sea, nuestra relación en otras vertientes y no solo en el racismo, es un grave error de extranjeros ignorantes de nuestra historia como Varguitas. Quizás el dominicano común, el hombre masa, el que guarda el rencor histórico sin saberlo, actúa menospreciando al que ayer lo sojuzgó y se desarrolló primero hasta dilapidar su fortuna, al extremo de que durante el siglo XIX Puerto Príncipe era la ciudad más importante de la isla y todos iban a buscar cosas que acá no aparecían. Testigos hay en mi familia, mi abuelo, Andrés Mora, que regresó y se quedó  en Bánica, y mi bisabuelo Agapito Serrano, español, que fue a vender tabaco y por poco se queda cuando lo embrujó una haitiana.

Poco a poco los haitianos que viven en nuestro país dejaron de vernos “como inferiores” como “animalitos” por nuestra superioridad económica, pero cada vez que quieren castigarnos, lo hacen con lo que menos deberían hacerlo: Privando el comercio que necesitan, sin el cual no pueden seguir viviendo a pesar de ser una especulación vital.

Naturalmente, ahora solo se ve el asunto desde un punto de vista. Pero yo recuerdo que durante uno de los viajes de miembros del Rotary que fueron a llevar ayuda a los haitianos pobres después de un ciclón, fueron recibidos por haitianos ricos. No hay nadie más cruel ni más despótico que un haitiano rico con sus trabajadores. De vez en cuando los acusan de negristas, los propios de negros. Que al entregar la ayuda en un acto protocolar, puramente de clase, como son los rotarios, el haitiano no les dio las gracias sino que les dijo que el único problema grave que tenía Haití eran las prostitutas dominicanas que ejercían en su país. Y luego, cuando estaban en alta mar, preguntó: ¿Por qué tú crees que los haitianos meten machete con tanto gusto a las cañas? Y cuando los criollos no supieron contestar, les dijo con mucha gracia: “Porque creen que están cortando cojones de dominicanos”.

Son detalles pintorescos, cierto; pero parte de la indiosincracia de los pueblos. Ellos nos ocuparon, ellos proclamaron la isla única e indivisible, no fuimos nosotros. Jamás hubo una invasión a su territorio. Esa frontera que respetaron después de Boyer y que violaron por necesidad de expansión, se mantuvo, pero encima de eso, como pasa entre quechuas y aymaras que gobiernan a Bolivia, algo existe y no se ve, pero se oye: Son las costumbres ancestrales de cada tribu negra que en Haití poco a poco se fueron organizando, pero que no se han mezclado ni integrado totalmente, de ahí que sea un país del que se diga que es “ingobernable”. No se ponen de acuerdo ni podrán ponerse de acuerdo nunca sino bajo, desgraciadamente, del poder terrible de los dictadores.

Tanto Luperón como Lilís, dos héroes nacionales, tenían sangre cercana haitiana y Lilís sobre todo, viajaba y se reunía con los presidentes vecinos y estos lo salvaron más de una vez, pero a la hora del none, como dicen, halaban para su banda.

Todo esto sería vano y estúpido para los adelantados de la ideología humanista, pero los pueblos en sí, en sus bases, entre sus pobres, que es donde los pueblo son pueblos, dirimen los asuntos de otra manera: Todos los seres humanos tenemos prejuicios. Es decir, juzgamos antes de conocer a fondo, por cosas que se tienen y se mantienen entre las gentes.

Mientras más les demos a los haitianos, menos nos lo agradecerán. No importa lo que sea, o como sea. Vivimos, nos mentimos, nos saludamos, nos abrazamos, pero nos alejan las lenguas, las tradiciones, la historia y las costumbres.

Los boricuas y los cubanos y ahora los venezolanos y cualquiera que hable español se integran rápidamente, sean negros o blancos, indios o como quiera, pero el drama entre nuestros pueblos no dependerá de los intelectuales abiertos y humanistas, sino que el pleito es abajo, en la base, y ahí no penetra nada ni nadie. Pregunten a los vecinos y a los amigos suyos más humildes, y tendrán las respuestas: El ser humano es un ser prejuiciado: Por la religión, por el dinero, por lo que sea.

