¿Quién fue José Vasconcelos? ¿Cuál fue el significado de su gestión educativa en México? ¿Se podría hablar de un Ministro corrupto y negador de principios con sus hechos, de la moral social? ¿Qué representó para América y para México el Ulises Criollo? ¿Y qué del racismo del histórico hombre de cultura y educación popular?
La carta que le envía Pedro Henríquez Ureña a Alfonso Reyes desde La Plata el 26 de febrero de 1925 y que interrumpe hasta el 1 de marzo, es un “síntoma” que se describe en su realidad y en su determinación política. La descripción de lo ocurrido en un México atravesado por las lanzas de la corrupción y la decadencia moral, retratan la psicología de gran parte de la intelectualidad mexicana de la segunda década del siglo XX.
“Torpe de mí, yo me hallaba entre toda esa gente, con la esperanza de poner paz y orden, y no logré sino el odio de todos, tirios y troyanos; hubiera hecho mejor alejándome: cuando lo hice ya todo se venía abajo. El único modo de impedir tanta corrupción hubiera sido que en torno de Vasconcelos estuvieran siempre gentes serias, no yo solo: Caso y Torri nunca quisieron hacer el sacrificio de estar con nosotros frecuentemente; con ellos y dos o tres más, se habría evitado la camarilla de gente baja. Pero ya ves: Antonio es egoísta y débil. Por culpa de él se ha venido abajo la Universidad, después de tanto hablar de ella durante quince años.” (Ver, Tomo III, op. cit. p. 272)
La queja de PHU es de hecho, una crítica y una autocrítica, pues los ataques a su persona provenían de gente que estaba alrededor de Vasconcelos adulándole y buscando puestos para vivir cómodo, sin tener la real preparación docente ni cultural. De hecho, la avanzada de oportunistas y funcionarios racistas, reaccionarios y conservadores fueron los que hicieron saltar a PHU del aparato educativo y separarlo de la primera avanzada de Vasconcelos.
La crítica que PHU le dirige a Antonio Caso por aquella época, se produce por el abandono de ideales que cierta intelectualidad liberal, “brillosa” y brillante asumió luego de su encumbramiento en el poder. Caso, quien publica sus manifiestos y pensamientos, a veces, democráticos, otras veces supuestamente socialistas o pragmáticos, fue más que un pensador democrático-liberal un hombre conservador y acomodado a las circunstancias. (Véase Antonio Caso: México. Apuntamientos de cultura Patria (1943), Nuevos discursos a la nación mexicana (1934), y anterior a estos libros, el ensayo publicado en Excélsior, México, 19 de abril de 1924, titulado “La patria mexicana y la raza hispanoamericana”. Bajo la influencia de la filosofía herderiana publicó en 1928 su obra Sociología genésica y sistémica.
Según Víctor Alba (Ver, Las ideas sociales contemporáneas en México, Ed. Fondo de cultura Económica, Col. Tierra Firme, México, 1960):
“Caso es antidogmático, más escéptico que electivo. Se opone al marxismo, porque no corresponde a la realidad mexicana, por lo mismo que se opone al neokantismo y al escolasticismo. Lo interesante son los problemas examinados a la luz de las filosofías europeas, cierto, pero resueltos a la mexicana, es decir, según su propia fórmula: ni Sancho ni Quijote; ni grillete que impida andar ni explosivo que desbarate; sino ánimo firme y constante de lograr algo mejor…” (op. cit. p. 142)
Una información de contexto que proporciona el libro de Víctor Alba es la relativa a los “Precursores de la Revolución mexicana”:
“En 1912 el Ateneo de la juventud fundó la Universidad Popular, cuyo primer rector fue el ingeniero Alberto J. Pani y que después dirigió el doctor Alfonso Pruneda, hasta 1922, en que dejó de funcionar. Entre sus profesores estuvieron Alfonso Caso, Pedro Henríquez Ureña, Enrique E. Schultz, José Terrés, Luz Vera, etcétera. Antonio Caso define la reacción ambiente contra el positivismo. En una serie de siete conferencias, en 1909, expone su filosofía personal: contra el pragmatismo se afirma intelectualista, partidario de la metafísica y de la especulación filosófica… En 1910, empieza en la Facultad de Jurisprudencia el primer curso que se escucha en México sobre el materialismo dialéctico –del cual no es adepto-. Este curso había de tener con el tiempo considerable influencia.” (Ver p. 139)
Así pues, la carta que PHU envía a su amigo AR contextualiza mejor aquel México ya lejano y cuyos signos, derrotas y saltos ideológicos describe nuestro autor, no sin cierta nostalgia del país donde vivió sus años de activismo democrático cultural y revolucionario.
