“Hay que conducir la medicina a la sabiduría y la sabiduría a la medicina, pues el médico filósofo es semejante a un Dios” (1).
La historia demuestra el vínculo de las enseñanzas médicas al origen y constitución de las universidades, lo cual es expresión de la importancia capital que reviste la conveniente formación del médico para la sociedad.
La escuela de medicina tiene por misión la preparación integral del estudiante en aras de que en el mañana realice un correcto desempeño de cara a la población. Aportará conocimientos para ser aplicados dentro del contexto social garantizando que, en el futuro médico, se produzca una adecuada interrelación entre su actuación profesional y su comportamiento en la comunidad. La enseñanza deberá estar dirigida hacia la calidad educativa, haciendo hincapié en la deontología o ética profesional, con el objetivo de lograr una capacitación que privilegie la promoción y la prevención de la salud.
El ámbito académico apremia mostrar superación del modelo convencional basado en la información y los contenidos; manifestando evolución hacia otro con énfasis en el crecimiento de las capacidades cognitivas y de discernimiento. Debe contribuir al desarrollo del pensamiento, tanto inductivo como deductivo, en procura de producir conocimientos ordenados de razonamiento crítico centrados en el paciente, con el fin de asistir, aliviar y curar. Dentro de sus responsabilidades está el proporcionar metodología para la investigación, la actualización de los estudios y la autoevaluación.
El aprendizaje del futuro profesional de la medicina necesita trascender siempre la etapa somatista en la que el ser humano era concebido como un conjunto de órganos, donde la detección y el tratamiento de las anomalías estructurales y funcionales se erigían como los objetivos principales. El adiestramiento requiere ser extendido hacia el incremento de habilidades transversales como el altruismo, el liderazgo, la empatía, la compasión, la tolerancia frente a la pluralidad, la comunicación eficaz y el acercamiento a los demás. A través de actividades que generen sentimiento de colectividad, de pertenencia, de trabajo en equipo: se logra acrecentar el principio de solidaridad, entendido como el compromiso afectivo y efectivo con los otros.
El proceso formativo no puede estar limitado sólo a la instrucción y al dominio de las destrezas; necesita ir parejo a una cultura humanista de manera sistémica que no responda al mercado sino al servicio de la vida, puntualizando en la primacía del paciente sobre cualquier otro interés del médico o de las instituciones del sistema de salud.
En la política de admisión para los estudiantes que desean cursar estudios de medicina debe estar contemplada la “complejidad y la especificidad de esta carrera, ya que la misma implica un alto riesgo social, porque el derecho a la vida y a la salud de las personas tiene mayor jerarquía que el genuino derecho de acceso a la educación superior de los jóvenes” (2). El ingreso irrestricto lesiona invariablemente la calidad educativa y por ende las competencias de los profesionales que egresarán, causando efectos perniciosos sobre la salud de la población.
El estímulo esencial para el estudio de la profesión médica es la vocación. La vocación implica aptitud; la aptitud conlleva disposición de entrega; la entrega acarrea apertura de los sentidos para percibir el dolor y darle solución.
La motivación económica para estudiar Medicina, con preponderancia sobre lo compasivo y lo humano, ha conducido al ejercicio de una práctica despersonalizada tratando enfermedades y no enfermos, cuyo resultado más patético es la deshumanización del acto médico. “Esta realidad es consecuencia, en muchos casos, de una enseñanza profesional que prioriza la información sobre la formación, la técnica sobre la compasión, y la instrucción sobre la educación” (3); dando lugar al egreso de médicos “actualizados, pero poco sensibles; con alto grado de tecnificación, pero poco involucrados; bien entrenados, pero afectivamente distantes” (4). Un aprendizaje médico con estas características llevará siempre consigo el germen causante de una mala relación médico-paciente.
La cantidad de médicos egresados por año requiere ser regulada de acuerdo no sólo a la necesidad según la proporción médico por número de habitantes, si no también a la garantía de una correcta distribución, sustentada por buena motivación, en las diferentes ciudades y pueblos. La no correspondencia con estos parámetros provoca la presencia de un número supernumerario de facultativos en las principales ciudades. Este exceso conduce a la frustración de muchos de ellos ya que, por la falta de plazas de trabajo, tienen que dedicarse a otras cosas; situación que significa, además de decepción, recursos mal invertidos por parte del Estado y de sus familiares. Lo anterior se ve reflejado en el panorama triste de títulos destinados a ser colgados en salas de desilusión.
El perfil del egresado de una escuela de medicina precisa estar conformado por una sólida educación científica, capacidad para la comunicación, afable, con profunda compasión ante el sufrimiento, que priorice la atención primaria de la salud, y cuya meta sea siempre la excelencia de la atención médica.
- Hipócrates.
- Universidad Nacional de Tucumán.
- González R.
- González R.