Hay una generación en Latinoamérica a la que luego de leer los periódicos les resulta evidente que tienen todavía tareas por cumplir. Con una mochila que carga errores (nunca horrores) sus integrantes han sido testigos privilegiados del continente ‘relanzado’ por la Revolución Cubana (1959), por la Segunda Conferencia del CELAM en Medellín en 1968, por el “boom” literario.
Los distingo, en primer lugar, porque entre los rasgos que comparten cuando enfrentan las urgencias actuales, siempre reconocen una: la urgencia de la democracia. Es fácil entenderlo pues aprendieron el valor de la democracia en clases magistrales dictadas por la policía o por alguna de las ramas de las fuerzas armadas, en celdas comunes o en solitaria. El concepto no les entró por un texto, ni siquiera por la razón: el cuerpo indefenso fue receptor de esas enseñanzas logradas con el apoyo pedagógico de picanas eléctricas, “pau de arara”, etc. La crueldad del método y sus apoyos metodológicos impiden las lagunas de memoria.
Si se observa el mapa político de Latinoamérica, esa generación está presente en los principales procesos de creación de nuevos modelos políticos -y sobre todo de progreso político- con el mínimo componente esperable: que sea decente. ¿Ya ubicó, por ejemplo, a Dilma Russef, a Pepe Mujica?
Esa generación sabe que hoy los enemigos principales de la democracia ya no son los “militares golpistas” sino tantos irresponsables que no ven la relación entre democracia y fraude electoral (lo importante es ganar), entre democracia y derecho a impugnar procesos dolosos (eso es puro pataleo), entre democracia y delitos de cuello blanco (soborno a legisladores para que las cosas se decidan rápido), entre democracia y corrupción (todo el mundo lo hace), etc.
Como sus profesores -la mayoría ‘marxistófilos’- les enseñaron a distinguir “al cojo sentado y al ciego durmiendo”, es difícil que no se preocupen, y sobre todo se ocupen, cuando se evidencia la falta de separación de poderes. Cuando revisan en el monitor los resultados electorales y el número de senadores electos, identifican rápidamente una ‘crisis de representación’, y concluyen sin mucho esfuerzo que la democracia no está funcionando.
Casi todos y todas aprobaron “Sistema de Partidos I”, asignatura en la que aprendieron que en una democracia con un sistema de claras características bipartidistas, cuando uno de los partidos entra en crisis, especialmente si es el más grande, en realidad lo que está en crisis es el Sistema y lo que peligra es la democracia. Saben que los primeros síntomas de esa crisis se ven en el transfuguismo, en el ‘lambonismo, fase superior de la descomposición moral’, en la destrucción de la institucionalidad y, en el peor de los casos, en el remplazo de las instituciones por personas.
La gente de esa generación, sabe que ni tiene el monopolio de la verdad ni la exclusividad de la ética y se identifica con Ana Belén cuando la escuchan cantar aquello de “siempre encuentras algún listo / que sabe lo que hay que hacer / que aprendió todo en los libros / que nunca saltó sin red.”
En la escuela pública cantaron antes de empezar las clases el Himno Nacional y escucharon asombrados y asombradas a las “maestras bondadosas y miopes” contar y cantar los cuentos de nuestros padres de la patria. O’Higgins, San Martín, Bolívar, Sucre, Artigas, Morazán, Duarte, Manuel Rodríguez, los Carrera. Casi siempre más de uno por cada uno de nuestros nuevos países. Todos “Hombres de su tiempo”, como escribe Pablo. Por eso les sobran razones para desconfiar de quienes recurren a esos antiguos políticos, que ya no pueden defenderse, para legitimar las peores de sus prácticas políticas. Ellos y ellas nos dejaron de tarea recuperar a las “madres de la patria”, pues es anti natura eso de que sólo tengamos padres.
Desde el punto de vista de su compromiso político, muchos han dejado la “vocación política” -en el más puro sentido weberiano- en un segundo plano. Lo más frecuente es que quienes optaron por el político y no por el científico hayan militado en más de un partido, pero nadie los podría catalogar de tránsfugas. Casi siempre han abandonado sus partidos estando en el poder, algo incomprensible para ‘politiquillos’ modernos que han construido sus vidas a partir de una relación indestructible entre política y empleo. Coherentes con sus comportamientos, no se les escucha referirse a sus antiguos partidos, mucho menos participar, aun en forma oculta, en sus conflictos.
En esta hora, en que las amenazas a la democracia están aquí, a la vista de todos, resulta pertinente leer, conversar con esa gente. No se lleve de ellos, no les crea todo, incluso dude. Simplemente escúchelos, porque “es la hora de los hornos y no se ha de ver más que luz”.