Crítica y crisis de lo real.  Realidad desnuda de una ilusión. Alteridad de lo real en el discurso del poder.  Así como se entiende la duda, la paradoja y el desencanto, se abre la puerta de la contradicción.  La política  del discurso se convierte en política y crítica de la interpretación y la carta se pronuncia desde el mapa lúcido de una consciencia desgarrada.

El 26 de febrero de 1925, Pedro Henríquez Ureña le envía a Alfonso Reyes una carta-ensayo que concentra reflexión, política y crisis de México y de su intelectualidad en el poder.  Pero también, nuestro humanista piensa la contemporaneidad como espacio de las desilusiones morales, éticas y sociales. La carta presenta los grandes signos de la corrupción, la descomposición y el estatuto político de la intelectualidad mexicana de aquel entonces.

En sus reflexiones, Henríquez Ureña alude a un contexto corroído por enormes contradicciones humanas, políticas y sociales.  Alfonso Reyes no entiende los juegos políticos, culturales y gubernamentales del presente.

“Me dices que en México no entendiste muchas cosas que yo te hubiera explicado.  Lo comprendo. Siento que no hayas visto a Eduardo Villaseñor, – o que él, viéndote nuestro, no te haya hablado con confianza: es quizás quien mejor entiende las cosas a nuestro modo, sin los excesos que pone siempre Daniel Cosío en sus exigencias morales.  Pero desde luego, México es ininteligible, México se divide, hoy como en todo tiempo, en dos bandos, los decentistas ladrones y los peladistas honrados, o sea, los que creen que las cosas no alcanzan para todos y que el papel del gobierno es proporcionar ventajas a las personas decentes (comúnmente, estos decentistas van al gobierno a buscar negocios), y los que creen que el gobierno debe mejorar la condición de los pobres (éstos no son siempre honrados, pero entre ellos hay más honrados que los decentistas)”. (Vid. Tomo III, pp. 268-269).

El rtimo crítico-social crece en esta carta-ensayo que también es una carta-memoria de la política y la corrupción que se traga cada vez a los puebos latinoamericanos y caribeños.  Según PHU:

“Apenas se forma gobierno en México –y desde Juárez todos los gobiernos nacen de dos tendencias peladistas-, junto al peladismo oficial se va formando el decentismo: en Don Porfirio, el decentismo acabó por devorar al peladismo.  Bajo Obregón, el decentismo buscó primero apoyo en Villarreal (a cuya esposa rodearon los Braniff y otros tales); caído Villarreal, el decentismo –bajo otras formas: Martín, López Figueroa, etc.- y sobre todo Prieto Laurens, muchacho que debajo de toda su demagogia es caballero de Colón –se agrupó en torno de Adolfo de la Huerta. Pero la causa de la relación huertista no es sólo la natural división,- sino el convencimiento de que, dada la crisis del país, no iba a alcanzar el presupuesto para todos: Prieto Laurens se lanzó a la lotería de la rebelión (Prieto era el promotor de De la Huerta).” (Ibídem. loc. cit.)

Nuestro autor le comunica a Reyes todo un proceso de crisis y descomposición de un México que tuvo que abandonar por las hostilidades que soportó precisamente de líderes culturales y políticos con los cuales participó a favor de una revolución educativa y cultural que resultó con el tiempo un fracaso en su evolución.

“Ahora bajo Calles, el decentismo ladrón está organizado: cuenta, no diré que con Pani, a quien Daniel Cosío llama “el hombre que ya robó” (su táctica es mantenerse en la política por las relaciones personales con los cabezas, pero no intervenir en los partidos), sino con otra multitud; como Puig y Casauranc, Guillermo Zárraga, Raya el presidente municipal, y tantos como ellos.” (Ibídem.)

La historia social y política mexicana a comienzos de la década del 20 no solo desembocó en una crisis epocal, sino también en la crisis moral donde los valores cobraron matices usos reprochables en la psicología política del momento y en los mundos diversos de la práctica política.

“Ahora –prosigue PHU- con todo, creo que México va a mejorar: mi impresión desde lejos es que mejora.  Se hacen economías. Si además se obliga a la honradez, con el ejemplo y con la sanción, se habrá hecho todo lo que hace falta en el orden administrativo.  Pero en otro orden hay mucho que hacer: hay que hacer trabajar a la gente; hay que producir cosas de comer.  El país tiene hambre.” (pp. 269-270)

La carta de PHU, aunque crítica, destaca lo mucho que, sin embargo, ha cambiado México en cuanto a categorías sociales y clasistas:

“Ahora México ha cambiado mucho desde que tú lo dejaste en 1913.  No sé si te has dado cuenta de que allí han desaparecido las categorías sociales.  Las familias antiguas hacen esfuerzos por conservarlas, y cuando estuvo allá Piedad Iturbe el esfuerzo se redobló; pero es inútil: la gente se ha convencido de que cualquier muchacha sonorense puede tener tan buen aspecto como una aristócrata de la capital y las sonorenses proceden como si en la capital no hubiera familias dignas de tomarse en cuenta; sobre todo, el pueblo se ha dado cuenta de que a los ricos se les puede quitar todo: el poder, el dinero, las tierras.  Después de eso, no hay prestigio posible para los ricos.  Y qué bueno!” (Ibídem.)

