Hace una semana leyendo sobre la Acción Humana de Mises, me encontré con el capítulo del tiempo, el planteamiento del tiempo visto desde la perspectiva analítica de un economista es muy distinto al enfoque de filósofos y teólogos de la escolástica, sin embargo, me produjo una reflexión igual o más profunda que la que estimularían en mi los primeros. Incluso recordé a Almudena Grandes cuando llegó a comprender que el tiempo nunca se gana ni pierde, que la vida sencillamente se gasta. Ante la irreversibilidad que impone el orden temporal no podemos permanecer inconscientes y desentenderse del tiempo es sencillamente vegetar hasta la llegada de la muerte. Pero sucede que para los economistas el único tiempo con idoneidad es, el presente, para ellos solo ese lapso conserva actualidad para la acción. 

La acción como tal tiene lugar en el presente porque en ese instante se encarna la realidad misma. El presente ofrece a quien actúa oportunidades y tareas para las que hasta ahora era aún demasiado temprano, pero que pronto resultará demasiado tarde. Y ese ahora que subyace en el tiempo presente le tiende un puente al futuro incierto, ese vago e indefinido futuro que nunca llega, pero en el que siempre pensamos. El tiempo presente, entonces, se constituye en un bien escaso al igual que los demás, pero con una particularidad, podemos tener de esos bienes muchos al mismo tiempo, pero no podemos nunca llevar acabo dos acciones al mismo tiempo, la relación temporal de dos acciones siempre corren en relación del antes y el después, por tanto no podemos disponer de nuestro propio tiempo realizando muchas acciones simultáneamente, estamos entonces obligados a elegir una y renunciar a la otra, y sometiendo la acción elegida a la servidumbre del antes y el después, nos percatamos de que: ¡no soy dueña de mi tiempo como pensaba, soy su esclava! 

Desde que decidimos actuar la noción del tiempo no se aparta de nosotros y cada momento presente se ahoga constantemente en el pasado, es decir, que una acción realizada ahora, sucede que transcurrida una milésima de segundo, ya pasó y estableció cede en el pasado, ya no me pertenece, solo puedo recordar a Bacon ahora mientras me susurra al oído que “comience a hacer ahora lo que quiero hacer, porque no estoy viviendo en la eternidad. Solo tengo este momento, brillando como una estrella en la mano y derritiéndose como un copo de nieve a la vez.” Pensar que somos dueños del tiempo es torpeza temeraria, es una infamia, el dueño del tiempo no se ve afectado por el, ha de ser un ente ideal que nunca envejece y el tiempo se rinde a su pies eternizando un presente que no discurre, que no se muere nunca y no deja estragos a su paso, todo es perfección y lozanía, no se ven afectadas las formas y no hay que hablar ni siquiera de estados ni gradaciones, quizás por esto aquellos que han instituido su razón como el árbitro supremo para dar forma a la realidad compartida han establecido con obstinación la insistencia por el pasado. Con su apología al pasado se creen dueños de los momentos que allí yacen enterrados, al punto de condenar el futuro sin ni siquiera conocerlo, como diría Quevedo. No aspiran a la búsqueda de la verdad, ni el sentido de la vida, sino la imposición de su razón. Administrar la condena del tiempo bajo la guía de la razón de los otros es asumir una condena doble e innecesaria, la de los dioses y la de los hombres, si bien contra los primeros todo intento por rebelarse es inútil, contra los segundos es imperativo oponerse, desafiar la autoridad de su razón con nuestros actos para administrar nuestra condena no solo es lo justo, es perentorio.

La verdad es solo hija del tiempo, no de la autoridad, la verdad somos cada uno de nosotros y somos reales solo en la medida que actuamos con sentido y deliberación, lo infructuoso de la vida subutilizada por una baja productividad sin sentido, mientras se pregona Progreso, es el malgasto del tiempo más absurdo que existe.  

La prisa por salir de una tarea mal hecha para llegar a casa para entretenerse y que el tiempo pase aún con más prisa, para dormir y regresar a desaprovechar el propio potencial, es un suicidio que no pasa por la muerte, si por la vida, cada día. Vivir en ese estado en el que la muerte más sentida la borra el siguiente partido de Baseball; el escándalo de corrupción, las declaraciones del influencer de moda; y la existencia sin sentido, el próximo teteo, es sufrir la doble condena del tiempo, la primera es inevitable; es un acto a la vez que traza la diferencia entre un antes y un después de lo que somos, y es triste percatarse de que no se ha crecido ni siquiera un poco y el segundo es opcional, la razón del amo que elegimos por no querer pensar, no poder pensar o no osar pensar; es fanatismo, idiotez y cobardía. Y el ser humano arrojado a la incertidumbre del mundo se enfrenta constantemente al peligro de estar vivo, si no la asume, entonces, ¿para qué vive?

Aquellos que han instituido lo que llaman “la razón” como el árbitro supremo para dar forma a la realidad y todo lo que escape de ella tacharlo como locura e irracionalidad, esos diletantes así marginan al socialmente excluido, para una vez asumiéndose amos del tiempo y aletargados en el pasado como sucede en Macondo, pregonarán que están en control absoluto para cambiar el curso de la historia y llevar recetas mágicas para solucionar todos los males de sus súbditos, pero antes debes deponer tus anhelos, ambiciones y aspiraciones para asumir sus sofismas contradictorios como credo, por un bien ‘mayor’ que se precipita a su fin de continuo porque nadie nunca lo ve materializarse.

Es momento de entender que las intenciones de los hombres no existen ni valen si no llegan a realizarse, porque en cuanto a lo que concierne a la acción, lo que realmente tiene valor es la adhesión y constancia en los mismos principios del ser que actúa y no el que manda, y permanecer anclados a ideales cuya coherenica lógica descansa solo en el pensamiento sin aplicabilidad práctica y efectiva, no es más que puro esnobismo intelectual, alharaca y palique. 

La acción solo puede ser constante en un sentido, el propio, para crear el sentido y dirección hacia la cual dirigir nuestra acción necesariamente tenemos que guiarnos sólo a través de nuestra propia razón por más errada que esta sea, al estar bajo nuestra responsabilidad siempre tendrá lugar la oportunidad de rectificar el error y asumir la condena del tiempo de esta forma nos pone justo donde tenemos que estar, asumiendo la genuina y maniática tarea de construir eternidades con elementos hechos de fugacidad, tránsito y olvido como diría Onetti.

Nuestras acciones están forzadas inevitablemente por el orden del tiempo, la coherencia que esperan y las expectativas que ponen los demás en nosotros son imposibles de cumplir y si el ser humano entiende que tiene una misión en la vida, antes de asumir cualquiera que sea, se encuentra obligado primero a conocerse y dominarse así mismo, porque nuestras acciones solo se acomodarán al fin perseguido y la deliberación exige que nos adaptemos continuamente a las siempre cambiantes condiciones de la naturaleza y de las contingencias de la vida misma, y la capacidad tanto de adaptación como de hábito de respuesta no se obtienen subordinados a la razón ajena, sino solo a la propia, la cual aspira siempre a ser más consciente que ayer y actualizarse en el presente, por nuestro propio bien y autoconservación, la vida de todas maneras se gastará y asumir la condena del tiempo guiado por la razón de los otros es solo malgastar la vida, perderla.