“Es una píldora mágica o un falso mesías? No sabemos aún.” – Eli Schwartz
En ningún momento las autoridades sanitarias de Europa, Estados Unidos o Japón han contemplado el uso de la ivermectina para curar o prevenir el COVID-19, porque se carece de evidencia científica de su eficacia, según ellas.
Las agencias que regulan los medicamentos en esos países evalúan constantemente los reportes de ensayos clínicos que le someten los profesionales de las ciencias médicas, pues tienen un equipo de científicos con los conocimientos y la experiencia para autorizar los tratamientos apropiados para cada enfermedad, procurando proteger los mejores intereses de los consumidores. En cambio, todas esas agencias regulatorias han autorizado y recomiendan el uso de la dexametasona, después de evaluar los datos de este corticosteroide, que se viene utilizando desde hace más de medio siglo como antiinflamatorio, en el ensayo clínico “Recovery” que comprobó su eficacia en las etapas grave y crítica del COVID-19
En Estados Unidos, la entidad encargada de autorizar el uso de fármacos, su dosificación y supervisión de calidad en su manufactura, la FDA(Food and Drug Administration), dice explícitamente que la ivermectina no está aprobada para la prevención o el tratamiento del COVID-19, porque no le han presentado evidencia de su eficacia. En una experiencia similar, el 30 de marzo, bajo fuerte presión política, la FDA autorizó la hidroxicloroquina para “uso de emergencia” en el tratamiento del COVID-19, sin la apropiada evidencia científica de su seguridad y eficacia. Antes de cumplir un mes, el 30 de abril, advirtió sobre el peligro de recetar hidroxicloroquina fuera del entorno hospitalario o de un ensayo clínico controlado, y el 15 de junio tuvo que revocar la autorización al producirse evidencia contundente sobre su falta de eficacia y el riesgo para muchos pacientes. La reciente presión política en el Senado estadounidense para aprobar urgentemente el uso de la ivermectina como tratamiento para el COVID-19 no correrá la misma suerte que la hidroxicloroquina, pues fue un error colosal de la FDA doblegarse a la presión política. El único camino para que la FDA autorice el tratamiento con la ivermectina en su nueva función de antiviral es esperar que concluyan ensayos clínicos de peso con evidencia a favor de su eficacia y seguridad.
En Estados Unidos no es solo la FDA que no está convencida de la eficacia y seguridad de la ivermectina para el tratamiento del COVID-19. La reputada red hospitalaria, Mayo Clinic, en su respuesta a la pregunta de si hay algún tratamiento que sirve para curar el COVID-19, considera que la ivermectina no es efectiva contra el coronavirus. Otra de las instituciones sanitarias de vanguardia, Massachusetts General Hospital (MGH), afiliada a la Universidad de Harvard, dice claramente en la página 14 de su más reciente guía para el tratamiento del COVID-19 que, “no hay evidencia de la eficacia de la azitromicina y la ivermectina para el tratamiento de COVID-19”, y que, “solo deben ser utilizadas para otras afecciones”. Cleveland Clinic sigue el protocolo del Instituto Nacional de Salud (NIH por su nombre en ingles), donde claramente se recomienda no recetar la ivermectina para tratar el COVID-19, y se explica su razonamiento a partir de su página 95. Johns Hopkins, entre las instituciones punteras de la medicina y salud pública en Estados Unidos, conduce un ensayo clínico aleatorizado para determinar la eficacia de la ivermectina para el tratamiento del COVID-19 que espera concluir en mayo 2021, y mientras tanto tampoco recomienda ese uso del antiparasitario fuera de este proyecto.
Hasta la fecha, solo hemos encontrado una institución de investigación médica en Estados Unidos, y no es un referente mundial, que incluye la ivermectina en su protocolo para el tratamiento de la enfermedad provocada por el SARS-CoV-2: la Eastern Virginia Medical School (EVMS). La ivermectina es el único tratamiento que EVMS recomienda aplicar en todas las etapas de la enfermedad, desde la profilaxis hasta la fase inflamatoria pulmonar, aunque ellos mismos destacan, en el documento de 40 páginas del 17 de diciembre, que su uso es siempre como parte de un coctel de fármacos y nutrientes, baratos y disponibles, porque la ivermectina no es una píldora mágica.
La evidencia científica apunta claramente a que la ivermectina no es un remedio milagroso para todas las etapas del COVID-19.
