Reza un dicho, adaptado: “Dime en qué palo estás sentado y te diré la rama que meneas”. Viene al caso, por la cuestión de si es apremiante la reforma fiscal. Para muchos, de ánimo simple, la respuesta pudiera despacharse con un ´pues ahí, según como la veas´. O sea, diciendo nada.
La respuesta de si es apremiante depende de quién se esté planteando la cuestión, y cómo y qué entienda por reforma. Si fiscal, o simplemente una reforma tributaria, en ánimo o interés sólo de subir en lo que pueda los ingresos del gobierno para bajar, también lo que se pueda, el faltante de financiación del gasto, independientemente de del nivel que sea y de la calidad con que sea ejecutado.
En este caso y para este fin, la reforma es cosa relativamente más simple; y, para el Gobierno, urge hacerla, así sea de ahora para ahorita. De hecho, ha sido este espíritu, de visión cortoplacista, el que ha predominado y sustentado las varias reformas que se hicieron desde 2004 hasta acá.
Si el enfoque o alcance es una reforma fiscal, que toca a fondo el lado de los ingresos, pero también la estructura y calidad del gasto en función de unos objetivos estratégicos de desarrollo que dan sentido a las políticas públicas, entonces la cosa es más compleja; y entonces, no se vale ni se puede ni se debe hacer a la carrera, por razones de mucho peso. Empezando, porque el dueño de la iniciativa, el Gobierno, debe disponer de recursos de inteligencia (análisis) puntuales, objetivos y precisos que den buen fundamento a las propuestas para la toma de decisiones.
Además, y no menos importante, porque se debe disponer de voluntad política sólida; y tiempo para la debida diligencia, a fin de procurar con el mayor éxito posible la suma de voluntades de sectores sociales y empresariales con objetivos e intereses contrapuestos. Esto, en aras de un cambio de a de veras, un cambio de verdad.
También, de crucial importancia, que el Gobierno cuente con capital político robusto para hacer la tarea de vender la propuesta y persuadir a los sectores y a la sociedad de que le compren. En esto de lograr una reforma de verdad no aplica aquello de querer es poder. Con la sola voluntad política no basta; se precisa, además y de verdad, poder sacarla.
Supone sumar disposiciones, incluida la propia del Gobierno, para ir a lo profundo en eso de repensar la cosa pública. Entrarle en serio a una reformulación de la forma de financiar una agenda de transformación social, económica, ambiental e institucional de largo aliento, como la planteada en la Estrategia Nacional de Desarrollo (END). O, similarmente, como la que implica la orientación de largo aliento trazada en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, los ODS.
Hacer una reforma como la planteada en estos términos precisaría un pacto. Un genuino acuerdo nacional: ampliamente socializado, sabia y pacientemente procesado, y políticamente bien consensuado entre los sectores o partes de interés. Es el resultado de un proceso bien complejo que demanda, por demás, inteligencia y debida diligencia para asegurar buenos estándares en términos legitimidad, ingrediente que es sumamente necesario para inhibir, reducir o vencer las inevitables resistencias.
Se sabe que el ´dueño´ de una iniciativa de reforma, del alcance que sea, es el gobierno. No sólo porque es el que tiene que preparar el proyecto, a partir de inteligencias o análisis bien precisos sobre los instrumentos a afectar o a introducir: para cada término, poner en claro el qué, cómo, cuánto aportaría, y para beneficiar en qué. Es que, además, es el Gobierno quien tiene que justificar y defender la iniciativa, principalmente a partir de esta cuestión: los objetivos estratégicos y los impactos esperados.
Disfruto entre los que más los artículos de Isidoro Santana, pues el tipo redacta y entrega el mensaje en zona de strike cantado: sin curvas o indirectas, en estilo llano, sencillo y no menos profundo. En el más reciente, hablando de esta cosa, establece que una reforma fiscal en el país habrá de venderse como un acuerdo amplio en el cual “la sociedad defina cuánto va a aportar para lo público, por cuáles medios (con cuáles impuestos) lo aportará, cómo se usará el dinero y qué cambios debe experimentar el Estado para hacer bien lo que tiene que hacer” (Santana, I.; Un pacto social es para que la gente viva mejor. Diario Libre, 22.10.2021). Yo creo eso.
Así de sencillo. Si no es para que se perciba que se van a hacer mejor las cosas y en función de que la gente viva mejor, es difícil vender o justificar y lograr buena voluntad para el esfuerzo tributario adicional de la ciudadanía. Es difícil que te compren la reforma. Posiblemente, a lo más que podrás aspirar es a imponer unos ajustes para subir, un poquito o lo más que se pueda, el resultado de la recaudación tributaria.
Esto, por supuesto, será apremiante para el gobierno de cara al presupuesto del 2022. Pero esto no es el cambio, que demanda y justifica una reforma de verdad, basada en un pacto fiscal. Un pacto que ha de tener como base sólida un gran acuerdo entre los sectores y actores de interés en la sociedad.
Este es el espíritu que predominó en la concepción del pacto fiscal previsto en la END, pensado para surcar exitosamente el viaje de transformación y dar un salto cualitativo en el desarrollo de la economía y de la sociedad dominicana.
Cuando se está sentado en esa rama, ejerciendo el gobierno, las necesidades abruman, y las circunstancias y urgencias obligan. Obligan y urgen a pensar así, para resolver a corto plazo. No por mala fe, sino que con intenciones y objetivos buenos y válidos: resolver lo más posible las demandas sociales, que son infinitas; cubrir o reducir el tamaño del boquete fiscal, para asegurar la estabilidad macroeconómica; y bajar la presión del endeudamiento en aras de la dicha estabilidad. Eso es así, y hay que entenderlo.
Sin embargo, hacer una reforma fiscal requiere la visión de Estado, con un largo de mira que alcance hasta más allá de las próximas elecciones; con pensamiento centrado en la calidad de vida de las futuras generaciones.
Urge ya, y desde buen tiempo atrás, una reforma que mueva la rama pensando en clave de largo plazo. La rama del interés de las nuevas generaciones: la de nuestros hijos, y de los hijos de nuestros hijos.
¡Así sea!