Siempre  cuestionamos aquellas cifras de 93% de popularidad en favor de Danilo Medina, aunque muchos afirmaban que eran ciertas. Yo también dudé, pensaba en el tradicional  acotejo y en las encuestas mercenarias. Ahora, luego de  ese 63% de aprobación que ha dado la vuelta al mundo, repienso y las veo probables. Quizás no estuvieron amañadas.

Alimentado por los tejemanejes de la anterior Junta Central Electoral, parcializada e irregularmente administrada – hasta el punto que al día de hoy no se tiene explicación de lo que allí sucedió –  se afianzó el descreimiento en aquellos números, y en el resultado electoral. Sin embargo, nadie demostró que eran falsos, ni que los opositores tuviesen el suficiente seguimiento como para descalificar esas elecciones. Comprados o no, esos votos pudieron ser reales. 

El escándalo Odebretch, precedido de innumerables corruptelas y seguido por otras tantas,  produjo un descenso en las simpatías de actual presidente. Aquellos gloriosos resultados de antaño se esfumaron para siempre. No obstante, sabiendo que en cualquier país civilizado, por transgresiones menores, han renunciado gabinetes, caído gobiernos, y  dimitido presidentes, su popularidad sigue siendo asombrosamente alta. El líder morado baja unos puntos, y apenas cojea después de tan descomunal bombardeo de corrupción gubernamental. Un Berlusconi cualquiera.

Si estudiamos desapasionadamente el manejo del gigantesco co-hecho , debemos admitir que ha sido, al menos hasta ahora, perfecto: minimizan daños, simulan procesos judiciales,   protegen la imagen del presidente, y mantienen sus metas “pésele al diablo y a su compañía”. En ese desalmado manejo, la ayuda del PRM ha sido decisiva: ellos se mantienen enfrascados en sus rifirrafes internos y atacan en pequeñas e inefectivas andanadas. 

La corrupción masiva, incontables desaciertos, y el desprestigio de los que gobiernan, han servido en bandeja de plata armas demoledoras para cualquier oposición. Inexplicablemente, o no saben, o no quieren utilizarlas.  Tienen  a mano  la  cohetería  de  Kin Jong Un, y disparan con el cachafú de Concho Primo.

De no haber sido por la Marcha Verde, que  tomó el lugar que le  corresponde a los partidos del sistema, todo habría terminado en discusión de compadres: bebiendo juntos y entre abrazos.

El resultado de la ineficiencia opositora mantiene a Danilo Medina tabulado entre los presidentes mejor valorados del mundo con 63% de aprobación. Esa encuesta de ACOP es real, que nadie se engañe. Da mucha pena y es vergonzosa; un desprestigio para la  oposición y un mal presagio para la ciudadanía (o debería serlo…). Ese ranking habla muy mal de nosotros. El envilecimiento mayoritario y la incompetencia de quienes deberían tener el deber de dignificarlas, queda reflejado en la aceptación del actual mandatario. Sus opositores no convencen, dejando que la población prefiera el mal conocido que el bueno por conocer. O que ya conocen… 

El diferido pusilánime y temeroso que hacen los partidos opositores a la Marcha Verde llevará indefectiblemente a otra derrota electoral. Ellos lo saben, pero al parecer se les importa un carajo pensando en futuras negociaciones.

Sólo si los jóvenes políticos lograsen sacudirse de la partidocracia actual, adueñarse de ella, o  formar tienda aparte, se podría abrigar alguna esperanza. Si intentaran coaligarse militantemente con la Marcha Verde, enfrentándose sin restricciones al poder actual, existiría la posibilidad de un cambio político. No son fantasías. Ha ocurrido en otros países.