Del otro lado del Atlántico, en mayo, la Clínica Universidad de Navarra y el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) con la colaboración de la farmacéutica española, Idifarma, iniciaron un ensayo clínico aleatorizado con 24 voluntarios, para determinar la capacidad del fármaco antiparasitario para disminuir la transmisión del SARS-CoV-2 en pacientes con menos de 48 horas de haber sentido los primeros síntomas. En agosto, el diario español ABC reportaba en un artículo titulado, “Este es el antiparasitario contra el Covid que puede morir de éxito”, que no habían podido reclutar los 24 voluntarios hasta esa fecha, a pesar de que originalmente planeaban completar la muestra el 14 de junio. El investigador principal de este proyecto, Dr. Carlos Chaccour, también colabora con una universidad de Lima en un ensayo clínico similar con 100 voluntarios, proyecto que también ha tenido dificultades en completar la nómina de participantes, porque casi todos los voluntarios se descalificaban por haber tomado previamente ivermectina.
Mientras tanto, en la excelente página “Preguntas y respuestas sobre ivermectina y COVID-19”, el Dr. Chaccour de ISGlobal expone su equilibrada visión actual sobre el uso de la ivermectina para curar la enfermedad: “Existe incertidumbre o equipoise —término que se utiliza en bioética para definir una situación en la que existe una duda razonable de si un medicamento puede ser útil o no. Esto justifica que se pruebe la ivermectina contra el SARS-CoV-2 en ensayos clínicos.” Chaccour luego advierte que, “dada la ausencia de evidencia razonable de que la ivermectina tenga alguna eficacia contra el SARS-CoV-2, el análisis de riesgo-beneficio dicta que debemos ser prudentes, es decir, evaluar la eficacia (y la seguridad en este contexto) antes de adoptar ivermectina a nivel poblacional.” Por cierto, el protocolo de su ensayo clínico aleatorizado está disponible abiertamente en su totalidad para cualquier persona o institución que desee replicarlo.
El 15 de junio 2020, gracias al diario Jerusalem Post, Acento reportaba en un artículo titulado “En Israel también le ponen el ojo curativo a ivermectin(sic)”, que el investigador de la Universidad de Tel Aviv, Dr. Eli Schwartz, había emprendido un ensayo clínico con la finalidad expresa de “establecer la eliminación viral dentro de los seis días posteriores a la intervención con ivermectina”, en casos leves a moderados de COVID-19. En ese momento, poco más de dos meses después de conocerse el efecto antiviral del antiparasitario en pruebas in vitro por un equipo de la Universidad de Monash en Australia, había 26 personas enlistadas para “el estudio aleatorizado, de asignación paralela, doble ciego, cuádruple, de los 100 pacientes que espera reclutar, la mayoría en los llamados hoteles de coronavirus administrados por el Estado de Israel”. Ciertamente la israelí es una muestra muy pequeña para los estándares internacionales que usualmente comprenden miles de pacientes, pero es un ensayo diseñado con un alto nivel de rigurosidad científica, capaz de indicar al menos si vale la pena seguir investigando el fármaco antiparasitario como tratamiento antiviral para el COVID-19 en la etapa inicial.
Seis meses después, lamentablemente, Eli Schwartz reporta que no ha podido concluir el ensayo en octubre, como había planificado, por la falta de suficientes voluntarios calificados, el bajo nivel de cumplimiento de los participantes y escaso financiamiento para el proyecto. Debido a estos obstáculos, se corre el riesgo de no poder completar el ensayo en los términos originalmente contemplados, dejando sin respuesta la interrogante sobre la eficacia de la ivermectina para tratar a pacientes en las primeras etapas del COVID-19. El investigador lamenta la falta de apoyo que ha recibido para llevar a cabo el ensayo clínico, que no ha sido la excepción, pues se han financiado muy pocos estudios científicos sobre la eficacia de la ivermectina para curar temprano la enfermedad provocada por el novel coronavirus.
En mayo, con el patrocinio de la gigante farmacéutica Merck, la Universidad de Kitasato se preparaba para realizar un ensayo clínico controlado sobre la eficacia de la ivermectina en el tratamiento del COVID-19, pero luego no encontramos más noticias sobre este ensayo hasta septiembre. El ensayo clínico de Kitasato involucra a 240 voluntarios con síntomas leves o moderados, pero no conocemos el cronograma para su aplicación por el equipo liderado por Yamaoka Kunihiro, solo que iniciaba el reclutamiento el 8 de octubre 2020. La falta de noticias posteriores indica que no ha concluido aun, y esperamos atentos por los resultados de este importante ensayo en Japón. La ciencia es un proceso pausado y no se debe festinar o no es ciencia. La ciencia requiere paciencia, sobre todo cuando de ella dependen vidas humanas.
