Cualquier texto que analice el complejo tema de la escritura tendría claro que caligrafía no es lo mismo que la “tecnología de la escritura” (Walter Ong). Cualquier texto de lingüística, de filosofía o comunicación distingue tan claro como el agua entre el “adorno” y la herramienta que se utiliza para fijar un discurso sobre una superficie (preferiblemente en blanco por una cuestión de legibilidad). La invención de la escritura trajo sus miedos, sus ventajas y desventajas; como todo cambio sustancial en la cotidianidad humana. Pero una vez establecida como la nueva tecnología, solo restó doblegarse a ella y usarla porque, de lo contrario, te quedabas atrás. El ejemplo más paradigmático de esta diatriba contra la escritura, y a la vez doblegarse a ella, es Platón en su famosa Carta VII.
Voy más lejos, no me parece necesario sostener la discusión pedagógica entre si se obliga a los adolescentes a escribir a mano o se utilizan las tecnologías digitales para eficientizar los procesos de escritura. En el caso de los niños en proceso de adquisición de habilidades cognitivas, comunicativas, psicoafectivas, podríamos discutir. Es un terreno fértil en investigaciones y las que hay suelen contradecirse en mucho. Pero soy del conveniente diálogo entre las tecnologías: la escritura y las tecnologías digitales. Esto es lo importante. De ningún modo se me ocurre echar de menos la caligrafía. La razón es sencilla: la caligrafía es un adorno, un añadido, algo no sustancial a la escritura, que tiene como fin el principio de cortesía impuesto. La escritura en nuestra cultura occidental no nació como un arte, como en la cultura oriental, sino como una tecnología de expresión y fijación, en una superficie, de lo pensado; tampoco es una sustitución de la oralidad ni su complemento.
Sí vale la pena discutir sobre su pedagogía. Por ejemplo, el tema de la alfabetización (o adquisición de un alfabeto) y las tecnologías, más que discusión estéril, plantea una serie de retos que van más allá de la mirada maniquea del mundo y las cosas a la que estamos acostumbrados; esa vieja discusión entre “bien” o “mal” no cabe. Soy de los que promueve el diálogo conveniente. A una niña de seis años, con un cerebro maleable que absorbe los aprendizajes con suma facilidad, le permito el uso de la tecnología para adquirir el lenguaje (español e inglés indiferenciado), también para disfrutar de sus actividades lúdicas (sin que se reduzcan todas a la Tablet o a la PC porque debe aprender a montar bicicleta, patines y socializar con otros niños y niñas del edificio). Del mismo modo que permito el uso del artefacto tecnológico, suelo pedirle escribir en el cuaderno y el paso no es traumático. Lo mismo para lectura, jugar a una búsqueda del tesoro en la PC, a través de una lectura infantil, es más divertido que cuando lo armo yo y menos que cuando lo hace ella en los recovecos del apartamento. Al final del día, no hay inconveniente en leer siempre, antes de dormir, libros impresos.
En esta lectura, antes de dormir, no hago de la comprensión la meta última de la actividad, sino el hábito. Suelo colocarle una pregunta que genere procesos mentales adecuados a su edad (memorización, análisis de una conducta de un personaje, empatía a través del qué harías tú si fueras tal personaje), pero respeto sobremanera cuando me pide que no le haga preguntas o, simplemente, no me responde porque se va a dormir. En fin, la paideia es un arte en cuya puesta en práctica no solo se demanda conocimiento, sino prudencia.
Lo mismo para la escritura. Esa nueva tecnología que, como lenguaje artificial, debemos ajustar nuestro cerebro a ella y no ella a nuestro cerebro. Enseñarla toma más tiempo y aprenderla se torna más difícil por su carácter de artificio. Aquí es donde tiene cabida la “caligrafía” y la legibilidad de las letras. Es un ejercicio, primero, de reconocimiento y familiarización con el código; después, de construcción de una legibilidad para que haga viable la comunicación. No tiene otro sentido.
Un niño en proceso de alfabetización no solo necesita escribir a mano, también puede usar el teclado porque debe acostumbrarse a ambos canales comunicativos de modo natural.