En la República Dominicana, específicamente en los últimos ocho años, o mejor dicho, en los gobiernos del Licenciado Danilo Medina, hay aportes que contar, eso es innegable. Sin embargo, los hacedores de políticas del gobierno se han quedado dando vueltas en el tío vivo sin detenerse a mirar que educación es algo más que cuatro por ciento, edificaciones, raciones alimenticias y tanda extendida.
Todo eso es bueno, pero la realidad nos dice que es insuficiente. En medio de una situación de emergencia, imprevista, desproporcionada como el virus que ataca la humanidad, la educación es un rasero para decidir cómo enfrentar lo inoportuno de una epidemia, desde lo individual y desde lo social, y salir airosos. También sirve para valorar si nuestra condición educativa corresponde a una autentica civilización.
Por ejemplo, en las sociedades arcaicas o bárbaras se tomaban decisiones sobre el rumbo que un grupo humano debía seguir en un momento de crisis o no, sobre la base de la información que el hermeneuta de los dioses traducía al sacerdote y éste al conglomerado. Era una suerte de acuerdo basado en la sujeción al exégeta. Todos debían respetar y seguir de manera unánime el mandato, porque era una decisión divina.
Bajo el supuesto político de la democracia, y de que vivimos en el nivel más alto de modernidad de una civilización, donde los humanos que formamos las sociedades y por ende participamos en la toma de decisiones, demandamos nuestra prerrogativa de generar ideas, reflexionar en su aplicación y participamos de ellas, todos somos emisores y receptores.
En ese sentido, y con base en el deber democrático preguntamos, sin querer molestar, ¿Por qué el canal estatal, CERTV, no tiene profesores dando clases de primaria de 8 a 12 y de secundaria de 2 a 6 para ir desarrollando contenidos del año escolar y evaluar con una prueba de emergencia en julio o agosto?
Una alternativa que ocuparía el tiempo de los niños, bajaría la ansiedad, dispondría de más atención, podría ser divertido, los padres aprenderían lo que sus hijos aprenden en la escuela, y salvaría el "año escolar".
El Ministerio de Educación de nuestro país cuenta también con una emisora de radio que es Radio Educativa. Si por acaso es propio el momento para cambiar la programación e insertar juegos educativos y diversión para los niños y adolescentes que deben quedarse en casa.
Si el ser humano recibe una educación con fines y valores explícitos podrá afrontar las situaciones que se presenten en su contexto, sean afortunadas o desafortunadas. Lo contrario es el caos, y justo eso es lo que se viene presentando.
Pero no solo la planta gubernamental debe comprometerse en este caso tan desafortunado, sino también la planta televisora y radial privada.
Hace pocos días, el canal 2, Teleantillas, ofrecía, a las ocho de la noche, y en medio de la cuarentena, donde se supone que todo el mundo está frente al televisor, un programa de orientación del uso de dildos y juegos sexuales con el agregado del humor del tigueraje, Cualquiera diría, -pues cambia el canal. Más no sé qué les diría a todos los niños que estaban frente al televisor.
Obvio que ya no existe la comisión de espectáculos públicos y si existe nadie lo sabe. Doña Zaida le habría cerrado el canal al más poderoso de los empresarios, fuera quien fuera. Aunque no aspiramos a volver atrás, con una sociedad ética y moral sería suficiente. Para eso debe servir también el Estado en la democracia, para regular la moral social de todos, independientemente de que se trate del sector privado.
Mientras tanto, los niños son observadores pasivos de una realidad que les enseña lo desmedido, lo desproporcionado, lo infructuoso. Y, a los adultos nos queda ver a un ministro circunspecto que no es de educación pero actúa como si lo fuera, hablando de República Digital, ese elefante blanco que de ser evaluado no lo podremos tragar porque es más la sal que el chivo.
¿Cuántos niños tienen computadoras, sistema de Internet, guías pedagógicas montadas en la plataforma, seguimiento al desarrollo de tareas? Mejor no contarlos porque podría dar un rasero de inequidad y desigualdad aberrante, y la culpa no es del proyecto en sí, sino de sus ejecutorias.
El prócer de la educación y la civilización en la República Dominicana, don Eugenio María de Hostos, bajo la ceiba que lo cobijó en su trayecto al Cibao, a fundar escuelas en los lugares más apartados del centro de poder, descubrió dos cosas, la sed de aprender del pueblo dominicano y que para construir una escuela no se necesitan paredes. Por lo que nos enseñó que ser educados en la civilización es esa forma humana de ser, saber y actuar mediante la capacidad natural del ser individual de trascender a lo universal.
Estamos acostumbrados a arreglar la carga en el camino, ya lo he dicho; sin embargo, falta algo, falta que los políticos que ostentan el poder del Estado hagan uso de una herramienta de la política que se llama reflexividad permanente.
Eso algo así como corregir con acciones, en virtud de sus efectos deseados y no deseados. Sin esas reflexiones la tozudez de la prepotencia impedirá que el progreso ocurra, y conducirá a resultados indeseados, hasta para los fines políticos mismos del partido de gobierno, que sin el reconocimiento general del pueblo verá resultado adverso a sus fines, que es permanecer en el poder.
La reflexividad, es una acción muy compleja y que requiere de ser verdaderos promotores de la democracia, es una acción colectiva, no de una comisión ni de un alto comisionado, sino dialógica, una práctica de hablar y escuchar al pueblo.
Para ello se requiere tener credibilidad, en un código lógico y estético, aplicado al fomentar una cultura ideal para la sociedad a que se aspira dentro de una idea clara del progreso que saca de la barbarie e induce a la civilización. Hoy ya nada es igual.