La radiografía, y sobre todo la fisiología sociocultural del México de entonces la presenta PHU con un sentido puntual de realidad:

“En el orden cultural, han desaparecido, no las categorías, sino la idea misma de que nadie puede dedicarse en serio a la cultura.  Todas las dedicaciones intelectuales son hoy profesiones: la medicina, la jurisprudencia, la literatura, etc. Por eso, el literato lee lo suficiente apenas para tener de dónde sacar elementos de trabajo, pero cree inútil la cultura, y han vuelto a la idea romántica del genio ignorante. Tú ya lo advertiste en la recepción acordada a tus versos. La explicación? La economía: el dinero da más prestigio y más placeres tangibles que la cultura; la juventud ha optado por el dinero. A México le llega la hora de lo que yo observaba, desde hace más de diez años, en otros países de América: al salir de su vida medieval del siglo XIX, Cuba, Santo Domingo, la América Central, Venezuela, Colombia, abandonaban la ilusión intelectualista en que vivían, y la juventud se iba hacia las cosas prácticas.  En la América española, la vida intelectual sólo iba a sobrevivir en donde hubiera actividad económica bien organizada.” (Ibídem.)

El cuadro anterior continúa con una panorámica sobre la situación económica y cultural de algunos países sudamericanos, para desembocar de nuevo en México, a propósito de Vasconcelos, su gestión y los intelectuales:

“Pero lo que tú quisieras entender más es lo que ocurrió en torno de Vasconcelos. Yo mismo lo veo confusamente.  No sé si todo lo que hizo fue obra de megalomanía o de desinterés.  Quizás, como tantas cosas humanas, fue producto de mezcla.  Como le decía yo hace poco a Cosío y Villaseñor, Pepe no es todo él metal de buena ley, como Xavier Icaza, Carlos
Díaz Dufco o tú, y nunca ha creído deber moral suyo el depurarse.  Si se analiza lo que hizo, se ve que es poco: con táctica oaxaqueña, optó al final por hacer edificios; pero estos son siete u ocho, y lo que cada uno de ellos costó materialmente lo costó también en sueldos de escritores encargados de publicar en América la gloria Vasconcélica. Qué es su obra, pues? Creo que una sola cosa, after all: la furia con que pidió educación para el pueblo, el clamor con que estremeció el fondo pétreo del alma mexicana.” (Vid. p. 271)

Luego de este encuadre sobre la gestión Vasconcelos, lo siguiente es un marco ideológico, moral y político de un México, atravesado por la desgracia y la ambición de poder de la clase intelectual que dirigió dicho período:

“La desgracia fue que puso en su labor todo lo bueno y todo lo malo de su espíritu y de su cuerpo.  Su ambición no tuvo límite: quiso ser presidente (aquí nunca me lo confesó, aunque me dijo cosas que lo revelaban, pero a González Martínez sí le habló del asunto) y no supo que De la Huerta lo mandaba a la América del Sur para deshacerlo políticamente.  Cuando regresó, su furia no tuvo más que impotencia; y, no sé por qué, en vez de revolverse contra De la Huerta (a quien sí atacó en los primeros días del regreso del viaje, porque pretendía tener muchos gastos de Educación sujetos a la opinión de Hacienda: maniobra política burda), se volvió contra Calles: en torno suyo fomentó las malas pasiones de mucha gente joven a quien echó a perder: no quiso rodearse de gente seria, sino de gente que lo obedeciera ciegamente, lo adulara, le aguantara groserías y lo acompañara en paseos; colección de gente afeminada y mezquina, en lo moral cuando menos.” (Ibídem.)

Como podemos leer y observar, cualquier parecido con la situación de su país de origen en la actualidad y en el pasado es pura coincidencia. Lo que desde entonces han sido y son las sociedades que conforman la América continental y sus diversos tejidos políticos, económicos y culturales dependen de los núcleos que han evolucionado en el contexto del alto capitalismo tardío y la decisión totalitaria y absorbente del gobierno único, el partido único y el pensamiento único. De ahí la importancia de esta carta-ensayo y lo que la misma representa en la obra de PHU y AR.