Transformaciones descomunales aceleran la vida de los seres humanos, en las más simples formas que pueden ser imaginadas. Viene sucediendo con el capitalismo global hace muchos años, aunque para una parte de la población mundial, que no ha tocado el fondo de la pobreza extrema, esos cambios han estado ocurriendo por fuera del cuerpo físico, el que permaneció resguardado dentro de una burbuja.
Más algo que nunca sabremos su verdadero origen pinchó el globo y nos expuso a todos. No se trata de las grandes empresas productivas a nivel global y su impulso a constantes cambios tecnológicos como parámetro, se trata de aprender a pensar y hacer hoy, en forma consciente, aquellas cosas pequeñas que sucedieron sin nuestra voluntad al momento de nacer, como respirar y toser.
El coronavirus ha llevado al ser humano, en cualquier lugar que se encuentre, a aprender a pensar y existir. Como ayuda o desayuda, una ingente cantidad de información se aspira por las redes sociales y todos los medios de que se dispone. Tanto así, que vivimos la pandemia en España desde Pedernales en tiempo real.
Pero, ¿Cómo puede la población dominicana registrar la información que es valedera y acertada de la que no lo es? ¿Cómo puede discriminar una información que es mera estrategia de campaña política de la que es preventiva y curativa en la situación catastrófica que nos flagela?
No es la represión ni la bravuconada de te procesaremos judicialmente. Una buena educación es la única respuesta. El aprendizaje constante como constante, como respuesta proactiva de cambio. Sabremos que hemos aprendido algo cuando observemos que hemos cambiados la manera de pensar, de hacer, de ser.
Sin embargo, ocurre que el Estado dominicano parece apegado a la idea de que si algo está bien, a su propio juicio y sin someterlo a escrutinio, no hay porqué modificarlo. Y, no se trata de que realmente esté bien, se trata de que a quienes dirigen el país les dé resultados, ni siquiera si la gente lo legitima o no. Sin detenerse a pensar que la costumbre puede más que la razón hasta un día.
Cuando veo la fotografía de la reunión del ministro de educación rodeado de sus coautoridades y asesores verifico una semiología de respuesta, una suerte de si tenemos ocho años haciéndolo así, es porque sabemos que es lo correcto.
Bueno, el Licenciado en Contabilidad rodeado de administradores de empresa y expertos en informática diciendo a más de diez millones de personas que el año escolar ha finiquitado y que si falta algo por aprender en dos o tres semanas del año que viene se puede poner los muchachos al día y se resuelve el entuerto, que además, no es culpa de las autoridades sino el coronavirus.
Antes de esa intervención tan desafortunada de las desautoridades de educación. Teníamos muchas preguntas. Todas se resolvieron con una sola respuesta. Nada más por hacer que seguir pagando a los proveedores del desayuno escolar para que no quiebren sus negocios, seguiremos el próximo año, nos vamos de vacaciones y se cierra el caso.
Desde hace algún tiempo, cualquiera que entabla un debate y dice una palabra en inglés supone que se la está comiendo, como dicen jerga de la calle. Pues hace tiempo que una universidad que a ellos les gusta presumir, aunque no saben mucho cuál es su filosofía, la de Harvard, tiene un equipo de trabajo de humanistas que propone que si la educación se centra en promover condiciones éticas y morales en las personas, propiciaría que éstas sean creativas y disciplinadas, pero además les enseña a desarrollar sus capacidades de síntesis. Esos seres humanos estarían en condiciones de enfrentar lo previsible así como aquello que no es posible anticipar.
Siguiendo esa pista, no se trata de aprender los contenidos de las materias escolares solamente, sino a desarrollar, también, el pensamiento crítico, reflexivo y complejo para entender y actuar. Por ejemplo. ¿Cómo ante fuentes de información tan dispares como a las que se ve expuesto el pueblo puede éste evaluarlas objetivamente y discriminar entre lo útil y lo inútil, lo verdadero y lo falso, lo valioso o lo desafortunado? ¿Hasta qué grado los ocho años de escolaridad bajo el beneficio del cuatro por ciento de educación han promovido en los alumnos de la escuela dominicana, en sus maestros y dirigentes, la capacidad de ser creativos, tener actitud positiva para presentar ideas nuevas, plantear preguntas y registrar la validez de las respuestas?
