Ernesto Rodríguez es una cara familiar en las artes visuales dominicanas. Su trabajo serio se hace acompañar de una sonrisa permanente y una postura humilde, que se deja querer en empatía contagiosa.
Sus trabajos están inspirados en el mundo que le rodea y en las raíces de su Caribe infinito. Ernesto Rodríguez es de tierra, desde su tierra.
Hará unos treinta años, ofrecíamos intentos de bajo fuego en nuestro taller, donde se pretendía jugar con fuego para conseguir, por métodos simples y diferentes, temperaturas que sobrepasaran los 700 grados centígrados y así convertir el barro en cerámica.
Aquella vez, nos llamó la atención un joven artista que residía en el interior del país y que, con gracia, armó un curioso horno utilizando el serrín de madera como combustible. La primera y agradable impresión era de estar ante un artista con inclinaciones a la investigación y, a la vez, manejando soluciones sencillas y prácticas para conseguir su objetivo y que con certeza nos iría a complacer en el futuro con importantes aciertos creativos.
Su extracción social de contacto directo con el campo y su pueblo, en una región tan dominicana como el Cibao, nos ofrecía los mejores augurios para esperar una producción visual de gran calidad y originalidad.
El paso de los años marcó una larga trayectoria de aciertos en un artista de raíces profundas de la tierra y su entorno, que se conjugan, para que sus trabajos aparezcan con un sello especial, que marca diferencia entre los muchos que usamos el barro como soporte expresivo.
Ernesto Rodríguez se desmarca con sencilla exuberancia y nos plantea a cada paso nuevos objetivos de su pasión por la cerámica de autor y por otras manifestaciones expresivas que domina, y ya hoy, como un artista formado y leído, nos ofrece resultados cargados de originalidad con impronta personal inconfundible, un extraño a la naturaleza habitual de creadores de la cerámica contemporánea del siglo 21.
Su trabajo visual, evoluciona con el tiempo, para sorprendernos con cada nueva obra. Sus piezas cargan una narrativa social en una deconstrucción de la dualidad de su realidad que hace única cada una de sus obras, adoptando un mensaje enraizado en su entorno mediático y creadas en un proceso que envuelve diversas maneras de manejar la arcilla y múltiples métodos de decoración, pintura y cocción, con adiciones de “mixed media” y un impacto humano que no escapa a la crudeza de sus mensajes sociales.
Su obra se caracteriza por la forma en que presenta cada tema en los distintos materiales en que trabaja: la mujer, el hábitat, el bestiario, lo sacro, lo erótico, presentados en barro, papel, tela y latón, de una forma irónica, burlesca y crítica, con
una ironía que maneja con destreza y no sorprende, pues el humor es un elemento recurrente en su obra.
Basta revisar la literatura, bibliografía y museografía de los actuales ceramistas en el país, y por el mundo, para darnos cuenta que estamos ante un Ernesto Rodríguez de una obra diferente, porque él es otra cosa y hace otra cosa con su obra, seña inequívoca de su aporte original, sin perder la sonrisa, al compartirla con el más exigentes de los críticos.
Puede que Ernesto Rodríguez no sea al mejor ceramista del Caribe, pero sí es el que más me gusta, el que más disfruto, el que más me divierte, mi preferido, valoración que agrego a su abierta condición humana y a mi gran gozo al saberlo mi amigo.