La observación llegó como una pedrada, un golpe seco en mi alma. No había reparado en ese detalle, pero mi amiga Alicia fue muy aguda al decirme: —Escribes con tono de suficiencia. Te gusta arriesgar, experimentar, comprobar cómo escribes y lo que de tu obra se opine. Intenté defenderme, argumentar una teoría capaz de derrotar su perspicaz señalamiento, sin embargo, fue aún más categórica en sus palabras: —Tienes una manera clara de explicar con un sentido muy personal y aunque a veces te arriesgas a no ser considerado fácil de comprender, te creo brillante.

No niego que sus reflexiones me adentraron en un laberinto de desconcierto. Buscaba la raíz de esta manera de ser, algo que justificara las palabras de mi amiga. Ese algo, que según ella, me daba un tono propio y muy particular, que me diferenciaba del resto de mis compañeros de oficio. Una palabra, como un destello de luz, fue abriéndose paso tímidamente entre las tinieblas, señalándome un sendero que me llevaría al final del túnel. La palabra mágica era “provincianismo” y la encontré en varios textos y comentarios de escritores de reconocido prestigio. ¿Qué se entiende por provincianismo? Pues ni más ni menos que un pensamiento que tiende a despreciar lo exterior para aferrarse al espacio local como única tabla de salvación. Ser provinciano supone estar en las antípodas del ser universal. Thomas Mann, en su diario de cuatro de abril de 1934, dice lo siguiente acerca del escritor checo más reconocido: "Proseguí la lectura de La metamorfosis de Kafka. Me atrevería a decir que el legado de Kafka representa la prosa alemana más genial que se haya escrito en las últimas décadas. ¿Qué otra cosa hay acaso en alemán que no sea mero provincianismo al lado suyo?" Estas líneas de Mann reflejan un marco de distinción temprano en la prosa de Kafka.

Otra referencia, que continúo arrojando luz sobre el asunto y que versa sobre el mismo autor, la encontré en Sándor Márai, escritor húngaro con un ojo capaz de ver por debajo de un abrazo la traición o en un movimiento involuntario la intención de un crimen; nadie como él para definir la envidia entre dos amigos. En su libro de memorias "Confesiones de un burgués" explica lo que significó el descubrimiento de Frank Kafka, "Entré en una librería y de entre miles de libros, saqué La metamorfosis. Empecé a leer y supe enseguida que era el libro que estaba buscando. Kafka no era alemán. Tampoco checo. Era escritor, como todos los grandes autores de la literatura mundial". Es preciso subrayar en Márai esa condición que observa en Kafka, esa no pertenencia a un espacio específico, sino a una universalidad en tanto sus preocupaciones como escritor son aquellas que mueven las pasiones humanas, no importa el lugar, ni el tiempo en que se encuentre. Por último, la palabra provincianismo retorna a mí como un bumerán, esta vez a través de la descripción que, acerca de un referente como Octavio Paz, hace Mario Vargas Llosa: …”él  salvó a todos los de su generación de caer en el provincianismo, les hizo amar lo universal, pues su literatura bebió en todas las fuentes del saber”.

Tras este peregrinaje literario, en busca de argumentos que despejaran mis incógnitas, pretendí encontrarme de nuevo en el espejo que mi amiga había colocado frente a mí. Tenía el deber de ser honesto conmigo mismo e intentar comprender las placas tectónicas situadas bajo las plantas de mis pies. La verdad y creo ser sincero, es que puede existir una razón capaz de explicar la firme posición acerca de mí supuesto orgullo. Tal vez se deba a la seguridad, a la arrogancia con la que tomo el texto por los cuernos y quizás, por qué no decirlo, a un incesante anhelo por ir más allá de los límites que me atan a una realidad concreta. Puede sonar a engreimiento esto que digo y sin embargo confieso que no es así. Solo me propuse hacer un fiel retrato de algo que me inquietó profundamente y me obligó a realizar una introspección para alumbrar algunas dudas. Le agradezco a Alicia la excusa ofrecida para llevar a cabo un ejercicio reflexivo que me ha permitido escribir estas líneas. Confío sinceramente no haber traicionado ese aire de "suficiencia" que ella ve en mí.