Eso de poner nombres a las cosas, productos, instituciones partidos políticos o personas es una cosa más seria de lo que a primera vista parece. Ya lo dice la Biblia, lo primero fue el Verbo, o sea, habla, el nombre. Sin nombre no hay manera de saber qué es o quién se es. Y contrasta esa seriedad de cuestión con lo frívolos que podemos ser poniéndolos, sin tener muy en cuenta que van a ser llevados o colgados para mucho tiempo o para toda la vida.

Antes -y a-un ahora, pero mucho menos- se les ponía a los niños el nombre del santo del día en que nacían y por eso era basta común ver Anacletos, Exuperancios, Agapitos, Olegarios o Enemencios y otros por el estilo que hoy que ya apenas se les colocan a los ciberbebés de nuestros días que ya nacen con una computadora en la barriga y un celular en la boca y lucen otros más sonoros y acordes con los tiempos no están tocando vivir, aunque también los sigue habiendo extraños como EFMAMJJASOND formado por las primeras letras de todos los meses del año ¡caprichos paternos!

En algunos países latinoamericanos se llegan a poner nombres increíbles como Vic Vaporub, el medicamento, o Dosauno porque el equipo de futbol del padre gano el día del nacimiento de su hijo por dos goles al conjunto  rival. Creo que fue en Mexico o Ecuador que, por suerte para los recién nacidos se llegó a prohibir la inscripción de algunos tan escandalosos como Semen de José, o Prepucio de Jesús.

En los productos de consumo la cosa de la nomenclatura puede llegar a ser grave, por ejemplo ¿a quién se le ocurriría ponerle Popola Plus a un jabón de baño?  pues este curioso y hasta un tanto pornográfico nombre existe y pueden comprobarlo entrando en la internet. Y hay otros muchos más por el estilo como Nissan Moco, el Mazda Laputa o el Mitsubishi Pajero, cambiado rápidamente a Montero que, naturalmente, no han podido ser comercializados en nuestro subcontinente, perdiendo así un enorme potencial de ventas

En política y eso de poner nombres a los partidos tampoco marcha muy bien, los políticos siempre andan con prisas y a la hora de fundar o refundar un partido parece que no les dan el tiempo requerido para bautizarlos. Por ejemplo el Partido Revolucionario Moderno, ese ¨Moderno¨ fue para diferenciarlo del antiguo el Partido Revolucionario Dominicano. Pero la acepción moderno en esta época en la que el modernismo y el postmodernismo quedaron tan obsoletos como los trajes de marinerito a rayas con su graciosas gorra incluida, se usó tanto para darle connotaciones avanzadas  a tantas cosas que se quedó antigua y como desfasada en este tiempo. Hoy ya nadie se considera moderno.

Nos choca un poco, o mejor dicho bastante, el de La Fuerza del Pueblo con el que le ha bautizado Leonel Fernández a su nuevo movimiento o partido. Como que eso de las fuerzas populares eran más de las luchas y reivindicaciones de las primeras épocas de Peña Gómez, un líder de un arrastre popular indiscutible. Hoy el término fuerza todavía subsiste como puede la Fuerza Nacional Progresista de los Castillo, que a la vista de los resultados electorales que han ido obteniendo, ni tiene mucha fuerza ni parece progresar demasiado. Es raro que Leonel Fernández un político más ¨¨vedetto¨ qué popular, mas ¨distante¨ qué cercano, y más ¨divino¨ qué humano, le haya etiquetado una acepción que no va con su personalidad ni estilo de gobernar. Pero como dice el dicho popular para los gustos se hicieron los colores. Aunque no por eso deje de haberlos horribles.