La muchachita mulata criolla habló desde el nivel económico, no racial. Si una negrita es rica, no es negrita, y si es mulata, no es mulata: será rica: Solo eso, y se le asimilará y respetará. Pero no tocamos lo económico jamás. Eso es tabú. Pero desgraciadamente en este tiempo es, si no todo, casi todo.

Que aparezca un haitiano rico, bien vestido, elegante, donde sea, a ver si diremos que es haitiano o que es negro. No, es rico. Y eso basta y lo hace blanco y buen mozo. A lo mejor tiramos el otro racismo: Es negro, pero es un negro blanco. Y lo decimos cualquiera, José Miguel, hasta tú sin darte cuenta. Y es que somos todos racistas a nuestra manera, solo que a nuestra manera… Me gustaría oír en intimidad a Varguitas hablar de los indios peruanos, que tan mal trata en sus novelas… a veces, sin darse cuenta.

De modo que eché de menos en tu trabajo la falta de conclusiones o de sinceridad en la relación íntima, cotidiana del dominicano. Y eso no lo cambia nada ni nadie. Lo que está en los forros de los c…. y en la profundidad de los ovarios, nadie lo saca. Se pueden aclarar, amortiguar, pero en el fondo, nada ni nadie lo puede cambiar, desgraciadamente. En esto soy totalmente fatalista.

Yo tengo muchos amigos haitianos muy queridos, a quienes no veo como tales, ni veo a los que buscan trabajo o dizque quieren ser “dominicanos”. No lo serán nunca, siempre serán lo que son, gracias a la historia, y los que no lo sean, serán juzgados como traidores por los suyos. Así actúa el inconsciente de los pueblos. No importa que le demos cédulas, apellidos, pasaportes, residencias, como no importa que nos lo den los gringos, los españoles, a la hora de verdad solo veremos lo mal que nos trataron por ser pobres y por ser…negros, nosotros, los orgullosos negros que negriamos a los negros. Siempre seremos dominicanos y salvo algunos traidores, a la hora de defender la dignidad o el territorio nacional, se nos verá cerrando filas. Si lo hacemos a favor de los otros, de los denigrados, seremos tratados como traidores. No hay tu tía.

Del mismo modo que decimos: Ese maldito Negro. Tenía que ser un negro o una negra si se nos atraviesa en la carretera. Somos racistas. Todos. Negarlo no resuelve nada.

Quizás desde el poder un día, ustedes, si llegan, podrán ir haciendo algo para quitarles a las gentes parte ese orgullo pendejo de sentirse superiores a algo o a alguien.

Yo no niego que soy nacionalista. No un nacionalista cerrado, pero mis abuelos lucharon por algo y yo ni soy ni fui ni podré ser nunca un mal agradecido por tener lo que tenemos o por ser lo que somos.

Darle a los haitianos todo lo que podamos, y ayudarlos a superar su atraso, creo que es más digno que hablar pendejadas por regateos de nacionalidades, que no se van a tener nunca: Nunca o muy pocas veces un haitiano dirá que es dominicano, si no es por interés. Y nunca, o raras veces un dominicano ni por interés negará ser dominicano, y que es haitiano.

Yo quisiera saber cuánto dominicanos pueden adquirir la nacionalidad haitiana, si su constitución dice que deben serlo por la sangre o por la tierra. Y hasta dónde esos que lo hayan conseguido, se sientan orgullosos de serlo, cuando no les da ventajas como el ser gringo o español o italiano o qué se yo, económicamente hablando.

Muchos recuerdan como algo real el famoso Caballo de Troya lleno de guerreros que pusieron los griegos en sus puertas, y los troyanos las abrieron creyendo que se habían ido, y cuando vinieron a ver los invasores secretos los mataron y los incendiaron siendo pocos, todo lo que había, y así perdieron la guerra. El único vecino con quien hemos tenido guerra, tiene un vivo y manifiesto Caballo de Troya, y el día que quieran podrán sorprendernos y ocuparnos, casi sin tirar un tiro.

Así, desgraciadamente funcionan las cosas entre los pueblos: En sus bases, y acorde a sus indiosincracias, y nadie puede cambiar lo que así existe, llámese como se llame: Varguitas o Ysaunny o como se llamen, mi querido amigo José Miguel.