En el otro extremo, tenemos la entusiasta experiencia latinoamericana con la ivermectina. Dos semanas después de publicarse los resultados de la Universidad de Monash sobre la espectacular reducción del SARS-CoV-2 in vitro, los latinoamericanos empezamos a proclamar el éxito del medicamento milagroso en el tratamiento de pacientes moderados y severos de COVID-19. No hubo que diseñar un ensayo científico, someterlo a las autoridades para validación y hacerlo de público conocimiento, a pesar de algunas voces en el desierto. La noticia del éxito australiano con la ivermectina in vitro fue suficiente para arrancar a recetar individualmente a los presumiblemente contagiados, inicialmente, y poco después a repartir sin mucha discriminación el medicamento milagroso, incluso en su versión veterinaria inyectada, en la jungla y en las favelas a todo adulto mocoso, misericordiosamente exceptuando a las embarazadas, lactantes y los infantes.
En algunos casos, los médicos registran datos de los pacientes, su medicación y la evolución de la enfermedad con alguna metodología rudimentaria, sobre todo cuando los pacientes permanecen hospitalizados para ser monitoreados de cerca. En otros casos, no hay tal control ni registro. Cuando se han realizado estudios estadísticos, han encontrado que la ivermectina no tiene la eficacia que se había asumido en base a testimonios anecdóticos de practicantes y sus pacientes recuperados, al menos no en pacientes con síntomas moderados y graves. De hecho, un estudio de 5,683 pacientes hospitalizados en Perú ha motivado a las autoridades peruanas a eliminar el uso del antiparasitario para tratar el COVID-19 en sus hospitales.
Finalmente hemos iniciado una nueva etapa, pues hoy hay varios profesionales que abogan en diferentes países por el tratamiento profiláctico con la ivermectina en lugar de las vacunas, por ser “efectivas en la prevención y mucho más baratas que la vacunación”. No importa que en algunos casos sean veterinarios o fabricantes del “medicamento milagroso”, como el Dr. Manolo Fernández en Perú, pues muchas personas incautas creen en el poder milagroso de la ivermectina como salvación, en las etapas presintomáticas, de síntomas leves y moderados en pacientes ambulatorios, al igual que para los hospitalizados críticos, con necesidad de oxígeno y hasta intubados. Ven en la ivermectina una panacea capaz de cualquier milagro, sin necesidad de esperar los resultados de ensayos clínicos de calidad: la salvación para todos en una píldora. Su inquebrantable fe en la ivermectina es alimentada por el miedo a enfrentar la enfermedad sin armas químicas para combatirla.
Como es bien sabido, no hay fuerzas más potentes que la urgencia y el miedo para cegarnos a la verdad y la ciencia. En varios países de América Latina el COVID-19 ha provocado una ceguera colectiva, con su máxima expresión respecto a varias curas alternativas, justamente en el continente más azotado por la conjunción de la política y la pandemia. Muchos políticos se han aprovechado de las circunstancias para hacer demagogia repartiendo masivamente medicamentos que carecen de evidencia científica sobre su eficacia, y en un caldo de cultivo como el del Perú actual, las consecuencias han sido graves en términos de sufrimiento y muertes por el imprudente manejo demagógico del COVID-19.
De los originales promotores de la ivermectina para curar la enfermedad provocada por el novel coronavirus durante la vorágine de la primera ola de contagios, muchos profesionales hoy reconocen que el antiparasitario no es una cura mágica. Mantienen, o mantenemos, la esperanza de eventualmente comprobar que, en alguna dosificación y para algunos contagiados, la ivermectina podría ser una cura provechosa en la etapa de primeros síntomas que no requiere hospitalización. Mientras tanto, lo prudente es permitir a los profesionales de la salud determinar si, y cuando, un paciente en particular se podría beneficiar tomando ivermectina en una dosis que se sabe bien tolerada por el organismo humano. Es imprudente ser misionero predicando las bondades de una píldora mágica como salvación, capaz incluso de hacer innecesaria las vacunas que empiezan a distribuirse por el mundo.
La evidencia científica apunta claramente a que la ivermectina no es un remedio milagroso para todas las etapas del COVID-19. Hay importantes iniciativas para determinar la eficacia y seguridad del medicamento en las primeras etapas de la enfermedad y esperamos sus resultados con expectación. Los resultados de los ensayos clínicos pendientes de conclusión dirán si la ivermectina no ha sido un falso mesías al que tantos creyentes han rendido culto, unos impulsados por el miedo y otros por la urgencia de salvar vidas, obviando la rigurosidad de la ciencia, al dejarse dominar por la impaciencia.