Titulo así este artículo refraseando una expresión que se ha hecho popular en los últimos 20 años, a raíz de la elección del ex presidente Bill Clinton, en Estados Unidos. Se cuenta que el Jefe de su campaña, cuando las encuestas daban que era virtualmente imposible derrotar a George Bush padre, cuya imagen había salido muy bien parada de la Guerra del Golfo y del derrumbe de la Unión Soviética, ordenó concentrar toda la atención en los temas económicos, y para comenzar, mandó colocar un cartel a la entrada con la leyenda “It’s the economy, stupid”.
Lo que hizo más célebre la frase fue el resultado, pues finalmente Bush fue derrotado y la sociedad norteamericana salió ganando mucho y, de paso, quién sabe de cuántas guerras más se libró la humanidad.
Según los datos publicados por el Banco Central, la inflación en el 2012 fue de 3.9%, lo cual la ubica como la tasa anual más baja después de la crisis de Banínter. Esto no tendría mucho de particular, a no ser porque justamente coincide con el año de mayor devaluación de la moneda dominicana desde 2005 que, por primera vez, supera el 4%.
Mucha gente cree que la devaluación empobrece a la población, al deteriorar los salarios reales y otros ingresos. Pero no es ella, ¡es la inflación, estúpido!
Mucha gente cree incluso que la inflación y la devaluación son la misma cosa. Pero eso no es cierto; y la experiencia dominicana muestra grandes diferencias entre ambas variables. Por si no lo creen, observen el primer gráfico, que ilustra la tasa de inflación (en azul) y la de devaluación (en rojo) durante los últimos años, siendo la primera sostenidamente mayor que la segunda. Incluso hubo años con revaluación (la tasa de cambio bajó), y de todas maneras, la inflación siguió positiva.
Aún así, mucha gente entenderá que las discrepancias ocurren en el corto plazo, pero que ambas variables tienden a confluir en el largo plazo. Sin embargo, la experiencia dominicana tampoco avala tal creencia. Observen el gráfico siguiente, que muestra la evolución acumulada a lo largo de 20 años, en que los precios subieron 516% y el dólar subió 225%. Eso es fatal para la producción nacional, pues trasmite al consumidor (nacional o extranjero) la señal de que si compra un producto en el mercado local, se le ha encarecido en 516%, pero si sale a comprarlo fuera (o sencillamente no viene), se le ha encarecido en 225% mas lo que haya subido en dólares, que siempre es poco por la modesta inflación en los Estados Unidos. El resultado de todo eso es un abrumador déficit comercial, pues el país produce poco, ya que es más barato comprar casi todo fuera.
Ahora bien, cuando decimos tan enfáticamente que no es lo mismo inflación que devaluación, tampoco quiere decir que negamos la existencia de vínculos entre una variable y otra, pues sí están vinculadas. La devaluación puede ser un factor inflacionario. Pero eso ocurre con cualquier variable de la economía: todo se relaciona con todo.
En la época moderna apenas se conoce un episodio de inflación provocada por devaluación, justamente con la crisis de Banínter, en que la tasa de cambio subió abruptamente, impulsada por una incomprensible emisión inorgánica de dinero y fuga de capitales. Eso se ve claramente en el tercer gráfico, que muestra los años 2002 y 2003 como los únicos en que lo grande fue la devaluación.
La inflación siempre es mala. La devaluación, a veces. Sí puede ser mala cuando genera inestabilidad macroeconómica, que es lo que ocurrió en el país cuando explotó el fraude Baninter. También puede generar efectos perversos de redistribución de ingresos a favor de determinados sectores especulativos y rentistas. Pero generalmente tiene efectos positivos para la economía.
El elemento opuesto a la devaluación es la revaluación, que siempre es mala, pues castra el desarrollo de las actividades productivas, el empleo y los ingresos de los trabajadores. Por si no me creen, averigüen lo que pasó a los pobres del Cibao durante los años 2004-2005, y lo que ha seguido ocurriendo después en todo el país con el empleo formal y los salarios reales.
La revaluación puede sobrevenir con un proceso de apreciación real de la moneda (por un buen tiempo, los precios suben más que la tasa de cambio), que es lo que ha ocurrido durante la mayoría de los últimos veinte años. De modo que lo ocurrido en el 2012, con una inflación baja, y un tipo ce cambio que sube ligeramente más, nos muestra el camino de lo que el país debería procurar mantener por los próximos veinte años, para revertir el proceso perverso que se ha generado en los 20 anteriores. Pero siempre cuidando evitar la inestabilidad macroeconómica, que eso es terrible.
Ahora bien, si lo que queremos es continuar exhibiendo un crecimiento económico que no sirve para nada, basado en bancas de apuestas, agencias de carros, grandes supermercados, plazas comerciales, etc. mientras languidecen la industria, la agricultura, el turismo, etc., sin empleo de calidad, entonces insistamos en volver a alta inflación con tipo de cambio anclado.