"Todo hombre verdadero debe sentir en su mejilla
el golpe dado a cualquier mejilla de otro hombre."

José Martí

Es extraño que tratándose de los Derechos Humanos como que llegamos siempre tarde al tema.  Quizás, como el asunto nos toca tan íntimamente, por el simple detalle de que somos seres humanos, (a pesar de los esfuerzos nada despreciables que hacemos por no parecerlo, especialmente frente a una cámara de televisión) y que sólo por serlo tenemos derechos nos resulta difícil de asumir. Descarto aquí la posibilidad que alguien pueda escribir un comentario que diga “la ignorancia es audaz”: sobre este tema no es posible recurrir a esa tabla de salvación.

Los Derechos Humanos fueron el tema de mi tesis universitaria (“Análisis crítico de la concepción de los Derechos Humanos desde 1973 – 1995”). Con todo, llegué tarde. Antes de que fueran violados por el Golpe de Estado, en Chile no hubo preocupación sobre los Derechos Humanos, lo que de seguro se debía a la existencia de un Estado que aseguraba el empleo, la salud, la educación y otras menudencias similares.

Pero después que hicimos el aprendizaje forzoso -asunto del que sólo pueden hablar los sobrevivientes puesto que los demás nos dejaron el dolor, el ejemplo y la tarea- llegamos a los Derechos Humanos defensivamente.  Y encontramos en ellos lo que sería un potente apoyo a la lucha contra la dictadura y un decisivo componente de la lucha democrática.

Por ese tiempo, en plena dictadura -no recuerdo claramente si entre las muchas lecturas o la escucha nocturna en radios de onda corta- nos llegó la buena noticia de un presidente caribeño (aquí me enteré luego que también cibaeño) que exponía la moderna doctrina de los Derechos Humanos en su discurso inaugural ante el Congreso Nacional dominicano. Don Antonio Guzmán asumía el mando marcando diferencias en un continente oprimido: “El tema de los Derechos Humanos ha adquirido una nueva dimensión, ya superada la época en la cual eran considerados aisladamente en los límites estrechos del territorio de un Estado determinado. Los Derechos Humanos constituyen un verdadero patrimonio común de la humanidad, en virtud de su carácter indivisible y solidario, sus violaciones en un país determinado repercuten en los demás y representan un agravio para todos los hombres. Me propongo dar rigurosa aplicación a los preceptos y normas que consagran esos derechos como obligación principal del Estado conforme a los términos de nuestra ley fundamental: “La protección efectiva de los Derechos de la persona humana y la de los medios que les permita perfeccionarse progresivamente dentro de un orden de libertad individual y de justicia social, compatible con el orden público, el bienestar general y los derechos de todos.”

Como equivocadamente esperábamos que su plena vigencia llegaría con el inicio de las transiciones democráticas, nos topamos de frente con la realidad de que sólo se puso atención a la necesidad del castigo a los funcionarios del Estado responsables de violaciones.

Por estos días he vuelto a reparar en lo actual y necesario que es ocuparse de los Derechos Humanos.  Gracias a la maravilla del gmail, entre el 13 de julio de 2011 y el 25 de octubre de 2013 he recibido 120 correos electrónicos (más de cuatro al mes) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en los que denuncian, anuncian e informan de sus actividades. Casi el 95 % de los correos reseñan violaciones a los Derechos Humanos en alguno de nuestros países.  Por ejemplo: “CIDH insta a Estados Unidos a cerrar la cárcel de Guantánamo” (2-08-2011), “CIDH condena asesinato de Luis Ever Casamachín Yule en Colombia” (5-12-2011), “CIDH recuerda a Haití su deber de investigar y sancionar las violaciones a los derechos humanos y urge a que se garantice independencia del Poder Judicial” (20-02-2013), “CIDH condena asesinato de jueza en Honduras” (30-07-2013).

De lo anterior se puede concluir que en nuestro continente un elevado número de Estados –nada democráticos- están violando los Derechos Humanos y que seguramente esta situación nos esté nuevamente convocando a incorporar los Derechos Humanos a las reivindicaciones sociales, económicas en este nuevo escenario de obvio desgaste institucional.  Ojalá que sea ése el ingrediente que le agregue algo más de sustancia a la política.