En horas de la noche del 30 de noviembre pasado puse en circulación en el Museo de la Resistencia mi libro Eran una Sola Sombra Larga acerca de los asesinatos del oficial militar Jean Awad y su esposa Pilar Báez, de 24 y 20 años de edad, respectivamente, acontecido el de ella en febrero de 1960 y el de él el 30 de noviembre de ese mismo año.
Ambos asesinatos –en el tenebroso tramo final de la tiranía de Trujillo Molina abordado también en esta obra- contribuyeron a calentar y acelerar uno de los motores impulsores de la maquinaria magnicida: Ángel Báez Díaz, del entorno del tirano, pieza clave del aviso a un grupo de complotados a fin de que lo emboscaran y eliminaran; quien actuó convencido de que había que eliminar al tirano Trujillo y presionado por el convencimiento de que su hija Pilar y su yerno Jean habían sido asesinados mediante artes encubiertas por órdenes de aquel y/o de su esposa María Martínez de Trujillo.
Aunque criminalmente burda en casi todo su trayecto de 31 años, bajo la égida del jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), coronel Johnny Abbes García, un “excelente” perito y/o técnico del asesinato, la tiranía introdujo una metodología sesuda mediante un mecanismo operacional sincronizado con las desapariciones repentinas, el crimen silente aunque evidente, el crimen abierto dramatizado, la dispersión del rumor monitoreado, la creación del temor difuso, el espionaje eficaz de las “brigadas políticas” que actuaban en ocasiones como antitrujillistas suplantadores de los verdaderos, y el terrorismo controlado, todo lo cual dibujaba una tiranía orgánica preventiva, de donde en una ocasión su artífice metodológico, ufano, le diría al preso político Rafael Valera Benítez: “Yo y mis muchachos –del SIM- representamos la época de la electrónica y la energía nuclear”.
En ambas muertes se puso en movimiento la maquinaria sistémica con tintes de dramatización, control y operabilidad que pretendió ahogar la deducida posible conspiración política de un allegado antes de que se explicitara pero le falló el “mecanismo de relojería” represivo, por cuanto en vez de frenar una posible conspiración con esas muertes aceleró el accionar de la pieza clave Miguel Ángel Báez Díaz para dar al traste con la cabeza de la tiranía que se reputaba de bases sólidas de acero político inoxidable.
Para pergeñar el libro tuve que emplearme a fondo al investigar pormenorizadamente en fuentes documentales y testimoniales, y concentrarme en la interpretación de los hechos y sus circunstancias.
Creo que el error de quienes antes se habían referido a estos hechos había consistido en focalizar nada más esas muertes dejando de lado los pormenores evidentes y los ocultos necesarios para comprender su entorno, que en definitiva es el que hace ver claramente esos crímenes.
Pilarcita Báez, la niña que nació al ser asesinada su madre durante el parto, puede ya dormir tranquila porque, como siempre sostuvo, demostrado está en mi obra que sus padres fueron asesinados.
De mi parte, nunca olvidaré sus palabras aquella noche del 30 de noviembre último, al cumplirse 55 años del asesinato de su papá: “Ya estoy en paz conmigo. Ya ellos descansarán tranquilos en sus tumbas”.