“Que hablen mal de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen”.

Oscar Wilde, dramaturgo y poeta irlandés (1854-1900)

Que entre  Danilistas y Leonelistas hay una competencia creciente y cada vez más ácida es verdad  supersabida.  Es el tema relevante por el que cruzan otros y otros temas que en sí  mismos  tendrían una importancia de primer orden si no fuera porque aquel los convierte en alimento propio.  Lo de Quirino, corrió esa suerte y parece que ya fue digerido.  Para solo citar un caso que en cualquier otro país con instituciones democráticas consolidadas y funcionales habría puesto en movimiento los recursos de la justicia y  convocado a varios funcionarios a dar explicaciones ante el Congreso Nacional. 

La cancioncita de que el Comité Político….(tanto ameniza  el ambiente que  ya es el PLD por antonomasia)  “deber ser convocado”,  para que decida sobre la reelección; o lo que es lo mismo, si Leonel Fernández será o no candidato, nos pone casi a todos a “tararearla” de alguna manera. 

(Yo) creo  hay que  salir cuanto antes de esta encerrona.

Porque por encima del análisis al que nos induce la cancioncita, sobre  posibles desgarraduras y desafecciones de votantes en  el  peledeísmo,   que todavía habría que evaluar hacia donde se irían, hay más elementos objetivos que reclaman no dejarnos amemar.

Porque la marca PLD sigue siendo muy preferida.  Dominante.  Es  de  la  que  se habla y la que  pone hablar,  en encuestas incluso.  Está por todas partes.  La cancioncita es parte de ese plan de poner al país solo en PLD.

  Y  como hace varios años  señaló Vicente Verdú  en  un artículo en el periódico español  El País: “….de lo que se trata hoy en la publicidad y en la publicity  no es de ensalzar el producto sino de promover su visibilidad. Y, especialmente, si los demás, autoridades y consumidores, cooperan involuntariamente a ello…”

Lo visible y escuchable por doquier es la marca  PLD.

Porque en cualquier caso, con Leonel o sin Leonel, estamos en el terreno del PLD y su proyecto esencial de poder, el de servir lo grande para los grandes y el  “boroneo” para los pequeños; aunque entre sus barones haya diferencias de matices, de matices, en  la dirección del modelo. Es el modelo “hecho en Brasil”.

Porque hay que ponerse en Leonel Fernández, y verlo declinar sus aspiraciones, o lo mismo que decir: renunciar a algo ya vital en  su  ser, como Balaguer en su tiempo (¿no recuerdan?).

Porque hay que suponer  que  Leonel Fernández entiende que si no es candidato se expone a mucho más de lo que ha recibido desde que dejó la  presidencia en el 2012.

Porque él dispone de votos en  el congreso que son necesarios para la reforma constitucional que habilite la reelección y ha dicho que no los sumará a ese propósito.

Porque lo concreto, lo evaluable, es que está en campaña  y recibiendo  apoyos de sectores, algunos de los cuales deberían estar en la acera opuesta, y peor, se zafaron de esta acera para llevar agua al molino Leonelista.  Ahora mismo,  él  es  el  político que está recibiendo apoyos desde fuera de su partido.

Porque a los sectores que  en  el  Danilismo que con mayor interés empujan la reelección no les divide del grupo  de  Leonel Fernández  asuntos de ideales, aunque tengan más cuidados en sus maneras; sino intereses de grupos económicos  ya constituidos.  Y digo esto con la propiedad de diferenciar aquellos sectores,  de  los  de  cierta ortodoxia en el Danilismo  que ven en su líder la concreción posible  del  ideario de Juan Bosch.

Porque, cuando  como es  el caso,  los intereses específicos están claramente establecidos, es muy fácil avenirse a un acuerdo “ganar- ganar” y de repente podríamos encontrarnos que en medio de la musiquita que nos  amema  se produjo un entendimiento adjetivado de “histórico.”

Así que dejemos de embelesarnos con la musiquita del Comité Político. Y actuemos, conscientes de que la división y la desmovilización de la oposición son funcionales al continuismo.