Ya que la educación dominicana ha sido registrada por competencias como enfoque que se nombra pero que no se enuncia ni se denuncia, hay dos competencia que quiero observar en las autoridades de educación dominicana. Muy sencillas de mirar por cualquiera que lea periódicos, hasta los que son manipulados por el empresariado, estas son el respeto y la ética.
Cuando el ministro de educación desde algún lugar ventilado con buen ánimo y excelentes condiciones, y hasta con una extraña risita en su cara, se dirige a la población y dice esas pachotadas, parece encerrado en el caparazón de una jicotea que sacó la cabeza porque sintió que afuera la cosa se calienta, habla sin darse cuenta que afuera existe el otro. Una otredad que trata por todos los medios de darle servicio a la población en forma efectiva para enfrentar la crisis. Desde su yo limitado por su burbuja, no respeta, lo que tampoco reflexiona sobre los otros y sobre su mismo trabajo, lo que obliga a perder su identidad como encargado de dirigir los procesos educativos del país, de entender y comprender que solo el que reconoce al otro está seguro de sí.
Solo le faltó decir que el año ha sido exitoso y echar flores a la República Digital. Nada que decir, eso y lo dijo Montalvo, quien además advirtió que nadie más tiene que dar información, y lo dijo breve y duro. Que se repartieron las computadoras. Ah, no, que no hubo tiempo de repartirle a todos. Que hay una plataforma en que fueron entrenados todos los docentes y todos los estudiantes, creo que hay mucha, mucha gente que no se dio cuenta de eso, ni siquiera los de adentro del sistema, mucho menos los de afuera. Para que las autoridades educativas del país fueran respetuosas en esta situación de crisis debió suceder antes que lo habían sido en situaciones normales. Y así no ha sido.
Aún más, las desautoridades del ministerio, tampoco conocen que la educación no termina en el año escolar. Ahí terminan los contenidos curriculares del curso, pero no la educación. Es bueno decirles que esta crisis nos da una gran oportunidad de readecuar los procesos educativos, sus estrategias y formas. Aunque los locales escolares llamados escuelas de manera impropia estén cerrados, ellos, los que están a cargo deben seguir trabajando. Apelo a la radio y televisión educativa. No llegaron las computadoras, eso lo sabemos todos, pero tenemos a CERTV y Radio Educativa. Vamos a hacer programas y a dejar de poner anuncios, que el Estado es el mayor anunciante y no tiene por qué pagarse a sí mismo. Utilicemos programas de otros países, elaboremos programas propios, aprendamos todos juntos a reflexionar.
La Escuela sin paredes es la sociedad misma, es la honestidad y la honradez con que los dirigentes les hablan al pueblo, es educar con lo sencillo, con lo simple lo cotidiano. Después de 30 años de silencio y obnubilación de una dictadura atroz, Juan Bosch en seis meses, diciendo alocuciones de radio de media hora, de lunes a viernes, educaba a los dominicanos que en 1962 vivían, en un 70 por ciento, en el campo. Allí, lo único que llegaba era la radio. Cada intervención tenía un propósito de enseñanza, una moraleja comprendida por cientos de miles de dominicanos que no sabían leer y escribir, el lenguaje era sencillo, simple y creativo.
La gente no sabía qué eran clases sociales pero sí sabía quién era un tutumpote y quien era un hijo de Machepa. Los dominicanos sabían que debían de rezar el padre nuestro con una piedra en la mano y un ojo abierto. La gente aprendió a coger los mangos bajitos sin perder la pista de los altos, pudo educase en la diferencia entre un papel del envolver, de los que se usaban en loas pulperías, y el papel del Estado.
El pueblo aprendió a reflexionar sobre lo que por cotidianidad ya sabía, y aprendió a conceptualizar sin estudiar en el exterior con una beca del Estado la diferencia entre pueblo y sociedad, entre dictadura y democracia. Solo un verdadero hostosiano como Bosch sabía lo que era la escuela sin paredes.
Aparecerá otro que me diga que esos eran otros tiempos. Y yo le preguntaré entonces, ¿Cuál es este tiempo? Es el tiempo de volver a Hostos y Bosch, aunque sea para cortarle las aspas a ese molino gigante que utiliza la ignorancia para perpetuarse haciendo del pueblo una presa fácil de charlatanería, chapucería y demagogia.