Tres cosas distinguen a los hombres:

la virtud, que lo libra de ansiedad;

la sabiduría, que lo libra de la duda y

el valor, que lo libra del miedo.

Confucio.-

Hoy, quizás no muy tarde para remediarlo, nos hemos dado cuenta que la trama se enredó, como todas las cosas en esta vida –suponiendo que exista otra-, pero accediendo a los caprichos del destino, me encontré con la creencia de lo que considero una verdad o realidad, no precisamente porque la necesito, pero sí, porque lo quería. Escuché que hay dos clases de dolor; el dolor que te hace fuerte y el dolor inútil, ese que te hace sufrir y parecer un masoquista que día a día acude ante su verdugo a buscar más castigo.

Se puede pensar en innumerables razones o cosas que van de la mano con esta aseveración, pero solo existe una y que, en este caso, lleva por nombre pueblo, aunque muchos que pertenecemos al mismo, no poseamos la paciencia para escuchar, ver o participar en cosas inútiles.

Al igual que el mal agradecido no tiene memoria, por igual acontece con el perverso, categoría esta en la cual caben perfectamente los políticos en general, salvo como en toda regla o ley, que contiene sus pocas excepciones. Se consideran fuertes, indestructibles y magnánimos, siempre y cuando lo que donen no tenga que ver con sus intereses o su peculio personal. Pero ahí viene el hecho, de que pese a esas reales o supuestas fortalezas, siempre, la debilidad que habita en los pueblos los vence o la naturaleza se encarga de demostrárselo, ya sea con enfermedades o la propia muerte, que para ellos siempre es prematura que no los deja disfrutar o llevarse las tantas cosas materiales que idílicamente han acumulado a costa del sufrimiento y los engaños sufridos por otros. Y aquí, precisamente, se cumple lo que ya antes dije, de que la debilidad es más fuerte que la fortaleza, porque al final de los finales, ella triunfa.

Históricamente, los sufrimientos de este pueblo, han tenido un elemento en común, el cual lleva por nombre “Los Políticos”. Maldición o nombre sin el cual se hace impensable llevar una vida en sociedad, como si dijéramos que estamos condenados a vivir con esta interminable peste. Hoy en día, el ejercer la política como ciencia es un mito, ha sido invadida por todo tipo de personajes de por si invalidados para ostentar la responsabilidad de velar por los intereses nacionales. La Farándula, por un lado, y debido al clientelismo político, ha reclamado un lugar preponderante en los poderes del Estado, sin hablar del narcotráfico.

Asistimos pasivamente a observar las manecillas del reloj que marca el cataclismo de nuestra democracia en un avance sin control alguno. Solo observamos y bajamos la cabeza ante el poder corrupto e insaciable de nuestros políticos, y ante la llamada de atención por la menor muestra de repulsa de estos actos, callamos sumisamente sin importar como vemos el asesinato de nuestras instituciones y la debacle que esto conlleva.

Burdamente asistimos al espectáculo de ver la manera mediante la cual han convertido “los honorables” en un mercado, el que en algún momento fue el augusto escenario de nuestros representantes y hoy parece más bien un nido de negociantes levantando sus paletas para comprar en una subasta pública; un lugar engendro de intereses endemoniados; encubridores de atrocidades; maquiavélicamente perversos; mentirosos; cubículo de fieras y, por qué no, ya que es posible, hasta cubil de ex-narcotraficantes.

Y como estamos a principio de año, por cierto muy movido para los políticos, permítaseme referirme a la novela distópica 1984 del escritor George Orwell y referirme al adjetivo que fue popularizado por éste, llamado adj. Orwelliano, para concluir por hoy: el mismo connota cosas como el engaño oficial, la vigilancia secreta, la terminología descaradamente engañosa y la manipulación de la historia registrada por un Estado autoritario. Cualquier semejanza, no puede ser coincidencia. ¡Sí señor!