El poeta Ernesto Cardenal, nunca ha dejado de creer en aquélla frase de Gabriel Celaya de que la poesía es un arma cargada de futuro. Además, su uso le ha permitido luchar contra las injusticias de Nicaragua; la tierra donde nació el 20 de enero de 1925.
En este país centroamericano han convivido poetas que revolucionaron la lengua como Rubén Darío o el propio Cardenal, pero también ha sufrido los embates del tirano; baste recordar al clan de los Somoza. Tristemente, Daniel Ortega luego de tres mandatos seguidos y apoltronado en el poder, continúa esta ominosa tradición.
Después de un juicio amañado, el pasado 17 de febrero le notificaron al ganador del Premio Reina Sofía, que debía 800 mil dólares por daños y perjuicios. Si bien al día siguiente otro juez dejó sin efectos la notificación, esto no implica que se le libere de la sanción impuesta.
Las voces solidarias no se han hecho esperar. Desde todos los rincones del planeta han condenado el hecho y han exigido tranquilidad para Cardenal. Incluso, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez ya le ofreció su casa, sabedor de lo “monacal” de su cotidiano vivir en el barrio de Los Robles, en Managua.
La disputa aparentemente versa sobre unos terrenos en el archipiélago de Solentiname, donde Cardenal fundó, en 1966, una comunidad artística. Gracias a lo cual, campesinos, pescadores y artesanos aprendieron no sólo a leer y escribir, sino que también fueron iniciados en la pintura, la escultura y por supuesto en la poesía. Así, a punta de versos y pinceladas, entre todos se fueron forjando un futuro liberador.
La admirable labor en la isla le dio notoriedad: «Entonces vino Ernesto a explicarme que la venta de las pinturas ayudaba a tirar adelante, por la mañana me mostraría trabajos en madera y piedra de los campesinos y también sus propias esculturas», menciona Julio Cortázar en uno de sus textos.
Antes de todo esto, a inicios de los cincuenta, cuando se va con los monjes trapistas, escribe un verso de despedida para sus novias: « Todas las muchachas que yo amé se las llevó la entropía». A decir verdad, Ernesto es un cura diferente, más parecido al Che Guevara que al típico representante de la anquilosada iglesia; no sólo por la boina, ni por la barba, sino por su persistente convicción de poner primero a los-sin-futuro.
Sobra mencionar que nunca se ha llevado bien con los poderosos. Por eso Ortega lo persigue. Por eso también fue objeto del regaño papal más célebre de la historia. En 1983, Juan Pablo II nada más aterrizar en suelo nicaragüense, lo reprendió por practicar sin remilgos la teoría de la liberación (opción preferencial por los pobres). Ernesto veía de rodillas cómo temblaba el índice inquisidor. Me hubiera encantado que Wojtyla hubiera invertido la mitad de la saliva de aquella reprimenda, para condenar y frenar la pederastia entre sus huestes…pero esa es harina de otro “misal”.
La política es cosa luciferina pensará nuestro cura-poeta, ya que el propio Daniel Ortega que entre 1979 y 1987 lo nombró Ministro de Cultura, hoy lo ha vuelto un perseguido político y lo amenaza con dejarlo, literalmente, en la calle. ¿Será por qué lo ha llamado déspota sin ideología o por criticar el enloquecido proyecto del canal interoceánico, que un empresario chino financiará?
Mientras que Cardenal creó una asociación para perpetuar la gestión de su proyecto comunitario, Ortega hizo que el poder judicial sacara de las últimas elecciones al partido opositor para ganar cómodamente. Esto sin contar que su familia se confunde con su equipo de gobierno: la extravagante esposa es vicepresidenta; un par de hijas, asesoras presidenciales y otros tantos comandan 3 canales televisivos…
En una entrevista el autor de Cántico cósmico recordaba a su padre recitando a Darío (la princesa no ríe, la princesa no siente, la princesa persigue por el cielo de Oriente, la libélula vaga de una vaga ilusión), luego agregó que cree por igual en Lorca, Alberti y Neruda -sus primeras influencias- como en la resurrección. Ante tales convicciones no hay oprobio que valga, sobre todo si viene en dólares y firmado por un sátrapa.