A la memoria de Carmen Dionelys Martinez Bonilla (1998-2018), mártir de la misoginia eclesiástica

Cuando se habla de aborto, el argumento predilecto de la derecha teocrática contra la despenalización por causales es la supuesta “defensa de la vida”. En su comunicado del 23 de julio recién pasado, titulado justamente “Un llamado a defender la vida humana” (1), los obispos dominicanos se explayan en todo tipo de falacias y distorsiones, como la de afirmar que se busca matar en el vientre a las personas discapacitadas, cuando saben muy bien que la causal propuesta solo se refiere a embarazos inviables (es decir, aquellos donde la criatura no podrá sobrevivir fuera del útero e inevitablemente morirá).

Otra de sus mentiras favoritas, reiterada en el comunicado, es que en los países que despenalizan, “los abortos se multiplican [y] las transnacionales se lucran de esas naciones dejando a los países peor que antes”.  Por supuesto que nunca han aportado ni un gramo de evidencia en apoyo de estos disparates, puesto que docenas de investigaciones científicas muestran que la tasa de abortos no aumenta (y en muchos casos baja) tras la despenalización, y puesto que nadie conoce cuáles son esas poderosas transnacionales que promueven el aborto para lucrarse de ellos.

Si de verdad les preocupa tanto el alto costo de los abortos clandestinos, que obliga a tantas mujeres pobres a endeudarse con usureros o a empeñar los enseres del hogar para pagar a los proveedores, los obispos no debieran oponerse a la legalización, por el contrario. Porque si hay algo que se reduce estrepitosamente con la legalización es el costo de los procedimientos, al aumentar el número de proveedores –entre los cuales no conocemos ni una sola transnacional- y entrar en juego los mecanismos de oferta y demanda.

En lo que no miente el comunicado de los obispos es en su argumentación en contra del aborto terapéutico, que inicia con una frase infame del Papa Francisco: “El aborto no es un mal menor: es un crimen, es echar fuera a uno para salvar a otro. Es lo que hace la mafia” (énfasis mío). Más claro de ahí no canta un gallo misógino. Pero por si acaso no nos queda clara cual es la posición ética de estos santos varones, el documento del Episcopado continúa diciendo: “Es incomprensible que se legisle para que en un “caso extremo” el médico vaya directamente a matar a la criatura, sin llevar adelante todos los avances que ofrece la ciencia médica; el médico tiene el deber ético y moral de ir a salvar las dos vidas, la de la mujer y la criatura por nacer”. Y si los esfuerzos de la ciencia médica por salvar ambas vidas no dan resultado, qué pena, porque como dice Francisco, no se puede “echar fuera a uno para salvar a otro” –o, como también les gusta decir a los curas, mejor dos muertes que un ‘asesinato’.

Las terribles consecuencias de esta ética misógina quedaron evidenciadas el pasado martes 1 de agosto con la muerte enteramente prevenible de Carmen Dionelys Martínez Bonilla, de 20 años, a quien los médicos de dos hospitales públicos (Puerto Plata y Santiago) le negaron durante 20 semanas la interrupción terapéutica, aún sabiendo que su vida corría peligro inminente. En otras palabras, la dejaron morir, tan simple como eso, por negarse a aplicar lo que mandan los protocolos médicos nacionales e internacionales ante los embarazos de altísimo riesgo en mujeres falcémicas. Y de no ser por las valientes denuncias de la enfermera Rita García y del Dr. Víctor Terrero, ni nos hubiéramos enterado (2).

La mala práctica y la negligencia médicas en este caso son innegables -los médicos del hospital público de Puerto Plata la tuvieron interna durante 9 días antes de trasladarla a Santiago, donde tampoco hicieron nada. Pero sabemos bien que esta muerte, como la gran mayoría de las muertes maternas, quedará impune. Total, son mujeres pobres, a quienes le tocó la mala suerte de vivir en el paraíso de la incompetencia y la impunidad, donde lo que dicen los curas tiene más peso que lo que dice la Organización Mundial de la Salud, los protocolos del Ministerio de Salud Pública y los libros de texto que estudiaron en la universidad.

Los obispos deben estar felices con lo bien que se cumplen sus instrucciones en los hospitales públicos: en efecto, mejor dos muertes que un ‘asesinato’. Ahora se rasgarán las vestiduras, hipócritamente lamentando lo que en el fondo alaban: otra “Madre Coraje”, como celebran a estas “mártires de la fe” en docenas de páginas web dedicadas a exaltar a mujeres católicas que optaron conscientemente por la muerte antes que interrumpir el embarazo que sabían les causaría la muerte (3). Varias de ellas han sido ya canonizadas o beatificadas, lo que no ocurrirá con Carmen Dionelys porque ella no quería morir, a ella la mataron.

La mataron los médicos irresponsables que se negaron a cumplir con su deber por seguirle la corriente a los obispos. La mataron los congresistas cobardes, que no se atreven a legislar en beneficio de la ciudadanía por su miedo patológico a la Iglesia. Pero sobre todo la mataron los obispos dominicanos junto a todos los papas, cardenales y curas que nos siguen imponiendo sus dogmas misóginos y vendiéndonos la idea de que no hay postura ética más excelsa y sublime que la de dejar morir a una mujer de 20 años por no permitir que se le practique un aborto terapéutico (FIN).

(1) “Un llamado a defender la vida humana”. Conferencia del Episcopado Dominicano, 23 de julio 2018. https://www.ced.org.do/comunicado-un-llamado-a-defender-la-vida/

(2) Ver la reseña completa del caso en: Altagracia Ortiz, “Muere joven mujer con embarazo y una falcemia complicada”. Hoy Digital, 4 de agosto 2018. http://hoy.com.do/muere-joven-mujer-con-embarazo-y-una-falcemia-complicada/

(3) Para más información sobre este culto necrofílico, ver D. Paiewonsky, “Aborto, fanatismo religioso y pérdida de feligresía”, Acento, 29 de diciembre de 2016. https://acento.com.do/2016/opinion/8414695-aborto-fanatismo-religioso-perdida-feligresia/