“Ya sabes –prosigue Henríquez Ureña- que suprimieron la Escuela de Altos Estudios: tal como era más vale que se suprima. Allí no iba nadie que valiera la pena, ni los cursos llevaban a nada. Vasconcelos le hizo mucho daño a la Universidad, llenándola de favoritos ineptos, no respetando ninguna ley, no permitiendo que se organizara la selección de profesores ni la autonomía.” (Ibídem.)
En efecto, el caso Vasconcelos requiere un análisis sobrio y adecuado al tiempo que le tocó ser protagonista de una historia, más que difícil, ideológicamente confusa. Pues el autoritarismo y el racismo propio de su cosmovisión filosófica y práctica lo llevaron a la crisis moral y a cierto atolladero de su gestión. La caracterización que en esta carta hace PHU de la situación mexicana entre 1910 y la década de 1920, presenta los signos, señales y síntomas de una descomposición que con el tiempo iba a generar la caída del llamado liberalismo democrático.
“Pero Vasconcelos no entiende de eso, y lo que le importaba era otra cosa, la educación popular. Chávez también hizo males innúmeros, pero Chávez es como el desagüe del Valle de México. A Caso le tocaba defender y salvar la Universidad, con su verdadero centro, la Escuela de Altos Estudios: organizando en ella los cursos, encaminándolos a títulos, haciendo efectiva la selección del profesorado mediante esos títulos; demostrando que la Escuela podía ser útil y práctica sin necesidad de gastar ni un centavo más. Por otro lado, como Rector, le tocaba defender la autonomía universitaria, asumiendo realmente las riendas del gobierno y prohibiéndole a Vasconcelos toda intervención; él hubiera podido hacerlo, pero no quiso, sólo quería no trabajar, y lo que declaraba cínicamente. Resultado por mi parte: con todas sus bajezas, Vasconcelos me merecía más apoyo (sic) que Caso.” (Ibídem.)
¿Panorama? ¿Radiografía? ¿Escepticismo? ¿Pesimismo? ¿Resentimiento? ¿Dolor? El cuadro que presenta nuestro escritor y maestro es de una pesadumbre y una expresividad que debe tomarse en cuenta aun para comprender el presente de toda Latinoamérica y el Caribe.
¿Qué sucedía por aquellos tiempos en la República Dominicana? A pesar de los escenarios creados por nuestros historiadores sobre el país y las acciones del gobierno de Horacio Vásquez, se fue fortaleciendo el contexto de la reelección y la futura dictadura. El país acababa de salir de un gobierno de ocupación militar, y una situación de transición a cierta democracia empezó a crear hilos y tejidos políticos que finalmente sucumbieron ante una intelectualidad prodictatorial, promilitarista y un gobierno autocrático que duró 31 años y donde el mismo PHU obtuvo un puesto de Superintendente de Educación.
Las historias políticas, sociales y gubernamentales de la América continental revelan cierta dialéctica histórica a través de sus grandes acontecimientos. Pero además, las historias individuales y las memorias de vida, constituyen ejemplos que permiten comprender ciertas coyunturas que ayudan a explicar los cuerpos institucionales de la sociedad a partir de sus cardinales, núcleos, proyectos políticos, económicos y culturales.
En fin, lo que traduce la carta de PHU enviada a AR es justamente el desencuentro y el universo fragmentado de un espacio de conocimiento cultural que se manifiesta en ciertas estructuras significativas pero negativas del contexto social y del sujeto intelectual.