En 1994 el poeta Adrián Javier publicó el libro bolero del esquizo, en la Colección Jóvenes Valores de la Dirección General de Bellas Artes. Este poemario de 228 páginas, anuncia indudablemente una travesía fuera de lo común. La poesía de los últimos 20 años se revitaliza desde finales de siglo XX, produciéndose de esta manera una transformación del significante poético dominicano. El texto integra como libro imágenes firmadas por la artista visual Maritza Álvarez, pero también intimadas por una épica y una lírica del cuerpo y por crepitaciones intencionales que le sirven de base también al poemario. El texto en cuestión se sale del llamado ambiente vigilado y tutelado por el llamado discurso de las generaciones literarias, pero Adrián Javier se sale del concepto de las aterradoras cárceles de las llamadas generaciones literarias. El bolero del esquizo es, indudablemente, una ruptura del orden accional de lo poético en el ámbito dominicano.
Los ritmos alternos, los prosaísmos, los tonemas, ritmemas y poetemas del texto crean un nivel de funcionamiento estético y poético-literario que impone un nuevo modo de leer la página poética sin artificios ni trucos, pero sí con intuición y rigor de lenguaje.
Los valores de este poemario sobresalen, debido a la recursividad del poema leído, visto, recibido, proyectado y materializado por sus bordes, trasbordes, rebordes literales y significativos. El trazado que asegura bolero del esquizo es precisamente el de la ruptura de un yo que se abre según va progresando el tramado del tejido poético.
No se trata en este caso de un simple libro de poemas, sino más bien de un arqueado de lenguaje, cifra e intencionalidad que va buscando su voz en las diversas voces de la poeticidad ocular y la polivocalidad expresiva mediante los tonos, timbres e intensidades poético-narrativas. Sus raíces la podemos encontrar en el poema y en la prosa caribeña y latinoamericana de los años 60 y 70 del siglo XX, pero también en las estrategias poético-discursivas de los renovadores latinoamericanos (Vallejo, Huidobro, Lezama Lima, Oliverio Girondo, Eliseo Diego, Octavio Paz, Pablo de Rocka, Macedonio Fernández, Haroldo de Campos, Pablo Neruda, Octavio Armand, Roberto Juárroz, Juan Sánchez Peláez y otros, que argumentan una nueva poética latinoamericana de corte seminal y originaria.
El reto al que se lanza nuestro poeta Adrián Javier en su bolero del esquizo, se hace cada vez más difícil en el panorama de las letras nacionales, siendo evitado por la crítica al uso y excluido por algunos estudiosos que han quedado perplejos, no menos que sus compañeros de oficio, debido a las argucias, intuiciones y pavores producidos por este bolero-poema-cuerpo.
En efecto, nada que ver tiene este bolero… con lo que sería el género musical o canción popular denominada “bolero”. La ironía de Adrián Javier se refleja precisamente en el texto situado en la página 41 de dicho poemario:
“una muchacha viene de mañana y amarillo
mira mi reloj y vomita sus horas
dice no me gustan las pasiones
es blanda rara y milagrosa
y lleva el nombre de un corcel
ayer perdido en la pradera
su nombre es el de la lluvia y la amapola
su rostro es todo de mar o nube y algodón
La emisión lírica articula y consolida el cuerpo del poema en la medida en que el ritmo interno del mismo se convierte en zona móvil y significante del texto:
y pesa tanto su decir y ver
que de súbito la doro y adoro de verde
cuando ligera camina en sus aguas
yo río de su diversión y fría nariz
y bogo por sus olas
ya sé que ayer era flaca y tibia
como el fuego
y que hoy amaneció dulce y variopinta
como el mirlo
y que es salobre y lumínica
cuando quiere
yo la miro toser y la oigo caminar
y la vivo al morirse en el recuerdo
de las tardes (op. cit. p.42)
Todo en este sentido se transforma en voz, pulso, presencia metafórica y simbólica, pero a la vez en hilo conductor del poema y su horizonte:
y la vuelvo a decir
una muchacha viene de mañana y amarillo
aplaudiendo con sus alas
con sus manos cerca de mis ojos y mis labios
grávidos de espuma
y baila igual que besa y me sonríe
y es toda de cal almendra y almidón
y sabe que la beso y que me besa
porque es mayo
cuando llueve siempre miro sus pasos
oigo sus ojos su piel gimiendo(Ibíd. op. cit.)
El poeta recuerda y presentifica los elementos a través de la mirada, del oído profundo de su ser y su piel que gime:
siempre siempre huelo su huida
sé que no tendré jamás otra oportunidad
y la vuelvo a decir
una muchacha viene de mañana y amarillo
vuela (ibídem.)
El poema no pierde su peso, su tamaño ni su estado de olor, sabor, sueño o vuelo.
El curso transversal y vertical del texto anterior posibilita que el contenido del poema se acepte como una antifábula y una contra-narrativa donde “lo dicho” y “lo textualizado” por la voz se convierte en afirmación o denegación a través de la expresión poética. La marca, en este sentido, se esfuerza cada vez en indicar lo puntualizado en las relaciones poético-sintagmáticas y modulares del poema.