Partiendo del hecho de que los cambios estructurales de una sociedad se consolidan desde la política, merece la pena repensar nuestros procesos electorales con mucha antelación.
Gran parte de la debilidad de nuestros procesos electorales radica en el hecho de que no tenemos mecanismos efectivos para someter ante el escrutinio público las ideas y posturas de nuestros candidatos frente a las distintas problemáticas nacionales. Uno de los recuerdos que conservo sobre los pasados comicios fue la gran discusión en torno a la posibilidad de celebrar ese tan esperado primer debate presidencial, debate que creo hubiese ayudado a sobrepasar la falta de escrutinio. Dos factores imposibilitaron su realización. El primero tenía que ver con los candidatos que “podían” o “debían” formar parte del debate. El segundo tenía que ver con los potenciales moderadores y la supuesta ausencia de alternativas independientes para conducir un debate creíble y legítimo.
A partir de esa experiencia sugiero lo siguiente. Refiriéndome a los participantes del debate, bajo ninguna circunstancia podemos permitir un debate entre sólo dos candidatos, cuando se presentan a elecciones una cantidad mayor de opciones. Ese no es el discurso de una sociedad que quiere cambios. No fue sorpresa para mi que las ideas más progresistas y mejores estructuradas vinieron de los candidatos de partidos alternativos. Tenemos que promover un debate que acoja a la mayor parte de la oferta política como nos sea posible. Sólo así romperemos con el bipartidismo que tanto daño nos ha causado, sólo así podremos renovar nuestros liderazgos políticos. Todos los candidatos merecen una oportunidad de exponer su visión de Estado.
El argumento más repetido a favor de un debate entre dos era la imposibilidad de debatir con profundidad temas de interés nacional si se incluían participantes adicionales. Mi respuesta para quienes mantuvieron esa postura es que no seríamos los primeros en demostrar lo contrario. El modelo estadounidense ha auspiciado debates con hasta ocho candidatos, donde, en menos de dos horas, la población ha sido capaz de generar un idea más o menos estructurada sobre las posturas que definen a cada aspirante. Si no existe capacidad para debatir temas con la profundidad requerida, el cuestionamiento debe dirigirse a la capacidad de debatir de nuestros candidatos presidenciales y no a la modalidad del debate.
En cuanto a los moderadores del debate, algunos entendían que el país carecía de profesionales independientes y creíbles, llegando al punto de calificar como necesaria la participación de un moderador extranjero. La legitimidad en un proceso electoral debe provenir de la población votante, no del extranjero. Existen muchos profesionales independientes con suficiente capacidad para moderar un debate presidencial. Entre ellos rectores y profesores universitarios, empresarios, comunicadores y miembros de la sociedad civil. ¿Entonces por qué no conformar un comité integrado por tres o cuatro personas provenientes de dichos sectores nacionales?
Quiero aclarar que con “debate” no me estoy refiriendo a la lectura de un discurso preparado previo a la participación. El debate debe exigirle al candidato un entendimiento respecto a los distintos temas de interés nacional. Un debate debe requerir del candidato la humildad para reconocer su incapacidad frente a muchos de estos temas y a veces incluso recurrir a describir la capacidad de su equipo para responder las preguntas que el no puede responder sólo. Esa es la esencia del escrutinio del debate. Los candidatos tienen que poder enfrentarse los unos a los otros, en un escenario público y de forma civilizada. Deben poder intercambiar ideas y darnos motivos para pensar que no todos son iguales y que tienen ideas y posturas propias que los hacen candidatos superiores o por el contrario, incapaces de dirigir una nación.
El primer debate presidencial será el resultado de un gran esfuerzo. Por eso señalo la necesidad de comenzar a discutir los detalles de ese debate desde ahora. Esta discusión no requiere de encuestas ni mediciones. No requiere de candidatos ni precandidatos. Requiere, por el contrario, de consenso alrededor de la necesidad del proceso democrático. Podremos cometer errores en la organización de ese tan esperado primer debate presidencial. ¡Pero en los errores está el aprendizaje! De respetarse los criterios fundamentales señalados anteriormente, entiendo que estaríamos dando un gran paso en materia de democracia.