Según el Periódico El Día del miércoles 8 de noviembre, la tasa promedio de apoyo a la democracia había sido de un 67%, sin embargo, el indicador más factual hacia la democracia, habría descendido a 54%, datos contenidos en los Estudios Latinobarómetro, en entrevistas del 22 de junio al 28 de agosto del presente año, 2017.
Esos datos, para un analista político, encierran un fenómeno social, una tendencia, no halagüeña para el porvenir de la sociedad dominicana. Nos está indicando como en el alma nacional, la democracia está dejando de ser la respuesta más idónea para su esperanza, para su cristalización nodal de su existencia. Está hablando y quizás pautando, de que la democracia, en la sociedad dominicana, se está convirtiendo en un mero cascaron vacío, en la denominación de democracia de papel, de caricatura.
Si miramos en el horizonte, con los datos de diferentes informes, el panorama, de nuevo, implica un pesimismo que viene dado, al mismo tiempo, por la misma inteligencia. Verbigracia: El 74% de los jóvenes entre 18 y 24 años no forman parte de ninguna agrupación política; indicador fraguado por Gallup/Hoy.
La perspectiva del cuerpo social dominicano es como un vidrio en medio de cientos de piedras que vuelan por los aires, de bandos contrapuestos. Ello así, por la fragilidad de las instituciones. Tenemos instituciones, empero, no institucionalidad; dimensiones legales, no obstante, poca legalidad, sobre todo, cuando se trata del arbitraje político que engloba a los actores políticos, en decisiones que expresan sus ejecutorias.
En la democracia tiene que existir, en las relaciones de poder, una dinámica de equilibrio, que permee a todos los actores estratégicos, singularizando la especificidad primordial, que es la existencia del sistema como tal. Para ello, es esencial, crucial, dos elementos: lo Institucional y la Gobernanza. En una democracia, los tres poderes del Estado tienen que interactuar con consenso, disenso, diversidad; empero, en lo global, se anida la conjunción del sistema. La alteridad, visto en esa dimensión, no tiene sentido. Quedaría, entonces, la sociedad transida de manera sempiterna.
El desiderátum es crear en el seno de la sociedad el empuje necesario para que la dupla de institucionalidad y gobernanza se bosquejen en una misma dirección. No puede darse ni siquiera una mera yuxtaposición. Es la asunción real, no importa que partido dirija el Estado, de la necesidad ungida de una correspondencia biunívoca, en una relación dialéctica que produzca la destrucción creativa de Schumpeter.
Institucionalidad y Gobernanza en la democracia del Siglo XXI, es la cantera de la fluidez; lo contrario, es una simple vacuidad. La falta del Capital Institucional, que es la sumatoria de: la efectividad gubernamental, la capacidad Regulatoria del Estado, el Imperio de la ley y la problemática de la corrupción. Cuando la base del marco de institucionalidad se agrieta, se adormece, se evapora y se sumerge en la coyuntura de los intereses personales y particulares, sin la cuota de la ola expansiva de la visión societal y de la misión de un sistema democrático, la Gobernanza se arriera, se arrincona y su eje de enanismo no puede vitalizar la antorcha del bienestar y de la calidad de vida, como espina dorsal, del mejoramiento de las condiciones materiales de existencia, en todo el tejido social.
La Gobernanza es, por así decirlo: la eficacia, la eficiencia del Estado, en la construcción de políticas públicas, para orientar al conjunto de la población, de una sociedad determinada. Esta es, la fragua de la calidad con que los ciudadanos perciben la intervención del Estado para con sus necesidades, deseos y esperanzas.
La buena gobernanza debería empujar y potencializar la institucionalidad, no obstante, no siempre sucede, sino hay una verdadera voluntad política de los actores principales del sistema. Incluso, puede existir una gobernanza buena y la institucionalidad ausente, pero a largo plazo el sistema explosiona. Cuando la institucionalidad es una burbuja o un experimento virtual, ésta no coadyuva con el desarrollo de una sociedad. Dicho más específico: la ausencia de la institucionalidad dificulta los alcances del crecimiento de la economía entre todos los poros del cuerpo de la sociedad; anula, por así decirlo, la creación de riqueza, vía la distribución de las riquezas, que acusa una pésima asimetría.
El equilibrio del poder descansa de manera sostenida y armónica en la institucionalidad, no en las instituciones per se. A mediano plazo, en la Sociedad de las Tecnologías de la Comunicación y la Información, la ausencia de ellas, concomitantemente con las carencias y falencias de la Gobernanza, se producen dos cosas: un aumento de la autocracia por parte del Ejecutivo de turno o un desmembramiento, una ruptura del statu quo.
Porque como muy bien nos señala Manuel Castells, “El poder es el proceso fundamental de la sociedad, puesto que ésta se define en torno a valores e instituciones, y lo que se valora e institucionaliza está definido por relaciones de poder… Las relaciones de poder están enmarcadas por la dominación en las instituciones de la sociedad”.
La democracia representativa se pierde en la sociedad dominicana como sentimientos de pertenencia, como expresión de identidad corpórea, porque no alimenta la realización vital de los dominicanos; y, porque las elites política y empresarial, con sus miradas cortas en sus viejos paradigmas, no logran articular el equilibrio de la institucionalidad y la gobernanza; ora, por la gerontocracia u ora por los intereses que gravitan en la incertidumbre. No sigamos permitiendo que la marginación de la institucionalidad y la gobernanza efectiva, se siga convirtiendo en un inmenso líquido, donde se desplaza con facilitad, dañándolo todo, derramando, desbordando, salpicando, vertiendo y goteando la existencia de una mejor sociedad.