¡Qué! ¿Borrachos a las 9:00 de la mañana?
“Es que están borrachos”. Esta es una cita del Libro de los Hechos 2: 13. Es una expresión de burla, una acusación rara y sorprendente que aparece en el Nuevo Testamento como parte de un acontecimiento que tiene relación con la gran Fiesta de Pentecostés que los cristianos estamos celebrando el domingo 20 de mayo, 2018.
Se debe analizar la ocasión de ese hecho cuando se manifestó el poder del Espíritu Santo. Se refiere a los 50 días después de la Pascua de la Resurrección (Hechos 2:1) de Jesús el crucificado en el Gólgota y ascendido. Este evento coincide por la memoria de la institución de la ley de Dios dada en el monte Sinaí, 50 días después del Éxodo de la liberación de la esclavitud en Egipto (Éxodo 20: 1-17); asimismo tiene relación con la cita de Éxodo 6:7; pues, en ese día se afirmó la identidad de los judíos y a la vez se establecieron mandamientos en el pacto entre Dios y el pueblo Israel; además, esta es una fiesta conmemorativa de la memoria histórica de los judíos para dar gracias a Dios por la cosecha (Éxodo 34: 22) y los otras manifestaciones de bondad, liberación y protección de Dios.
En ese día cincuenta después de la partida de Jesús, se manifestó el Espíritu Santo a los ciento veinte (120) creyentes cuando se encontraban juntos orando en un mismo lugar (Hechos 2:1.4). En esa congregación estaban los doce (12) apóstoles, María la madre de Jesús, y otros seguidores del Señor. “De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacia que hablaran”. (Hechos 2: 2-4).
La conmoción fue tal que algunos observadores, al no entender lo que pasaba con los ciento veinte creyentes que estaban juntos orando y emocionados, se burlaron de ellos diciendo que estaban borrachos. Pero se les hizo saber que no estaban embriagados a las 9:00 de la mañana.
Ahora bien, Pentecostés es algo más que la venida del Espíritu Santo. Es el nacimiento de la religión cristiana. Es la afirmación y sello de la identidad de los seguidores de Jesús el Cristo, y en consecuencia, es la declaración de autonomía del la rígida estrechez de la Ley de Moisés.
Es la conclusión de la estación de la Pascua de Resurrección, y principio del movimiento de la religión cristiana como una identidad salida del judaísmo, pero con autonomía propia, con principios fundamentados en las enseñanzas de Jesús de Nazaret, y no se suscribe a la tradicional religión judía; pues profesa y señala los preceptos, el mandato, la consagración y el compromiso de predicar las Buenas Nuevas del Evangelio a todo el mundo y anunciando a todos el mensaje de salvación. (Marcos 16: 15). En otras palabras, el derramamiento del Espíritu Santo capacitó a la iglesia para difundir la obra redentora de Jesús para salvar a todos los que en él creen, y es de alcance universal.
Precisamente, el Espíritu Santo llenó el lugar y los corazones de los que estaban reunidos en oración, y les habilitó para hablar en las lenguas de la multitud que estaban presentes en Jerusalén. Eran gente de las regiones del Mediterráneo, de la provincia de Asia, de Egipto, de Roma, habían cretenses y árabes. Todos quedaron sorprendidos, porque “les oían hablar en sus propias lenguas”.
Grandes cosas sucedieron en ese momento de Pentecostés; pues, los apóstoles eran de Galilea, o sea, personas sin mucha cultura, y conocedoras de múltiples idiomas.
El derramamiento y el poder del Espíritu Santo, inspiró y motivó a los apóstoles a reafirmar su fe en Jesús, y dar testimonio de que lo que estaba pasando y que había sido anunciado por el profeta Joel, cuando dijo que: “Dios derramaría su Santo aliento sobre toda la humanidad”. (Joel 2: 23).
Esta experiencia fue impactante, por lo que algunos preguntaban: ¿Qué significa esto? Sin embargo, como sucede casi siempre, otros burlándose, decían:
“¡Estos están borrachos!”. El Espíritu de Dios no emborracha a nadie, le da poder para predicar y testificar las Buena Nuevas.